28 de julio de 2014

Liwa Mairen Tara

Por Martha Cecilia Ruíz

Cuando su padre le dijo que había arreglado una boda para ella, guardó silencio y recordó la historia de su nacimiento.  Durante el parto,su madre miraba la hermosa colina cubierta por un pasto verde, pequeño y uniforme,que ante la lluvia mostraba más gracia que cualquier flor y más resistencia que todos los árboles en la rivera del Wangki.

Después de abrazar y besar a la tierna,la joven madre recitó uno a uno todos los tonos de verde y que conoce el pueblo miskito, cantó todos los nombres que toma el viento sobre la tierra y sobre el agua. Recitó las palabras olvidadas para describir bosque y lluvia. Cerró los ojos y nunca más despertó.

La madre de su madre, la crió y la amamantó como al resto. Nunca faltó leche en aquellos pechos que alimentaron durante más de veinte cosechas una criatura tras otra,  para crecer, soñar y morir junto al río.

Según la costumbre, Tara estaba lista para casarse, sabía preparar wabul, encender el fuego,  atrapar y cocinar toda clase de animales, curar heridas, hacer trajes de tuno y decorarlos con colores prestados a raíces, flores y hojas de todo tipo. Además todos la conocían por la fuerza de sus pulmones tanto para cantar y nadar.

No quería casarse, temía morir como su madre, soñando ser libre, a menudo se sentía culpable y sola. Pero en el agua era libre ¿volvía acaso al vientre de su madre?

“¿Dónde estás mi madre?”, gritó a un manatí,  que tranquilo y todavía con alimento en la boca, le respondió: “no lo sé”.

No hubo sorpresa, simplemente una conversación franca sobre su deseo de alejarse de su pueblo y decidir por ella misma. El manatí contó su historia y cómo había dejado a su gente para convertirse en un ser marino.

La criatura inmensamente gorda y sensible le confió el secreto, al tiempo de advertirle que eran necesarios tres días con sus noches para la transformación. -“Imposible”, dijo Tara, “mañana me casan, tiene que ser hoy”.

Entre los dos buscaron en el agua y en la tierra todos los ingredientes. Al atardecer Tara miró la colina, las casas dispuestas en círculo alrededor de la misma, trató de guardarlo todo en su corazón. Pronto sería un manatí,  vio sus piernas, sus brazos y por un momento dudó. Pero recordó la sensación bajo el agua, el reposo al flotar viendo al sol.

Bebió de un sorbo la pócima. La transformación empezó por los pies, lenta y dolorosamente, debía hacerlo en un sitio seco y tranquilo, cualquier alteración podría significar la muerte.

Al amanecer, ya la mitad de su cuerpo  se había convertido. Cuando oyó la voz de su padre y otros hombres que la buscaban, casi inconsciente se tiró al agua, fue ahí cuando supo que seguía teniendo brazos, también pechos y que su cabello todavía era largo.

Rumbo a mar abierto, olvidó el dolor y empezó a cantar en la lengua de los manatíes.

Los hombres solo vieron la cabeza de mujer y la enorme cola de pescado.

-¡Liwa mairin!, gritaban, ¡liwa mairin se llevó a Tara!

2 comentarios:

  1. Este es un blog para tener tiempo (!¡) y perderse por aquí.

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    1. Martha Cecilia Rui4 de febrero de 2016, 14:38

      Gracias María, tus palabras me emocionan. Gracias por el maravilloso regalo de tu tiempo en este blog que retoma las leyendas nicaragüenses y apoya la difusión de nuestras obras. Y gracias especialmente a Rolando Mendoza por mantener este hermoso espacio. Atte- Martha Cecilia Ruiz

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