Daniel Pulido
Estaba
lleno el supermercado. Los clientes expresaban su complacencia con los avances
tecnológicos y los altos niveles de eficiencia ofrecidos por el nuevo negocio.
Eran justamente como lo anunciaba la publicidad difundida por la ciudad.
La
más visitada era la sección de carnes, pues la novedad implementada hacía
posible que cada cliente escogiera alguna pieza de los animales vivos allí
exhibidos. Una vez vendidas todas las partes, los empleados procedían a matar y
despellejar al animal en presencia de sus compradores; lo descuartizaban,
repartían piernas, caderas, cabeza, lengua, lomo, hígado, corazón, riñones.
Todo verdaderamente fresco.
Por
supuesto, en algunas ocasiones, algunas familias preferían comprar una mujer o
un hombre completo y comérselo vivo entre todos. Quienes más se caracterizaban
por ese hábito social tan peculiar eran: cocodrilos, leones, tigres y por
supuesto los siempre sonrientes tiburones.
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