20 de mayo de 2012

La tierra no tiene dueño


Fernando Centeno Zapata

Primero cayeron las primeras semillas sobre la tierra fértil. Toda la tierra se pobló de semillas. Después cayó la lluvia y toda la tierra se pobló de árboles; después de los árboles llegaron las bestias y los pájaros y por último llegaron los hombres. Así fue resuelto.

Como la lluvia era abundante, se formaron los mares, los lagos y los ríos y el hombre tuvo que aprender a andar sobre las aguas.

Los hombres se dividieron en dos: hombres de tierra y hombres de agua.

El hombre de tierra dijo: La tierra no tiene dueño, la tierra es para el que la cultive. El hombre de agua dijo: 

El agua es para todos los hombres, y se pusieron a reglamentar su uso: invierno y verano.

La gran hacienda del señor tenía los tres elementos: tierra, agua y hombres. Era un solo señor para toda la tierra.

Un solo señor no puede cultivar toda la tierra –dijeron-, ni puede usar toda el agua. Comenzaron entonces por detener el agua, y el señor, dueño de toda la tierra, observó que su tierra se agrietaba y que los árboles se morían de sed. El viento se fue llevando la tierra y donde antes nacía, crecía y se desarrollaba el árbol, ahora se iba transformando en un cascajo duro y marchito, como cuando sólo era tierra todo en el mundo y no existía agua ni hombre.

Al señor dueño de toda la tierra le dijeron: la tierra es para el que la cultive, la tierra no tiene dueño, el agua es para todos los hombres, los árboles nacen en la tierra húmeda; pero el señor que era dueño de toda la tierra dijo: esta tierra fue de mis antepasados, yo heredé esta tierra, esta tierra es mía como mi voz y mis manos.

Sus antepasados – le dijeron- robaron esta tierra.

Pero el señor, que era dueño de toda la tierra, mostró sus títulos reales.

Este hombre no es de los nuestros –dijeron, nuestros antepasados tenían corazón bondadoso, sabían que la tierra era de todos y para todos. Así estaba escrito.

Este hombre pertenece a los primeros pobladores de la tierra –dijeron-, a los que fueron destruidos y comenzaron a reconstruir la leyenda.

Primero el hombre fue hecho de barro, barro negro y arcilloso y lo hicieron caminar sobre la faz de la tierra, pero este hombre huía del sol porque lo derretía y huía del agua porque en ella se deshacía, este hombre así formado, era incapaz de admirar a su gran Creador Manifestador.

Entonces Ejitzak y Ajbit le dijeron: “Sólo estaréis hasta que vengan los nuevos seres”.

Después vinieron los nuevos seres: de palo de pito fue hecho el cuerpo del hombre y al mismo tiempo fue formada de TZIBAK la carne de la mujer, pero éstos tampoco fueron capaces de hablar y alabar a su Creador y Manifestador que los había formado como criaturas suyas. Por eso fueron condenados a perecer, sólo quedaron, según la tradición, como señal de su existencia, los micos que ahora viven saltando de árbol en árbol.

Finalmente el hombre fue formado de la planta sagrada del maíz.

El principio fue el maíz.

El hombre así formado tuvo corazón para alabar, comprender e invocar a su Creador y Manifestador.

Así recordaron la leyenda e invocaron a Tzacol, Bitol, Alom y Cajalom.

Un solo señor no puede ser dueño de la tierra –dijeron.

La tierra no tiene dueño –volvieron a decir.

Pero el señor dueño de toda la tierra repitió de nuevo:

Esta tierra fue de mis antepasados. Yo heredé esta tierra. Esta tierra es mía como mi voz y mis manos.

Sus antepasados fueron condenados a perecer –dijeron- y volvieron a invocar la leyenda:

“Y vino la inundación en forma de lluvia espesa como de trementina , bajando del cielo. Y llegó el nombrado XECOTCOGUACH, y les sacó las pepitas de los ojos; y vino después CAMALOTZ y les cortó las cabeza; y vino COTZBALAM y les devoró las carnes; y vino TUCUMBALAM y les escarbó las entrañas y les masticó los huesos y los nervios. Fueron pues pulverizados, despedazados y castigados...”. Así murieron sus antepasados. Y cuando esto dijeron ya no había hombres en la hacienda, ni bestias, ni pájaros ni agua. La tierra se fue quedando pelada, como cuando todo era una claridad deslumbrante; y murieron todos los árboles y se secaron todos los ríos y todo fue piedra sobre piedra.

Y el señor, que era dueño de toda la tierra, quedó solo sobre una roca, con sus títulos reales en la mano.

El mar fue llegando poco a poco por los cauces secos de los ríos hasta cubrir totalmente toda la roca.

Sobre las aguas del mar aún flotan los títulos reales.

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