2 de mayo de 2007

El Punche de Oro

Tomado de “El Punche de Oro de los Subtiava” (Fragmentos) en Milagros Palma: Sederos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.

El oro, metal precioso, eternamente brillante y resplandeciente, imperecedero frente a la acción corrosiva del tiempo, guarda en el recuerdo colectivo de nuestra América un valor simbólico con resabios sagrados. (...) Con este valor sublime, se proyecta una proyección nocturna que deambula como alma en pena en las oscuras noches desde que emerge intempestivamente en medio del furibundo oleaje del Océano Pacífico: El punche de oro.

Envuelto en una aureola segadora del resplandor de las luces bengalas, enciende las playas de Poneloya y todo su largo itinerarios hasta que arrastrándose llega a la comunidad indígena de Subtiava. La gran bola de fuego pasa por la ruinas de Veracruz, pero antes se detiene delante del puerta mayor de la iglesia de Subtiava para hacer reverencias al sol suspendido en la bóveda del vetusto templo.

Sobre este alucinante y misterioso personaje nocturno, una ancianita, guardiana de las ruinas de Veracruz nos habló una tarde de cielo plomizo del mes de agosto de 1973:
“...Aquí en Subtiava hay un inmenso tesoro enterrado y el espíritu de ese tesoro sale por las noches. Es un inmenso “Punche de oro”. Las personas que los han visto, dicen que es un punche gigante que brilla como el oro.

Todos los que han tratado de amarrarlo, no lo han logrado. Los que se atreven, caen privados apenas se le acercan y se quedan sin habla por varios días. El “punche” es el espíritu del tesoro de la comunidad indígena. Sale por las noches después de la muerte de su último cacique en manos de los españoles...” (...)

En León todo mundo han oído habla del “punche de oro” y muchos son los testigos que dan cuenta de esa dorada visión. Don Pedro, un vendedor ambulante del barrio San José, nos confiaba esta historia que él mismo oyó contar a un amigo, compañero de tragos, según sus propias palabras:
“...Una vez, un señor Zamora convidó a Juan Pacheco, mi compadre, para que el día de San Juan se echaran nos traguitos, y a Juan que no le gustaban esas cosas, por no despreciar, aceptó la invitación.

El día de la fiesta de su santo, que cayó en viernes, después de salir del trabajo el compadre se fue a cumplir con la cita a la cantina que da la vuelta al tamarindo. Ya de noche, tuvo que pasar por Veracruz y agarró por el lado del asilo, luego cruzó la plaza y siguió por un caminito que pasa frente a la iglesia. Cuando iba llegando propiamente a la iglesia de Veracruz, que está en ruinas, al pasar delante de la puerta mayor, vio un deslumbre en la salida de la propia puerta mayor que lo dejó casi ciego y caminando se fue tropezando por todas partes contra piedras y palos hasta quedar todo maguyado. Ese resplandor era el “punche de oro”.

Bueno, pues, en medio de su ceguera y su susto se dijo para sí: -Ese es el “punche de oro”, lo voy a agarrar a ese jodido. Por diosito que lo agarro. –Y se fue detrás.

Juan nos contó que eso es una maravilla. El tal punche brilla como el oro y los ojos son como diamantes de fuego.

Entonces se va detrás del punche que corre y corre por esos montarascales, se iba arrastrando el animal, pero cuando iba a llegar a agarrarlo se le volvió un hombre inmenso, del tamaño de un gigante. Apenas se le apareció el hombrón, Juan ya no pudo caminar, los pies se le fueron poniendo pesados como que le hubieran amarrado unas canteras en cada uno y por último ya ni siquiera los pudo mover porque parecía que se le hubieran pegado a la tierra.

Así atorado, sin poder moverse, cayó sin habla, privado y hapasado con calentura como dos o tres días y no hablo durante siete días, con la ayuda de la gente que sabe de esas cosas, con esto y con el otro.

Ese punche sale dos veces al año, sale a mitad de la semana santa o antecitos. En la mera mitad del invierno, en agosto sale también. Todo mundo sabe que el día que agarren al “punche de oro” van a desencantar al cacique Anahuac, que los españoles ahorcaron en el tamarindo que ahí está todavía en Subtiava. Dicen que el palencon vive perennemente cargado, todo el tiempo está dando tamarindo y da unos tamarindos gigantes pero que no se pueden comer. El punche sale para que uno de la comunidad de Subtiava lo agarre y lo desencante...”

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