7 de mayo de 2010

Compañero de cama

Adolfo Calero Orozco

Pedro Montes estaba de mandador en “El Dulce Nombre”, una hacienda situada cerca de Nandayosi, por la costa sur. Como en aquel tiempo los caminos eran más largos que ahora, él nunca hacía el viaje a Managua de un solo tirón, sino que salía de “El Dulce Nombre” con la fresca de la tarde, prefiriendo las noches de luna para sus viajes. A la caída de la media noche llegaba a “La Plancha”, una fincucha de café; allí echaba un buen “peloncito” y muy al alba se ponía otra vez en marcha, con la bestia descansada y él fresco, y lograban entrar a Managua entre nueve y diez. El regreso lo hacía Pedro en la misma forma, pues “La Plancha” estaba más o menos a la mitad del camino y era de Fulgencio Roque, un compañero antiguo, tismeño como él, que dormía en un tabanco libre de puertas y con acceso al corredor de la casita, hasta donde podía subirse sin molestar ni pedir permiso a nadie con sólo que los perros lo conocieran a uno.

Muchas veces hizo Pedro Montes el viaje aquel y generalmente Fulgencio lo sentía llegar y echaban su platicadita. A la partida, Pedro tenía siempre buen cuidado de hacerla muy calladita para no despertar al amigo.

La vez del cuento era en febrero. Ya habían “cortado”, pero todavía hacía un frío que parecían dos. Pedro llegó a “La Plancha” a la hora de costumbre; la luna ya se había puesto y estaba muy oscuro. Lo único de particular que había notado Pedro en el camino era que hubo muchas exhalaciones en el cielo después que se fue la luna y que cuando entró a la finca los perros no le ladraron ni se le acercaron, como otras veces, para olfatearlo primero y colearle después, sino que más bien dieron su aulladita, y eso sin acercársele mucho. El desensilló y a tientas, como que conocía muy bien la casa, dio con el poste picado en escalones que conducía al tabanco. Subió y llamó a media voz:

¡Fulgencio!... ¡Full!... ¿Estás sorneado?

Fulgencio no le contestó. Pedro pensó: “Andará mujereando esta carajo… o tal vez en Managua…”.

Pero mientras se acomodaba, tentando dio con Fulgencio, que estaba acostado, medio envuelto en su “tigra”…, y dio también con una botella y un vasito, que por cierto hasta por poco los bota. Pedro murmuró: “Ah…!”, comprendiendo lo que había pasado, y aún pensó en tomarse él mismo un traguito sueñero, pero estaba cansado y prefirió echarse a dormir. Se envolvió él también en su chamarra y se estiró tras una ligera persignada; más tarde el frío lo hizo arrimarse un poquito a Fulgencio, y luego se quedó profundamente dormido.

A los primeros cantos del gallo Pedro se levantó. Pensó otra vez en el trago, pero tampoco lo tomó. Bajó cuidándose de no hacer ruido, aguó al caballo, se enjuagó él, ensilló y se puso en marcha pensando en una taza de café negro caliente donde la Chila López, por donde siempre le tocaba pasar a eso de las seis de la mañana.

No habría andado ni media legua cuando se encontró con un montado y dos hombres a pie; en la semioscuridad del amanecer no los conoció; pero cuando el montado dijo: “Adiós, amigo”, Pedro reconoció la voz:

¡Fulgencio! ¡Bandido! ¿Dónde pasastes la noche? ¿Dónde la Chila o dónde la Gregoria?

¿Sos vos? Idiay…!No te conocía!

-Yo, ¿y quién va a ser? Bueno, pero ¿de dónde te la traés? En mis cuentas yo acababa de dejarte en el tabanco de “La Plancha”…

-De buscar a éstos. Anoche se me murió Luis Ortega…, no tenía ni con quién enterrarlo… Entonces mejor me vine hasta donde la Chila López a pasar la noche y ahora me traje a éstos para ir haciendo el hoyo. Más tarde van a venir otros muchachos. ¿Por qué no nos volvemos y te quedás para luego?

-¡Luis Ortega!... Y ¿qué le pasó?

-Una culebra cascabel … Pero a vos, ¿qué te pasa?

-¿Dónde dejaste al muerto? ¡Contéstame!

-Pues en el tabanco…

-¡Chocho! Allí dormí yo…!y creía que eras vos…!Hasta te hablé…!Hasta creí que estabas tragueado!

-¡Bárbaro! ¡Dormiste con un muerto!

Pedro Montes estaba temblando. Sudaba helado. Tuvo una basca seca y un calenturón que casi se muere.

No hay comentarios:

Publicar un comentario