Los sábados íbamos al Parque Central, me llevaba mi papá a darle de comer a las tortugas. Los muchachos del colegio les tiraban piedras, ese día ellos estaban allí. Una tortuga ciega sintió una pedrada en su concha, pero yo la llamé por su nombre.
– Cieguita, Cieguita le dije, me oyó y se vino caminando, salió de la pila y despacito me siguió hasta mi casa.
Han pasado años, ya tengo 15. La Cieguita todavía vive aquí.
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