Francisco Bautista Lara
Esta
fue, aunque parezca mentira, la veintitrés ocasión en la que se sentaba frente
a la computadora a escribir durante casi dos horas el relato. Grabó el archivo
electrónico con diligente cuidado, cerró y apagó el equipo.
Hasta
ayer, las veintidós ocasiones anteriores la misma historia se repitió como un
disco rayado, el mismo resultado, el fracaso, mañana veremos, ante esta
variación incorporada, qué pasará con lo escrito hoy.
Todo
comenzó el día aquel que para nosotros será el primero. Frente a la máquina,
con la pantalla en blanco y el formato listo para digitar los caracteres
tecleados, con la cabeza hirviéndole como un enjambre de ideas pidiendo,
exigiendo sin ninguna consideración, salir y desahogarse en aquella pantalla
iluminada. Así brotó la primera letra, se formó una palabra, se completó una
línea, le siguió un párrafo y la primer página dio paso a la segunda, continuó
sin detenerse hasta llegar al primer párrafo de la octava hoja en un imparable
movimiento de los de dos, evacuando un texto tal y como salía, sin corrección
alguna ni acentuación suficiente.
En
ese momento las ideas regresaban al reposo y la historia quedaba inconclusa
después del desahogo. Se detuvo sin revisar el texto, se dio cuenta que no
había final o desenlace, la narración terminaba sin sentido, pero no brotó de
su mente y de sus dedos ninguna otra palabra o signo para continuar con el
ritmo inicial. Se sintió agotado, dio nombre al archivo, guardó, salió del
programa y apagó.
Al
día siguiente, casi a la misma hora, encendió, abrió el programa, buscó el
archivo, al encontrarlo ordenó abrir, pero únicamente desplegó el título y una
hoja en blanco esperando ser llenada de texto. Se lamentó por su torpeza,
supuso que aquello había sido una simple omisión, un error técnico que tiraba a
la basura el intenso esfuerzo de ayer. Reconstruyó nuevamente en su mente las
ideas y trató de escribir con similar ímpetu en idéntico tiempo y contenido
llegando nuevamente al primer párrafo de la octava página cuando nuevamente no
supo cómo continuar escribiendo, la misma extraña sensación de ayer: desahogo e
impotencia, inutilidad y ansiedad. Se sintió satisfecho al menos por haber
recordado, cuidó cumplir el procedimiento de archivar y cerrar, lo hizo despacio,
sin dar lugar a equivocarse.
El
tercer día comenzó con su práctica de siempre. Desayunó, leyó los diarios,
respondió los correos electrónicos, se bañó y después se sentó de nuevo frente
el ordenador para continuar. Su sorpresa y decepción fue mayúscula cuando, al
abrir el archivo, solamente encontró el título sin ningún contenido, una página
limpia sin texto. Se inquietó y no supo qué respuesta darse. Un poco
desanimado, volvió a comenzar y al llegar al primer párrafo de la misma octava
página, cayó en un vacío que lo obligó a detenerse y tomarse un tiempo, sin
apagar la máquina, tomó una taza de café negro, salió, dio la vuelta a la
manzana, conversó brevemente con un transeúnte confundido que preguntaba por
una dirección inexistente o incorrecta; regresó después de veinte minutos. Allí
estaba el texto intacto en la luminosa pantalla parpadeante.
El
cursor se posesionaba marcando intermitentemente el último carácter tecleado
esperando continuar. Releyó los dos últimos párrafos para ver si la lectura le
provocaba el impulso para continuar, pero no pudo escribir nada, hubo un
bloqueo mental y físico. Entonces archivó, cerró, salió y apagó.
La
cuarta, quinta y sexta ocasión pasó lo mismo. Después de ésta, el inexplicable
incidente comenzó a causar estragos en su salud y vida rutinaria, le afectó el
sueño, cayó en insomnio, permaneciendo con los ojos abiertos durante
prolongadas horas nocturnas, el colmo, perdió el apetito. Un movimiento
nervioso se apoderó de su pierna izquierda la cual no paraba de mover sin darse
cuenta en un nerviosismo inusual. Le aparecieron grandes ojeras y apresuraba
sin parar una y otra taza de café, con la consecuente hiperactividad y necia
inquietud. Sin embargo no desistió. Fue a buscar un técnico para que revisara
el equipo, actualizara el programa, limpiara cualquier virus.
El
diagnóstico fue contundente: su equipo funciona bien, no encontró ninguna falla
perceptible. Sospechó que alguien, alguno de quienes vivían con él, su hijo, su
mujer, algún visitante, amigo o amiga de su hijo, podría estar ingresando
escondido en el archivo y borrando precisamente ese. Pero, se preguntaba. ¿por
qué ese y no otro? ¿Por qué ahora y no antes? Las dudas invadieron su
tranquilidad y opacaron su creatividad.
Todo
intento fue inútil. Lo aturdió la desesperación y la sensación de fracaso y
vejez. Sospechó que aquella podría ser la última narrativa que escribiría en su
vida y si terminaba el texto, terminaba con el punto final su existencia. Pero
lo siguió intentando con el impulso de energía y voluntad que le quedaba.
Alguien
pensará, ¡es un absurdo!, ¡un imposible! pues nadie intenta tantas veces hacer
lo mismo después de cada fracaso, escribir y al día siguiente el texto escrito
borrado para volver a comenzarlo. Entonces, amigo lector, amiga lectora, vea su
caso. ¿Cuántas veces ha pensado dejar de fumar o beber, hacer una dieta
saludable, bajar de peso, asumir nuevos hábitos, dejar de comerse las uñas o
sacarse los mocos en público, adquirir la rutina de leer, reordenar los
estantes y muebles de su casa, emprender algo distinto, cambiar de estilo de
vida, terminar su tesis universitaria, continuar sus estudios, aprender a hacer
esto o lo otro y no lo ha hecho? Se ha quedado en el intento o lo ha comenzado
y ha desistido a medio camino para volver a intentarlo después. Así que no se
asuste de este caso que no tiene nada de extraordinario. ¡Ah, dirá, pero esa
cantidad de veces! Un momento, cuente las suyas y hagamos cuentas. Aclaradas
las cosas con esta especie de paréntesis, sigamos con el asunto que nos ocupa.
Sintió
volverse loco, perdió la noción del tiempo y la repetición, la irrealidad lo
adsorbió y pareció lo consumía todo aceleradamente. Sospechó que el título y el
texto tratando de rehacer cada mañana, había adquirido vida propia
resistiéndose a permanecer vivo, tenía una existencia efímera y se negaba a ser
leído con posterioridad por algún extraño, incluso por el mismo autor. Quizás
el único fin posible era evacuar las inquietudes efervescentes que en ocasiones
es imposible detener, es el desahogo y su expulsión, una vez hecho, nada es
posible esperar, el texto era libre y el dueño ya no tenía propiedad sobre él.
La vida es una breve narración inconclusa que nunca puede ser escrita a
plenitud, tal vez un intento habrá cuando no exista. Hay textos que nunca
pueden ser escritos, hay textos que siempre se resisten a ser leídos, hay
textos que requieren morir inmediatamente después que nacen, hay textos que,
estando muertos, vuelven a nacer.
Hoy,
a diferencia de los días anteriores, decidió no volver a escribir lo mismo,
redujo la extensión y modificó parcialmente el contenido. Dejó el título de
siempre por haber sido el único que nunca se borró, en reconocimiento a su
fidelidad. Al día siguiente lo escrito permaneció intacto, por eso lo leemos
hoy. Ahora el hombre recuperó la tranquilidad, el sueño, el hambre, la
existencia y la creatividad.
Me ha gustado mucho este relato. Espero no le incomode el usarlo (sólo pondré el enlace a este lugar en mi sitio de web) para mis estudiantes de español en la universidad.... Hay un breve texto en nuestro libro sobre el proceso de escribir y trata, entre otros temas, el bloqueo... Espero alguna respuesta de su parte.
ResponderEliminarMuy bien, no hay problema, puede poner el enlace que indica.... y de paso me indica su sitio web.
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