16 de abril de 2013

Ángel


Eugenio Torrez Díaz

Tirado en la oblonga habitación, en donde la humedad lo mantenía tiritando por las noches, recordó el fallido intento de suicidio que lo había dejado como vegetal. Y ahora que había recuperado sus facultades psicomotoras, podía mirar en el tragaluz, la luna en pleno plenilunio, colorada, roja, llena de revelaciones en donde el estupor salpicaba sus ensangrentadas mientes e ilusiones.

Como un espantapájaros, ocioso, y con la conciencia hecha jirones se postraba todas las noches a contemplar el espectáculo, que sólo era real y visible en su febril imaginación, y que como una noria se movía sin cansancio, hasta que el viento interno de las efigies se fugaban al amanecer; ya que el ardiente sol le humillaba su “Yo”, y el alter-ego lo transformaba en una araña o en una sierpe humana. En un hálito de luz que se filtró por el techo miró de nuevo la mañana, sin crepúsculo y sin su aurora.

Al volver a caer el sol, en el negro pizarrón, una estrella se metió por uno de sus agujeros, y por horas contempló al ángel que lo aconsejó, y que como un farolito celestial se acostó con él, cobijándolo con la negra sábana de agua que se avecinaba.

Llovió. La lluvia que en forma de gotero podía ver y sentir en sus desnudos pies lo aletargó. Y haciendo caso omiso a las frías gotas y a la espesa oscuridad, se dio cuenta que la luz del ser como un enorme chorro caía en cada gota color plata, mojando aún más la cruel prisión. Frederick Müller, en aquel metafísico instante con la ayuda angelical pudo al fin mascullar.

“Otra dura y oscura rueda que me gasta la vida hasta convertirla en cósmicos pedazos, que me alimenta el alma. Y el espíritu que pulula en lejanas espirales o primaveras, y que se realiza en el corazón para ser verdad, me recuerda los círculos rotos que mucho han vivido los afanes y aventuras de otros tiempos.”

Enfatizó diciendo para luego agregar con vehemencia ¡Hoy en esta circular cobija sin estrellas u hoyos por donde se asoman los destellos y se perfilan negros nubarrones que me dejan caer sus mojadas lágrimas.

En esta noche con luz angelical y sintiendo el aguacero en mis entrañas el ángel me sana. Porque en este dantesco círculo no se escucha caer el agua. Todo mi amor es para el ángel que me miró nacer, y que hoy me viene a matar o a salvar. Terminó diciendo a la vez que se arrastraba en la oquedad de aquella misteriosa y divina visión.

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