Francisco Valle
Sonó el
teléfono a medianoche y desde lo profundo del sueño desperté. Yo me dije: es el
milagro. Rápidamente me levanté y contesté. “¿Quién habla?”, me preguntaron del
otro lado. Diciendo mi nombre, respondí, con la voz anhelante, quebrada de
soledad y sueño, seca. Como si las aguas del mar entraran de pronto mojando
piadosamente un yermo de cruces y sepulturas, volvieron de nuevo a preguntarme
del otro lado de la línea, “¿quién habla?”, y yo repetí otra vez (más alto),
las sílabas de mi nombre. En la desierta plazoleta que se miraba desde la
ventana sólo se escuchaba la respiración de la noche. Un tren solitario se oía
pasar con un retemblor de puentes en las distancias. Después de un largo rato
de silencio envuelto en el misterio (cuando la mujer abre los ojos y la vence
la luna), una voz lejana dijo al fin: “número equivocado” y colgó.
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