24 de noviembre de 2011

La tierra es la tierra

Adolfo Calero Orozco

El patrón, como cumplía, acompañó a toda la mocería y un buen grupo de comarcanos que formaban el fúnebre cortejo, cuando el entierro de Chico Luis. Fue una lástima la muerte de Chico Luis, tan trabajador y tan moderado y dos hijitos tan simpático; joven él y todavía más joven su mujer, la Chilita.

La ceremonia fue breve y sencilla y fuera de las impertinencias mal recibidas de uno que otro bolo rezagado, que todavía andaba en la cabeza el zumo de los tragos de la noche de la vela y las refrendas del día, todos los circunstantes mostraron recogimiento y pesadumbre.

Cuando el rudimentario ataúd sonó un golpe seco y quejumbroso avisando que había tocado fondo, los compañeros que hacía de enterradores tiraron los mecates y Chico Luis quedó definitivamente instalado sobre el plan de la fosa cuadrangular, de siete cuartas de hondo concienzudamente medidas. Los muchachos de las pala se adelantaron.