(I)
Piezas de un cuento que leí en un libro de cuyo título ya no me
acuerdo
Hubo una vez un hombre joven que dijo que se iba para siempre. Y
en aquel pueblo, al principio, nadie le creyó del todo.
(II)
Porque nadie entendía cuál era el propósito de irse, y mucho menos
de para siempre. Hasta entonces, que se supiera, no había ocurrido un hecho tan
extraordinario. Aquel hombre joven tenía familia, responsabilidades. Y aún más,
no hubo quien pudiera encontrarle, entre los propios y los ajenos, un solo
rencor, un solo enemigo.
(III)
Al poco tiempo de marcharse, en el pueblo no se oyeron más
comentarios sobre el acontecimiento, salvo el callado rumor de los que pensaban
que aquel joven sufría un delirio, y esperaban que pronto se acabaría. Nadie se
había marchado de ese modo, si no era con los pies por delante u obligado por
las circunstancias del destino.
(IV)
“Volverá. Sin duda, volverá”, apostó un viejo en la taberna dos
vasos de aguardiente. “Y traerá algo bueno para todos. Seguro. Será una
sorpresa. Ha ido a buscarla por nosotros”.
(V)
El caso más parecido había sido el de una mujer que huyó del
infortunio en los años de la escasez, pero volvió a los dos meses para rehacer
su vida. Ahora había pasado más tiempo, casi un año, y como el joven no volvía,
los rumores tejieron un misterio. De boca en boca se iban enzarzando las
conjeturas. “¿De qué tuvo tanto miedo para huir así? Pero todo pasa, y seguro
que volverá. Nadie aguanta ahí fuera mucho tiempo”.
(VI)
Y después pasaron más años sin que el delirio acabase. Seguían sin
encontrar la razón que justificase aquella marcha. Tampoco se acordaban de qué
podía buscarse tan lejos del pueblo. Nadie creía que el único afán de un hombre
joven pudiera ser el de irse para siempre. El viejo de la apuesta concluyó que
ése era el último remedio para quien se calienta la cabeza con demasiadas
preguntas y sólo haya una respuesta: irse. “Eso no es lo mismo que dejarse ir”.
(VII)
Precisamente era a los viejos a los que les preocupaba especialmente
aquella marcha del hombre joven. Les había costado tanto en otro tiempo, habían
luchado en condiciones tan adversas para que las cosas estuvieran como ahora,
que no iban a permitir que esa impostura alterase la convivencia del pueblo, y
se contagiase una epidemia general de sinsentido.
(VIII)
Y al cabo del tiempo, al no poder resistir una ausencia que se
había hecho, por extraña, tan pesada, decidieron, con la normalidad de los
días, que el hombre joven que se había ido para siempre dejara de ser el sin
vivir del pueblo por consenso. Así que lo hicieron regresar hasta el tiempo
anterior a su partida y se acomodaron a la idea de que nunca se hubiese ido. Y
conversaban con él, dormían con él, soñaban con él, y se despertaban “como si
él estuviera aquí, entre todos nosotros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario