Alejandro Bravo
Los golpes no son nada míster la capucha es lo peor de todo, a los
golpes se acostumbra uno, pero tener aquel trapo hediondo en la cara todo el
tiempo, sofocante aquello no se distingue el día de la noche el tiempo se
vuelve un enorme hoyo negro con olor a mierda Se acuerda míster lo
alegre que venía para Nicaragua. Le enseñé Managua desde la ventanilla del
avión y le conté todas las peripecias que nos ocurrieron en el terremoto, las
horas que se pasó mi hermano prensado debajo de una viga tragado polvo, mi
mamita sepultada por una pared y nadie que nos ayudaba hasta que se apareció un
teniente con un camión de la Guardia y después que desenterraron mi gente
se nos llevaron la consola y el televisor que mi papá me
había regalado para mis quince años. Toda Managua en el
suelo y las grandes llamaradas de los incendios que me recordaron los dibujos
del infierno que aparecían en el catecismo que estudié en primaria donde las
monjas y que me daban miedo. Fue a los días de ese relajo que con la ayuda de
la embajada americana me localizó mi tía Joaquinita, se acuerda míster que le
conté que ella vive en Los Ángeles, me mandó el pasaje y me fui para los
Estados, allá me orientó, me puso a estudiar el inglés y a los meses cuando ya
lo machacaba me metió a trabajar de cajera en un supermercado, ocho dólares la
hora me volaba.
Bella gente mi tía Joaquinita, lo primero que me dijo cuando llegué fue:
«Ve hija, aquí no me digas Joaquinita, aquí me llamo Mary». Tres años me pasé
en los Estados trabajando, vivía donde mi tía, no tenía novio, sólo en mi ropa
y mis cositas gastaba, así que fui ahorrando, entonces decidí venir para
llevarme a Alberto. Tanto vago que hay en ese barrio donde vive y a él que no
le gusta estudiar se va a joder el muchacho, en cambio aquí -dije yo- aprende
el inglés, algún oficio y a lo mejor hasta nos casamos como lo planeamos cuando
éramos chavalos. Agarré mis ahorros y me vine para Nicaragua. En el avión de
LANICA fue que me lo encontré a usted míster y le platiqué todo lo del
terremoto y cuando volábamos sobre Managua le enseñé el lago, las ruinas, el
Palacio Nacional por la ventanilla se acuerda míster. Ya en Managua fui a visitar
a mi hermana Marcia que está casada, le di las cositas que le traía y unas que
le mandaba mi tía Joaquinita, ella fue la que me dijo que no buscara a Alberto,
que andaba metido en vainas y había estado preso varias veces, que la cosa
estaba arrecha por la jodedera de los sandinistas que querían meter aquí el
comunismo. Yo no sé nada de política -le dije- pero desde que yo nací sólo
Somoza oigo mentar y más antes desde los tiempos de mi mamacita también y ya es
hora de que se pare la robadera, que no te acordás Marcia quién se cogió toda
la comida y los ríales que mandaron para el terremoto, no fue Somoza y ese hijo
suyo que ya se perfila como ladronazo.
Calláte niña -me dijo- por menos que eso te pueden echar presa acusada
de sandinista, ándate con cuidado, no hablés nada en los buses y los taxis,
esto está plagado de orejas. No me quiso dar la dirección de Alberto pero
preguntando, preguntando averigüé que estaba viviendo en el barrio La Fuente
por donde estuvo el Ministerio de Educación, viera que polvasal míster. Por fin
di con la dirección, una casuchita de tablas, toda malmatada. Está jodido
este Alberto -pensé- por andar metido en política debe de estar comiendo mierda
y como es tan testarudo me va a costar convencerlo para que se vaya a los
Estados conmigo. Me apié del taxi, siete pesos me cobró el gran ladrón del
taxero y golpié, me abrió una muchacha morena, delgada. A lo mejor está
viviendo con Alberto -me dije- ya me jodí. Me preguntó que qué quería, yo le
dije que era prima de Alberto que nos habíamos criado juntos desde chavalos y
nos queríamos como hermanos, que venía de los Estados y lo quería saludar. Me
hizo pasar, casi no habían muebles, el zinc del techo sobre la cabeza le pegaba
un calor infernal a aquella casuchita. La chávala me ofreció asiento y se fue
al patio a tender una ropa, Alberto no estaba. Tenía como media hora de estar
esperando cuando golpiaron duro la puerta «abran hijueputas es la Guardia
Nacional». Pún me hace el corazón y veo que la chávala sale disparada
perdiéndose entre la ropa que se secaba al sol colgada de alambres, se rompe la
puerta y entran como tromba los guardias apuntando para todos lados con sus
garands «dónde está el hijueputa ése, vos sos subversiva también, vas a ver lo
que te espera jodidita», Registraban todo, le daban vuelta a los dos catres que
había, revolvían la ropa, escurcaban en el techo, en el baño, yo no atinaba a
contestar nada, estaba helada helada y sentía como de plomo las piernas, viera
qué horrible.
Un chiquitín que era el que daba las órdenes mandó a esconder los dos
jeeps en que llegaron. «Vamos a esperar al hijueputilla ése -dijo- el jefe lo
quiere vivo o muerto». Allí empezó mi calvario míster. Para qué vine
a este jodido país -pensaba- bien estaba en los Estados con mi tía
Joaquinita, por este bandido de Alberto me metí en este berenjenal, si
lo agarran éstos no va a contar ni el cuento ¡ay Albertito de
mi alma no te aparezcas por aquí papito! Me acordaba del trajín del
supermercado, las grandes letras luminosas que se encienden y se apagan, la
chorrera de los carros en los free-way, mi tía Joaquinita friendo panquéis en
el apartamento pintado de verde toda llena de rollos
la cabeza hablando y gesticulando mientras el olor de los panquéis
llenaba todos los rincones, con una bata de felpa rosada, gesticulando y hablando,
parecía señora rica de las de aquí.
Quería creer que todo lo que me pasaba era un mal sueño, que me
despertaría mi tía para decirme que ya era tarde que se me estaban enfriando
los panquéis y que no llegaría a tiempo a la parada para tomar el bus. Pero
nada del mal sueño ni de nada, aquellos guardias mal encarados y sudorosos eran
de verdad míster. «Te vamos a hacer cantar todo lo que sabes rejodida
sandinista» me decía un achinadito. Por una rajadura de la puerta pude ver a
Alberto que se acercaba silbandito, de bluyín con una camiseta rayada y de
zapatos tenis. Pún me hizo otra vez el corazón y no sé de
dónde saqué valor y le grité «córrete Alberto, si te agarran te
matan» y el achinado me calló de un trompón, salieron rápido
pero ya Alberto iba a toda carrera, le volaron varios balazos
pero el hombre iba lejos, entonces se desquitaron
conmigo: trompadas, patadas, culatazos, el viaje en silencio
a la Loma, la puesta de la capucha, el chuzo eléctrico aplicado por
todas partes, horrible aquello, pero los golpes no son nada míster, se
acostumbra uno, lo peor de todo es la tal capucha, una incertidumbre, un miedo
queda no saberse dónde está uno, cuánto tiempo ha pasado allí, si sabrán sus familiares
que lo tienen agarrado, los ayes de los torturados en las noches y la zozobra
de a qué horas me vendrán a traer a mí, las horas que me volé desnuda en un
cuartito chiquito con un aire acondicionado a todo full y la noche aquella que
nunca se me va a olvidar cuando llegó bolo el teniente de la Seguridad que
dirigía mis interrogatorios, llegó con otros tres y me arrancaron los pocos
trapos que me quedaban encima y por esta santa cruz le juro míster que nunca
había odiado a nadie hasta esa noche del desgarramiento de la virginidad que
tanto tiempo le había guardado a Alberto.
Nunca supe cuántos días me pasé en aquella celda oscura hedionda a mierda y a berrinche. Cuando me sacaron, salí otra,
sólo en la venganza pensaba, había leído novelas de casos así y creía que no
era posible que eso sucediera, pero a mí me pasó. ¿Qué casualidad míster que lo
encontré a usted en el avión en que regresé a los Estados? Se acuerda que en el
viaje iba toda callada, flaca, flaca me miraba, usted se portó bien amable conmigo
y hasta me fue a dejar donde mi tía en el carro que lo esperaba en el
aeropuerto. Puesta allá, ya no me interesó el trabajo en el supermercado,
empecé a ver dunda a mi tía, que sólo pensaba en su apartamento y en el yanque
viejo con que se casó, no me interesaban los paseos y las fiestas a las que me
llevaban, pero en una de esas conocí a Jaime un muchacho de la colonia nica que
andaba metido con el Comité de Solidaridad.
Me contactó con la gente del Comité y empecé a andar en mítines, en
asambleas de obreros, a contar mi caso en periódicos y revistas, a leer más
sobre mi país hasta que regresé clandestina. Fíjese que en una calle
de Managua, ya clandestina claro, me topé con uno de los que me violaron, no me
reconoció y a mí me picaba el dedo por volármelo pero hubiera echado a perder
la misión en que andaba. Sabía que mi venganza no tenía la importancia que al
principio le di, que antes estaba la
liberación de mi pueblo. Logré ver
a Alberto varias veces, Pedro era su seudónimo, Chayito el mío. En
plena insurrección nos casamos por las armas, Aureliano nos casó, pero a él me
lo mataron en el repliegue, un charnelazo, sabe. Dos años pasé clandestina
organizando barrios, trabajando con los estudiantes, hice dos recuperaciones
económicas, en la primera tuve miedo, a la segunda ya era tigre.
Para la insurrección anduve con la móvil, en los barrios
orientales de Managua, me las sabía todas, el 19 de Julio
estuve en la tarima con la gente pesada. Ahora aquí me tiene
cuidando el aeropuerto, soy oficial de Seguridad, es chiva eso.
¿Cómo? ¿Qué quiere que llegue a su hotel para que le
vuelva a platicar todo esto para un reportaje? No míster ya todo eso es cosa
del pasado, mejor cuente toda la destrucción que nos dejó Somoza y pida ayuda
para la reconstrucción. Importa más eso que lo que
me pasó a mí. Eso se lo conté porque usted fue muy fino conmigo y me cae bien,
pero ya le digo, eso no importa míster, lo que importa es el futuro.
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