16 de abril de 2013

¡Yo ya soy un indio!


Jorge Eduardo Arellano

Yo, Gonzalo Guerrero, natural de Palos y náufrago con Jerónimo Aguilar y otros cinco andaluces, arribamos a las costas de Yucatán, pero caímos bajo el dominio de un mal cacique, que ofrendó la sangre de esos cinco andaluces a sus ídolos y celebró un banquete con la carne de ellos. A mí y a Jerónimo nos dejó para engordarnos. Tuvimos la suerte, sin embargo de quebrantar la prisión en que nos reducía y huimos por unos montes. Caminamos muchas lunas hasta llegar al territorio de otro cacique que nos trató con buena gracia.
Jerónimo, como buen cristiano, disponía de ciertas horas para rezar. En cambio, yo me prendí de esta gente y me enamoré de su tierra. Como no entendía su lengua, me fui a Chetemal, que es como la Salamanca de Yucatán, y allí me recibió e ilustró Nachaneán, señor que dejó a mi cargo las cosas de la guerra. Vencí muchas veces a los enemigos de mi señor y enseñé a mi nueva gente a pelear, mostrándole la manera de construir fuentes y bastiones. Luego me hicieron cacique. Labré mi cara y horadé mis narices, labios y orejas para traer zarcillos. Me casé con una india muy acomodada que me dio tres niños cuán más bonicos.

Un día, Jerónimo de Aguilar fue a buscarme desde Cozumel. Ya había decidido incorporarse a las huestes de Cortés. “Hermano Aguilar —le dije—. Yo estoy casado y tengo tres hijos. Tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. ¡Idos con Dios, que yo ya soy un indio!

2 comentarios: