12 de marzo de 2012

Historia de la pricesa Psiquia...


HISTORIA PRODIGIOSA DE LA PRINCESA PSIQUIA SEGÚN SE HALLA ESCRITA POR LIBORIO, MONJE, EN UN CÓDICE DE LA ABADÍA DE SAN HERMANCIO, EN ILIRIA
(Cuento de navidad)
Rubén Darío

I
De la ciudad en que moraba la princesa Psiquia, y del rey mago, su padre

Muy más allá del territorio de Emesa, en Fenicia, en tiempo de las persecuciones de Segundo y de las santas prédicas del santo varón Onofre, Liborio, monje, escribió la peregrina historia de la princesa Psiquia, la cual fuele narrada por un gentil purificado con las aguas del bautismo; el cual gentil había habitado la ciudad portentosa en donde se verificaron los sucesos en estas páginas rememorados. Este monje Liborio fue amigo de Galación, el santo, y de Epistena, que padecieron martirio bajo el poder del emperador Decio.

Y era en la ciudad en donde habitaba el rey Mago, la mayor y más grande de todas las ciudades de un vastísimo y escondido reino de Asia, en donde los hombres tenían colosales estatuas y costumbres distintas, y maneras de otro modo que todos los otros hombres y por cuanto no había llegado todavía, en el tiempo en que pasó la historia que nos ocupa, la luz que los Apóstoles derramaron por todo el mundo en nombre de Nuestro Señor Jesús, aquellos gigantes gentiles adoraban figuras e ídolos de metales diversos y de formas enormes y tremendas. Era la ciudad como una montaña de bronce y de piedra dura, y los palacios monumentales tenían extrañas arquitecturas ignoradas de los cristianos, murallas inmensas, columnas y escaleras y espirales altísimas, que casi se perdían en la altura de las nubes. Y cerca había bosques espesos y muy grandes florestas en donde los cazadores del rey cazaban leones, águilas y búfalos. En las plazas de la gran ciudad estaban los ídolos y ante ellos encendían hogueras en donde se quemaban robles enteros y se celebraban fiestas misteriosas y sangrientas, que contemplaba desde una silla de oro y hierro del rey, que era un rey mago que sabía la ciencia de los hechizos y conocía, como el rey Salomón, muchas cosas ocultas, al punto de que los pájaros del aire y las bestias del campo no tenían para él secretos; ni tampoco las ramas de los árboles, ni las voces de las montañas. Porque había estudiado toda la ciencia de Oriente, en donde la magia era temida en gran conocimiento, y era su sabiduría obra del espíritu maligno, del cual N. S. J. C. nos libre. En el centro de la ciudad colosal estaba la morada de rey, toda de mármol y piedra de ónice, coronada por maravillosas cúpulas y torres; y en medio de ella, en un quiosco primoroso, rodeado de un delicioso jardín, en donde se veían lindísimas aves de magníficos colores y flores olorosas de países recónditos, vivía la hermosa hija del monarca, Psiquia, la cual superaba en blancura a la más blanca de las garzas reales y a los más ilustres cisnes.

II
Descripción de la beldad de Psiquia, y de cómo su padre inició a la princesa en los secretos de la magia

Entre todos los habitantes del reino, era Psiquia una excepción, pues en aquel país de gigantes, en la ciudad monumental, su figura no era desmesurada, antes bien fina y suave, de modo que al lado del rey su padre, coloso de anchas manos y largas crines rojas, tenía el aspecto de una paloma humana o una viva flor de lis. Sus ojos eran dos enigmas azules, sus cabellos resplandecían como impregnados de sol, su boca rosada era la más bella corola: la euritmia de su cuerpo, una gloria de armonía; y cuando su pequeña mano blanca se alzaba, bajábase, blandamente domada, la frente del gran rey de cabeza de león, el cual habíala iniciado en los secretos de la magia, dándole a conocer las palabras poderosas de los ensalmos y de las evocaciones, las frases de las músicas, del aire, las lenguas de las aves, y la íntima comprensión de todo lo que se mueve y vive sobre la faz de la Tierra. Así la princesa reía a sonoras carcajadas cuando escuchaba lo que decían los pájaros del jardín, o se quedaba meditabunda al oír el soliloquio del chorro de una fuente o la plática de los rosales movidos por el viento.

Era en verdad bellamente prodigioso el contemplar cómo entre las fieras, tigres, leones, elefantes, panteras negras, que en circos y fosos guardábanse, iba ella como entre corderos, por la virtud de su poder secreto intacta y triunfante, y parecía una reina de la naturaleza que todo lo dominaba con el supremo encanto de su beldad, o mirarla rodeada de las más raras aves, a las cuales oía sus confidencias, o fija, desde su quiosco florido, en los astros del cielo, en los cuales había aprendido a leer. Y sucedió que tan llena de ciencia de magia como estaba, un día amaneció desolada y triste, bañada en lágrimas, y no pronunciaba palabra, como si fuera una estatua de piedra o mármol.

III
De los varios modos que el rey empleó, para averiguar la causa de la desolación de la princesa, y cómo llegaron tres reyes vecinos

En vano el rey dirigía sus palabras y amables razones a su bella hija, pues ella permanecía sin decir palabra de la causa que la tenía en tan lamentable tristeza y mudez. Y como el soberano pensase ser cosas de amor las que tenían absorta y desolada a la princesa, mandó a cuatro de sus más fuertes trompeteros a tocar en la más alta de las torres de la ciudad y hacia el lado que nace la aurora cuatro sonoras trompetas de oro. El claro clamor fue alegrando las montañas, y con la obra de su magia, haciendo cantar de amor a las aves, y reverdecer de amor a los árboles, y humedecerse de amor las fauces de las fieras, y reventar de amor los botones de las flores, y el aire alegre, y a las rocas mismas sentir como si dentro de sus duras cortezas tuvieran un corazón. Y a poco fueron llegando, primeramente un príncipe de la China, en un palanquín que venía por el aire y que tenía la forma de un pavo real, de modo que la cola pintada naturalmente con todos los colores del arco iris servíale de dosel incomparable, obra todo de unos espíritus que llaman genios. Y después un príncipe de Mesopotamia, de gallardísima presencia, con ricos vestidos, y conducido en un carro lleno de piedras preciosas, como diamantes, rubíes, esmeraldas, crisoberilos, y la piedra peregrina y brillante dicha carbunclo. Y otros príncipes del país de Golconda, también bellos y dueños de indescriptibles pedrerías, y otro de Ormuz, que dejaba en el ambiente un suave y delicioso perfume, porque su carroza y sus vestidos y todo él, estaban adornados con las perlas del mar de su reino, las cuales despiden aromas excelentísimos como las más olorosas flores, y son preferidas por las hechiceras nombradas hadas, cuando hacen, como madrinas, presentes en las bodas de las hijas de los reyes orientales. Y luego un príncipe de Persia, que tenía una soberbia cabellera, e iba precedido de esclavos que quemaban perfumes y tocaban instrumentos que producían músicas exquisitas. Y otros príncipes más de la Arabia feliz, y de los más remotos lugares de la India, y todos fueron vistos por la princesa, que no pronunciaba una palabra y estaba cada día más triste; y ninguno de ellos logró ser el elegido de ella o tornarla despierta al amor como ellos lo habían sido desde sus países lejanos, al eco de las mágicas trompetas de oro. Por lo cual el rey sufrió gran descorazonamiento, y como quisiese siempre averiguar la causa del mal de Psiquia, envió a sus cuatro más fuertes trompeteros a tocar, en la más alta de las torres de la ciudad y hacia el lado del país de la Grecia, cuatro sonoras trompetas de plata. Del lado del país de los griegos llegó entonces una gran carroza en donde maravillosos liristas hacían sonar sus liras, y jóvenes hermosas agitaban palmas en una alta figura de mujer; con grandísimo decoro extendían dos alas como un ángel, y tenían cerca de sus labios, asido con la diestra, un largo clarín. Psiquia miré el carro glorioso Y no dijo palabra. Entonces envió el rey otros cuatro gigantescos trompeteros a tocar, en la más alta de las torres de la ciudad, cuatro sonoras trompetas de bronce, a todos los cuatro puntos del horizonte. Oyáse un gran estruendo, y era que venían de todos los lados del mundo los caballeros que combatían y tenían en su brazo la fuerza, vestidos de hierro, y cabalgaban en caballos vestidos de hierro también, y a su paso temblaba la tierra. Los más bravos venían de entre los sarracenos, de la tierra de Galia, en donde había la más terrible lucha, y del reino que fue después Inglaterra. De todos los lugares venían, y ningún aparato de potencia y ningún signo de victoria pudo hacer que Psiquia hiciese oír su encantadora voz.

Y entonces subió el rey mismo a la más alta torre de la ciudad y tocó en el gran cuerno que tenla siempre en su cintura, tres veces, de tal guisa que hubo como un temblor extraño por todos los alrededores. Al son del cuerno mágico fueron llegando todos los sabios llenos de la ciencia de Oriente, que como eran tan sabios eran reyes y conocían los secretos de la magia. Los persas tenían riquísimas mitras y vestiduras que mostraban, bordados, los signos del Zodiaco; los de la India iban casi desnudos, con el misterio en los ojos y las cabelleras copiosas y luengas; otros, hebreos, tenían sobre los pechos, pintados en telas color de jacintos, palabras sagradas y nombres arcanos; otros, de lejanos países, tenían coronas de oro y barbas trenzadas con hilos de oro, y en las manos sortijas de oro y gemas preciosas. Mirólos a todos la princesa y permaneció muda. Mas avino que llegaron los últimos, tres reyes vecinos llamados Baltasar, de la raza de Jafet; Gaspar, de la raza de Cam; Melchor, de la raza de Sem. Todos tres estuvieron largo rato contemplando a la princesa Psiquia, después de lo cual hablaron al desconsolado monarca, de la manera que se va a saber.

IV
De cómo los tres reyes vecinos hablaron de un ilustre y santo extranjero llamado Tomás que en el país de ellos habíalos bautizado en nombre del verdadero Dios

Dijeron los tres reyes que en los ojos de la princesa se miraban resplandores de los deseos profundos e insaciables; que la ciencia de los magos no era suficiente a apagar la sed del alma de Psiquia; que ellos habían conocido las tradiciones balamitas y habían profundizado los misterios de los astros, habían ido a un lugar lejano, hacía tiempo, a ofrendar oro, incienso y mirra a un Dios nuevo, el único grande y todopoderoso, al cual encontraron en un pesebre, y que habían sido guiados por una estrella, y que en esos mismos instantes estaba aún en el país de ellos un enviado de aquel Dios, llamado Tomás, el cual les había infundido una mejor sabiduría de la que antes poseyeran y los había bautizado en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, cuyo poder e imperio destruían la influencia y el poderío de los ídolos y todas las argucias de Satanás, principio de los malos espíritus. A lo cual el gigantesco rey mago envió en busca del extranjero Tomás, el cual entró en la ciudad, y en aquel mismo instante cayeron al suelo despedazados los ídolos de las plazas, porque era Tomás, el santo que tocó las llagas del Cristo resucitado, e iba por lejanos países predicando las verdades del Evangelio. Y al ver al santo, púsose en pie la princesa Psiquia y pronunció las siguientes palabras:

–¡Oh enviado del más grande de los dioses, considera cuál será mi desolación y mi honda pena, pues ya no puedo llevar a mis labios el agua única que puede calmar la sed de mi alma! No es el amor, ¡oh príncipes!, lo que está oculto a mis ojos, pues sé cómo son sus raras dulzuras, sus portentosas maravillas y los secretos todos de su poder, y por eso mis labios no se han movido cuando los herederos de los grandes reinos y los más bellos mancebos han venido a enamorarme; no es la gloria, cuyas palmas conozco y he escuchado resonar en el más espléndido y admirable de los carros triunfales; no es la fuerza, y así no me he conmovido ante el desfile de los conquistadores que han pasado cubiertos de hierro, con sus enormes hachas y espadas, semejantes por su fortaleza a los invisibles caballeros de los truenos; no es la ciencia, cuya última palabra he aprendido, ¡oh padre!, gracias a ti y a los genios que han venido a mis evocaciones; y así tampoco delante de los sabios y magos ha pronunciado mi lengua una sola palabra. ¡Oh extranjero! –exclamó con voz más alta y solemne, el secreto cuya posesión será mi única dicha, tan solamente un hombre puede enseñármelo, un hombre de tu país, que en estos momentos pasa a muchas leguas de aquí, camino de la Galia, vestido con una áspera túnica, apoyado en un tosco bordón, ceñidos los riñones con una cuerda. Ruégote, ¡oh enviado del verdadero Dios!, vea yo mi felicidad sabiendo el misterio que ansío conocer, y así seré la princesa más feliz de la Tierra.

–¡Oh desdichada! –respondió Tomás ante los oyentes maravillados–, ¿no sabes que tus deseos son contra la voluntad del Padre? ¿No sabes que ningún humano, fuera de ese peregrino que pasa camino de la Galia, puede poseer el más tremendo de los secretos, el secreto que ansías conocer? Mas sea en bien de Nuestro Señor, y cúmplase su voluntad. Y subió Tomás el santo a la más alta de las torres de la ciudad y clamó con voz fuerte por tres veces: «¡Lázaro! ¡Lázaro! ¡Lázaro!...»

V
En que concluye la historia prodigiosa de la princesa Psiquia

Y viose venir a un hombre vestido con una áspera túnica, apoyado en un tosco bordón, ceñidos los riñones con una cuerda. A su paso todas las cosas parecía que temblaban misteriosamente. Era pálido. No se podía contemplar sus ojos sin sufrir un vértigo desconocido.

Mas los ojos de Psiquia, sonriente, se clavaron en ellos, como queriendo penetrar violentamente en alguna oculta y profunda tiniebla. Él se acercó con lentitud a la princesa y le habló dos palabras al oído. Psiquia escuchó y quedó al instante dulcemente dormida.

–Psiquia, Psiquia –rugió el enorme rey de cabeza de león.

Psiquia estaba dormida para siempre.

Tomás visitó a los gigantes vecinos de los tres reyes magos, y así ganó muchas almas para el cielo y para la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador del mundo, al cual sean dados gloria, honor e imperio, per infinita saecula saeculorum. Amén.

Aquí concluye la historia de la princesa Psiquia.

1 comentario: