3 de febrero de 2012

El Cazador de Ceguas y el tesoro de Charco Verde (III)


Mauricio Valdez Rivas.
Basado en Los cuentos de mi abuela

Descontento y desanimado, el cazador llegó a la ciudad de Granada, ahí tuvo que dejar a Cholenco hasta su regreso para poder abordar una lancha que lo llevaría a la isla de dos volcanes. Al llegar, le prestaron un caballo llamado Cacreco y se fue al lugar que le dijo la última de las Ceguas, era una pequeña ensenada que formaba una lagunita, llamada Charco Verde.

Ya estaba flaco el pobre cazador, no tenía ni que comer, los reales que llevaba de la venta del poco oro de la Mocuana lo había gastado, pero su avaricia era mayor que su desgracia y dispuesto a encontrar el último tesoro, entró a la pequeña laguna y se hundió. Ya en el fondo, entre las aguas turbias, pudo divisar algo que brillaba, creyendo que se trataba del tesoro se dirigió hacia allí, el brillo se hizo más intenso y una luz lo envolvió, de pronto se encontró fuera del agua y en un lugar extraño pero muy bonito, era una finca, a lo lejos se miraba una casona, el cazador siguió el camino que conducía a esa casa de apariencia abandonada, mientras se acercaba escuchaba lamentos, chillidos y mugidos, en el corral, vio con gran asombro, unas personas gordas que estaban amarradas y los finqueros las convertían en cerdos, toros y vacas. Un hombre alto y flaco de mirada maligna se dirigió hacia el cazador, éste salió en guinda huyendo, tropezó y cayó en un hoyo hundiéndose en el lodo hasta la cintura, ya veía que el hombre flaco casi lo atrapaba cuando se hundió por completo y apareció como por arte de magia,  nuevamente en las aguas de la laguna. Ya era de noche, se veía la Luna y su reflejo sobre el agua, el cazador salió de la laguna y en su mano traía un viejo peine de oro.

Según cuenta los lugareños, todos los viernes santos el fantasma de una bella india, sale del centro de la laguna a mediodía, peinándose con el peine de oro, nadie sabe por qué, pero sí se sabe que allí hay una entrada secreta, un pasaje mágico hacia unas tierras extrañas donde está una finca llamada El Encanto, ahí había entrado el cazador buscando el tesoro, pero de nuevo no encontró nada, sólo el peine.

—Malvadas Ceguas —dijo nuevamente y en su alforja metió el peine y luego hizo una fogata.

Las aguas de la laguna estaban tranquilas, pero de pronto comenzaron a agitarse, salió de allí, justo por donde él había recién salido, la india con su larga cabellera buscando su peine. El cazador sacó unos frasquitos con agua bendita que traía y los puso alrededor de él, también puso de almohada sus alforjas y muy tranquilamente se echó a dormir, la india no se podía acercar, aparecía por un lado y por otro hasta que amaneció y ella se desvaneció junto con la noche y ya no volvió a aparecer más.

El cazador tomó sus cosas, y se fue cabalgando, dejó a Cacreco y se fue de regreso a su casa. Al llegar a su pueblo se fue en busca de las Ceguas para vengarse, pero se dio cuenta que el bosque ya no estaba maldito, el canto de los pájaros se oían por todos lados, los árboles se veían verdes y frondosos, en las quebradas corría mucha agua y los peces saltaban de alegría, habían vuelto todos los animales y los pobladores estaban felices porque las brujas se habían ido.

El cazador de Ceguas volvió a ser el cazador de animales salvajes, pero no por mucho tiempo, dicen los ancianos del lugar, que se fue en busca de las Ceguas. También dicen que otra vez atrapó a una de ellas y que esta vez le dijo que encontraría un tesoro en el gran pueblo de Chinandega, el tesoro de los duendes del Chonco, y que ese sí era real, pero ya no le creyó y la dejó amarrada en donde todo el pueblo la viera. Las otras dos Ceguas siguen huyendo del cazador, van de bosque en bosque, pero algún día las atrapará.

Si escuchan que un bosque está maldito, de seguro encontrarán allí, al cazador de Ceguas y posiblemente también a su fiel amigo; Cholenco.

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MORALEJA

♦  Cuando uno es tan ambicioso, puede perder lo que tiene por querer más.

♦  No hay que creerles a las brujas; ni a personas de mala reputación.

♦  Es bueno no temerle a nada, todo y cuando sepas a que te enfrentas

    y cómo combatirlo.

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