Ulises Juárez Polanco
1.
¿Qué
recomienda el manual de instrucciones cuando nuestro rostro se asoma al espejo
y uno no se reconoce? Soy un fugitivo, Gregorio Samsa después de la
metamorfosis, no soy el de hace unas semanas. He cambiado. Bruscamente. Debo
hacerlo, no hay marcha atrás, es lo mejor para mí y mi pareja. Alguien me
apura, por la espalda me fastidia y apura. Agua en mi rostro para limpiarme,
las palmas de mis manos uso como vaso y bebo, me limpio la cara y me asomo con
temor a ese rostro que, macabro, me mira desde el interior del espejo. Alguien
que no soy yo.
2.
Es sábado
por la mañana y el Mercado Oriental está a reventar. El corazón del comercio
capitalino es una gran mancha que desde arriba, cuando los aviones pasan rumbo
al Aeropuerto Internacional, parece una orbe en miniatura dentro de Managua,
muñecas rusas urbanas. Aquí se promete desde un alfiler hasta mansiones
completas, y si las leyendas son ciertas, misiles SAM-7, submarinos rusos y
hasta una avioneta cuyo descubrimiento, sin aparecer en los noticieros de nota
roja, se trató de aquella bautizada como Narcojet. Todo aquí tiene precio.
Todo.
El joven
Julio Cortés salió de la letrina improvisada y pagó los dos pesos a la señora.
Preguntó dónde quedaba el área de las verduras y dio un nombre. La señora obesa
que llevaba las cuentas, le dijo, «por allá, ¡sinvergüenza hijueputa!». La
reacción no tuvo relación con la tardanza en el lavamanos, menos, con la
ubicación del área de verduras. Era el nombre por quien había preguntado.
3.
«Cuando
me busqués el sábado, preguntá por el Señor de las cunas, ahí en el área de las
verduras. En el mercado todos me conocen, no te me vas a perder. Llevá todo el
dinero que no tengo tiempo para regalar; si me regateás, olvidáte de mí. Soy
directo, a mi modo, o ni modo. Si sentís que estás cambiando de opinión, decíte
a vos mismo: ‘Debo hacerlo, no hay marcha atrás, es lo mejor para mí y mi
pareja’. Te me vas de camisa roja, gorra negra y lentes oscuros, para
reconocerte. No te preocupés, una vez que llegués, yo sabré que estás aquí».
No podía
sacarse de la cabeza la conversación telefónica. Pensando iba, cuando una niña
le salió al paso:
– ¿Qué
anda buscando, señor? ¿Seguro que no quiere que le venda algo? Quizá para su
muchacha…
– Nada,
nada. Ando buscando unas cosas para la casa. Dame lugar…
– Tengo
unas cunas bien bonitas para usté.
La línea
se hizo materia y espada cruenta le rompió su costado. Ni el calor infernal del
mercado con todo su genterío evitó que dos gotas heladas le perlaran la sien.
De su frente para dentro había una gran masa derritiéndose paralizaba por
completo. «No se preocupe, ni tiene que decir nada, sólo sígame», le pareció
escuchar antes que la niña le tomara la mano y lo condujera por los
laberínticos trechos del Mercado Oriental. Julio Cortés era un autómata
ambulante.
4.
– Así que
vos sos el famoso Julio. Te imaginaba diferente – escuchó el autómata. La mesa
estaba al fondo de un tramo que publicitaba objetos, libros y revistas
religiosas. Antes, durante la caminata con la mujer, sintió la angustia de los
hombres que entraban al laberinto del Minotauro. Ahora, sólo atinó a balbucear
un par de palabras incompletas, evitando mirar a los ojos del Señor de las
cunas.
– El
asunto es el siguiente. Como te tardaste en actuar, hay que entrar y sacar. Eso
lo hago yo, rápido, en unos minutos. Después, yo desaparezco, me hago humo,
pero te ofrezco asesoría y acompañamiento a distancia después del procedimiento.
Soy médico, o lo fui, es lo mismo. Todo esto es 100% seguro, pero por si acaso,
en caso de irregularidad posterior, llamás a este número, avisás, y te me vas
al Velez Paíz, ahí vas a emergencias, preguntás por Carlita o Martita que ellas
te atienden sin hacer preguntas. Por todo este servicio, son mil verdes. ¿Hay
trato?
Julio
Cortés, 26, administrador de empresa y gerente de ventas de una lujosa tienda
de ropa de la familia, sacó diez billetes de cien dólares; contándolos, recordó
que a un trabajador suyo le habían cobrado menos de 100 dólares. Tuvo
intensiones de reclamar, mas le venció el miedo, ese monstruo de mil cabezas
que inventó Poseidón. Nadie tenía idea lo que estaba haciendo. Ninguno de los
dos estaba listo para lo que estaba sucediendo y menos lo que sucedería en
pocos meses si no se detenía. Era una pesadilla de la que, desde hace un mes,
no podían despertarse. Una espaciosa oscuridad.
– Estamos
listos, y cuando vayás a hacerlo, me llamás el día temprano, llego, entro, saco
y vuelo. Aquí somos dedicados y honestos en nuestro pegue, y cumplimos lo que
prometemos. Preguntále a Ricardo, que te puede dar las buenas referencias.
– Ya le
pregunté. Estoy claro de todo. Sólo le pido discrecionalidad en este asunto.
– Claro,
claro, ¿y vos qué creés? ¿Que yo soy 22-22 o Canal 10 para meterme donde no
debo? Noooo, por algo me dicen el Señor de las cunas, porque soy tan fino en mi
negocio que hasta las madres me confían sus bebés, nadie se dará cuenta bróder…
Para cerrar el bistec, dame un abrazo.
Era el abrazo
de un caníbal listo a devorar su almuerzo, pensó el autómata.
5.
Julio
Cortés comienza a recuperar el control de su cuerpo, lucha por salir del
Mercado Oriental lo más pronto posible. Quiere desvanecer su cuerpo, hacerlo
arena y cabalgar el viento sin que nadie lo vea. La intensidad paranoica de ser
vigilado le punza en la cabeza. Siente que los escasos policías y vigilantes
del mercado lo siguen, la multitud le sigue, recuerda los sucesos del
francotirador gringo que mata desde quien sabe donde, y Julio, solo, sólo se
siente en la mira del rifle. Hace lo que un hombre normal haría en la misma
situación: correr desesperadamente hasta un supuesto lugar seguro, esto es,
subirse a un taxi, cerca de la Carretera Norte. Lléveme a Metrocentro, le dice
desde el asiento trasero, y se sumerge en un sueño de ojos abiertos.
Al
bajarse en Metrocentro frente a Radio Shack, entra directo a su oficina. Son
las 3 de la tarde. Pide que nadie le moleste y llama al celular de Rossana,
para encontrar que similar a las últimas semanas, está apagado e invita a dejar
un mensaje. «Amor, ya lo tengo. Voy mañana por la mañana, ¿está bien?», dice
a la contestadota y corta. Repasa todo lo del día e inexplicablemente, la
tranquilidad le mira desde la esquina, por primera vez en buen rato.
«Esto hay
que celebrarlo a lo grande». Toma otro celular guardado bajo llave en una
gaveta y le dice a la persona al otro lado de la llamada que llegará en un
rato. «Te tengo buenas noticias. Hoy hay fiesta».
Le había
bajado el volumen a la angustia de la mañana.
Se asoma
a la puerta de su oficina y desde ahí llama a Ricardo Santana. Le actualiza lo
sucedido durante la mañana y le pide que se encargue de cerrar la tienda.
«Acordáte que ya este mes te subo el sueldo, ¿ok? Voy a salir ahorita. Vos
mandás el resto del día. Ah, y si llama la Rossana, decile que tuve que salir
de emergencia a desaduanar unos productos. Ahí ve que inventar si se pone a
preguntar.»
6.
Aparcó su
Toyota Yaris frente a un apartamento de la Colonia Centroamérica. De su
bolsillo extrajo el celular verde y volvió a llamar al mismo número. Una voz
femenina le contestó. Bastó un “estoy afuera” para que la puerta del
apartamento se abriera. Ábrete Sésamo, pensó a las cinco de la tarde.
Sabemos
lo que ocurrió en las siguientes dos horas: Julio Cortés entró al apartamento,
besó en la boca a Luisa Ventura, apretó sus nalgas de ébano y acarició sus
pechos bebiendo en el sendero de una lujuria animal, devorándose él a ella y
ella a él y terminar fundidos en un cuerpo único. Sudaron tanto que el efecto
del licor se desvaneció inmediato, dejando la cama completamente humedecida.
Rito ya frecuente, tuvieron que exprimir las sábanas para luchar contra el
exceso de líquidos y fluidos. Disfrutaban esta rutina placerosa, especialmente
los últimos días cuando Julio urgía un vientre amigo.
Se vistió
mientras la muchacha tomaba un baño. Ella en la ducha y él en el dormitorio,
platicaron sobre los últimos acontecimientos. Callada, Luisa escuchó la
historia. Había algo que no estaba bien. No tenía relación con saber que el
hombre al que acababa de entregarse estaba comprometido, eso era información ya
procesada. Tampoco los planes del mismo hombre, pues durante los últimos días
fue ella quien lo consoló con sexo astronauta. Era una mera sensación, sexto
sentido femenino cuya realidad, posteriormente, descubriría desabrigada de todo
coraje.
– Ya me
voy a ir, que la Rossana me llama a la casa siempre a las 10 antes de dormirse.
Él estaba
mejor. Ella, cada vez menos. Se despidieron.
A las 9
de la noche con 10 minutos, el joven Cortés estaba de regreso en su casa,
ubicada en Altamira, cenando con su madre y dos hermanas. A las 9 con 59, el
teléfono de su casa sonó.
7.
Luisa
Ventura, 25, amiga de infancia de Julio Cortés, poseía una belleza exuberante.
Su madre era una costeña descendiente de garífunas y su padre un chele
británico que trabajó para BBC a inicios de la década sandinista. La historia
que unió a sus padres es la siguiente:
Mr. John
Ventura trabajaba un reportaje in situ sobre el territorio que alguna vez fuese
protectorado británico, conocido como la Mosquitia, hace más de siglo y medio,
pero que duró poco, pues pasó a llamarse Departamento de Zelaya cuando, en
1894, Nicaragua reincorporó el territorio guiada por Rigoberto Cabezas.
Actualmente, en los tiempos de Luisa Ventura, pasaron a conocerse como Regiones
Autónomas Atlántico Norte y Atlántico Sur.
Emilia
Sambola trabajaba de mucama en una mansión blanca de madera caribe construida
sobre una loma, una de las más grandes de la ciudad de los campos azules. No
ganaba mucho dinero, pero disfrutaba de la seguridad de un techo y comida
diaria. Por esas cosas del destino, Mr. Ventura llegó a parar a la casa de Mrs.
Sambola. Se enamoraron inmediatamente y a los 8 meses Emilia Sambola pariría a
Luisa Ventura, mientras el desesperado padre tomaba el último vuelo del día
Managua-Bluefields, después de un vuelo en avioneta desde Londres. Antes que
Emilia quedase dormida con Luisa, llegó Mr. Ventura, justo para dar la primera
buenas noches a su primogénita. Era 1983.
8.
«Y
entonces, Ross, ¿qué vas a hacer?», pensaba para sí Rossana Ortegaray, 23,
tercer hija de un militar de alto rango. «Si ya te metiste en esto, ahora hay
que terminarlo, ¿no? Mañana será un día largo.» Se acomodó en su cama, y ahí,
presa del temor, cayó en los brazos de Morfeo.
9.
– ¿Y ya
te hiciste la prueba de embarazo?
– Sí, la de orina, sí… dos veces. Siempre el resultado es negativo.
– ¿Y entonces porqué me salís con que estás embarazada?
– ¡Porque ya tengo más de seis semanas de retraso! ¡Seis! En dos días serán ¡siete!
– ¿Y es mío?
– ¡Y DE QUIEN MÁS, IMBÉCIL!
– Ya, ya, ya, no grités, que tu papá va a venir a vernos… ¿y de sangre?, ¿Por qué no te hacés un examen de sangre? Así salís de la duda…
–Mi papá se daría cuenta si voy a una clínica, vos sabés que soy su hija, su bebé, su tierna, y por su trabajo, sus informantes me delatarían antes que yo misma decida si voy o no voy…
– ¿Y qué hacemos?
– Nos quedamos dos: vos y yo.
– ¿Ah? No entiendo.
– No seremos tres.
– No seremos tres.
– Sí, no seremos tres.
– Nos quedamos dos: vos y yo.
Domingo.
Dos semanas después. Julio Cortés recordó la conversación al despertarse. Se
levantó y marcó el número entregado por el Señor de las cunas, avisándole que
«la pizza va en camino». Saludando a su madre, doña Julia, desayunó huevos
revueltos con jamón, una rodaja de pan, una taza de café bastante cargada. Sin
darse cuenta, al terminar su desayuno había explicado a su madre que saldría a
pasear con su novia fuera de Managua, y que lo más probable es que regresarán
hasta el martes. Le recordó que su hermana Carmen se haría cargo del negocio,
que ya todo estaba arreglado con el joven Santana. Doña Julia sólo le miró,
bendiciéndole la frente con un beso y un «te me vas con cuidado, mi angelito».
Una vez
arreglado, dispuso todas las herramientas extendidas sobre su cama. Su celular
particular, las llaves de su carro, la factura anticipada de un cuarto en un
hotelito sobre Carretera Sur, una mochila con toallas, ropa de cama, dos
camisetas y un botiquín de emergencia con pastillas para el dolor y relajantes,
entre otros detalles. Agregó un condón, «no vaya a ser y me entran las ganas».
A las 9 y
cinco minutos de la mañana, estaba en camino a la casa de los Ortegaray.
10.
¿Quién en
su sano juicio se haría llamar El señor de las cunas? ¿Y quién, aún más
insensato, confiaría en alguien con tremendo apodo?
11.
Mientras
Julio manejaba su vehículo plateado, se sentía divagar en una nube densa de
contradicciones y temores. Al doblar en la Suburbana, justo frente a la
Embajada brasileña, encendió la radio y puso un disco de reguetón para animar
el ambiente de aquel carro fúnebre.
Al pasar
por el retén policial de Carretera Sur, el oficial de tránsito José Gutiérrez
apenas escuchó un fragmento de ♪¡Castígala! ¡Dale un latigazo! Y coge
un latigazo... ¡Perréala! ¡Coge un latigazo! ♫ El reloj marcaba las 11
y 53 minutos de la mañana.
Estate
tranquila amor, que todo va a salir bien, dijo Julio, pero en su interior la
culpaba por quedar embarazada antes de “lo planeado”. Segundos después de pasar
el Calasanz, entraron a un camino de tierra que les llevó al hotelito.
12.
Cuando
Mr. Ventura intentó por todos los medios posibles llevar a su nueva familia a
Londres, para residir y disfrutar the civilized style of life, en
la sangre de Emilia Sambola retumbó su sangre garífuna.
– No, nos
quedamos aquí. Aquí vinieron mis padres y los padres de mis padres, en esta
tierra nací yo y nació mi hija, aquí viviremos.
– No, nos
iremos a Londres. En Londres tenemos todo. Es mucho mejor para la niña…
Doscientos
años antes, los británicos expulsaron de San Vicente y Granadinas, lágrimas de
tierra en el Caribe, a todos los garífunas, después de luchas sangrientas por
territorio. Antes de ser esclavos, prefirieron emigrar a las costas caribeñas
de los países centroamericanos…
–
¡Jamás! ¡Yo no me voy allá! ¡Yo muero aquí! You bastard, I knew it all the time… ¡Esta niña no será esclava, no lo será, por mis
ancestros que ya no están que no lo será!
– ¿Pero
de qué estás hablando?
– Ahorita
mismo nos vamos, nos vamos… You know the history of my people!
(La
historia de los garífunas es compleja y trágica. Descienden de indígenas y
negros que llegaron a las islitas del Caribe cuando hace cuatro siglos un barco
británico en donde viajaban como mercancía, esclavos, maquinaria de carne,
naufragó sin causa aparente. Los esclavos venían cantando, y así murieron…)
Los
Ventura no abandonaron la Costa, pero sin explicación aparente, a los pocos
días murió Mr. John, víctima de una indigestión que ningún médico ni curandero
supo explicar. Emilia algo sabía.
13.
– Amor,
me he sentido mal. No estoy segura si esto es lo mejor.
– No te
preocupés, esto es lo mejor. Vos lo dijiste, lo mejor es quedarnos dos. Vos y
yo…
–
…sí, pero no me siento bien. Creo que es mejor esperar que…
– Son los
nervios, mi amor. Tomate estas pastillas para relajarte.
– Pero es
que de verdad no me siento bien, y no sé si sea buena idea. ¿Por qué mejor no
esperamos hasta mañana? Es que creo que voy a…
– No,
niña, ya lo platicamos esto varias veces. Es lo mejor, acordate...
En el
cuartucho, un aire rancio llenaba los pulmones. Al procurar encender el aire
acondicionado, un ruido seco aconsejó abrir las ventanas. No. Las ventanas no
se podían abrir, por precaución. Julio Cortés y Rossana Ortegaray oyeron llegar
un carro. Los nudillos del Señor de las cunas tocaron la puerta. “La pizza está
aquí”. Entró. Rossana lo observó atrapada entre los barrotes de la angustia.
14.
Dos
piernas abiertas. Un hilito de sangre. Un puño ardiente que abriéndose,
desgarra el interior de Rossana. Luego, mucha sangre. Sudor. Nerviosismo.
Calentura. Dolor en todo el cuerpo. Me duele todo. Ayyyyy. Negritud. Sangre.
Choques eléctricos. Relajación. Menstruación. Un grito. Más menstruación.
– ¡Esta
mujer no está embarazada!
– Es que, no me sentía que…
– …amor,
¿y esa sangre?
– No sé,
no sé, supongo que… no sé-, contesta ella, perpleja pero sin esconder su
júbilo. Creo que el estrés del trabajo… o no sé…
El joven
Cortés no sabe qué hacer. Alegría o enojo. Alivio o rencor.
– Bueno,
supongo que esto significa que puede regresarme el dinero…
El Señor
de las cunas se fue antes, como un pájaro que vuela libremente.
15.
Suena el
teléfono.
–
Corazoncito, ¿estás en tu casa? Hay algo bueno que quiero contarte…
– Yo
también, pero no estoy segura si decírtelo… ¿Vas a venir?
– Lo que
sea, ¡ahorita me resulta lindo! Llego en una hora…
16.
Garífuna
significa dolor profundo. Algunos concuerdan en que ese nombre
viene por la desocupación perpetua que ha sufrido este pueblo, generación tras
generación. Otros, más atrevidos, afirman que existe un toque divino que
castiga a quienes se burlen de sus últimos descendientes. Nadie lo sabe con
seguridad.
17.
– Amor,
¿cómo estás?
– Mal, no
sé qué hacer…
– ¿Pasó algo
malo?
Luisa
Ventura rompe a llorar. En su mano, un papel de un laboratorio tiene algunos
datos que no alcanzamos a leer con claridad. Que nosotros no veamos, no impide
imaginar el desenlace de este cuento.
Que lo
diga Luisa, garífuna, soltera y quien pronto regresará a la Costa. Con dos
meses de embarazo.
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