20 de mayo de 2012

El parto


Fernando Centeno Zapata

El rancho amaneció con frío. El rancho era de paja y por sus lagrimales le goteaba la tristeza. Un viento helado golpeaba sus costados.

El rancho tenía profundas heridas en su vientre por donde le entraba el “airal”.

La Lupe molía y molía sin reposo, en una piedra larga, larga como una lengua de vaca. El cerdo lambeteaba en el suelo las migas y, de vez en cuando, de la boca de la Lupe salía un cansado:

Koché... Koché... y el animal, indiferente, pasaba restregándole las piernas.

La Lupe estaba cansada, sudaba como una bestia en subida, como un llano caliente –como sudar calentura; sus ojos hundidos, sus pómulos lucios, puntiagudos, su boca inflamada, sus manos hinchadas.

Las tortillas eran grandes: “d’iacomal” y salían del fuego tostaditas y temblorosas, echando humo, y la Lupe se mojaba las manos para sacarlas.

Ña Paula arreglaba el tapesco y entre las cañas que rodeaban el rancho hacía embarros “pa’evitar qui’el aire sople al chigüín”. La Lupe sudaba y oía voces de estímulo:

“Apuráte niña, pá quel cuartillo quedo molido, ya la cama ta lista. ¿Tiacordás del aceite?¿Dónde metiste la criolina? ¡Pa que viás! Te lo decía tu mama: quése jodido sólo tiba poner la queresa y sibescupir pa el llano. ¡Y vos babosa que no le creyiste pa agora estar en aprietos!”.

La Lupe seguía palmeando las tortillas, pero ya el palmoteo era más lento, muy lento, más cansado... Un chocoyo verde de anemia comíase la masa al descuido y a la orilla del crique, una ardilla chillaba entre las ramas prietas del níspero.

La Condesa con sus seis crías, rascábase las pulgas.
La Lupe inspiró hondo, muy hondo, y sintió que algo se le desprendía de las entrañas. Echó la última tortilla en el comal, se agarró con las manos la barriga y habló como pudo: “Yo ya creo, madrinita, me siento mojada”. Y se echó en el tapesco.

El aire en el patio era más fuerte, levantaba como plumas las pajitas del rancho y las llevaba lejos.

La lluvia seguía cernida como pa mojar ropa almidonada.

Ña Paula agarró a la Lupe por la cabeza, la alargó, le encogió las canillas y le dijo: “A la cuenta de tré, pujá...”.

La Lupe pujó y pujó.... pero nada. La madrina principió a inquietarse pero no se achicó: Se embadurnó las manos de los “tres aceites” y comenzó a sobijarla y a aconsejarle:

“Te lo dije, muchacha vieja. Al gran jodido quisiera verlo agora, pa que sepa loques pujar un hijo. Y vos Lupe ¿quedás convidada pa otro?” La Lupe meneó negativamente la cabeza. Ña Paula prosiguió dando sus consejos: “Sí, agora decí que no, pero tantito se te olvide ¡ya verás!; pero ya sabé qui en mi rancho ni te aparezcás, buscá pa el monte y que te coman los coyotes”.

El rancho ya olía a tortilla quemada. Ña Paula dejó el sobijo y fue a darle vuelta a la tortilla. Casi no llega al comal.

La Lupe volvió a pujar, y a pujar y a pujar, pero nada....

La madrina no se apichingó, brincó sobre la barriga de la Lupe y le dijo: Agora sí.....

La Lupe sudaba, como una bestia en subida, como un llano caliente ¡como sudar calentura! Por fin, dio el último pujido y... un grito nuevo en el rancho hizo espantar al chocoyo anémico de plumas y a la Condesa con sus seis crías que se rascaba las pulgas.

En el rancho se sintió nuevamente olor a tortilla quemada.

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