30 de julio de 2007

La Cita

Por Arquímedes González

Voy a salir, avisa el hombre en la sala con voz tan normal como decir “tengo hambre”.

Consulta el reloj como si hubiera pasado una hora esperando a obtener respuesta y va al armario dejando a la esposa inalterable, viendo la televisión en el sillón tan cómodo que cada vez que el hombre se sienta ahí, lo ataca el sueño. Ella está inmóvil, con el perfil bombardeado por el intenso y vertiginoso cambio de luces de la pantalla.

Voy con mis amigos, continúa desde el cuarto, con un énfasis en “mis amigos” que la deja excluida esperándolo hasta el amanecer.

Escoge la camisa blanca almidonada que la empleada planchó dos días antes. La saca de la percha, la deja caer en la cama y busca los zapatos. Están sucios. Toma el derecho para lustrarlo.
¡Ya imagino! , reclama la mujer como si resucitara de un estado cataléptico.

No empecemos por favor, suplica el marido cepillando el zapato izquierdo, tratando de evadir lo irremediable.

Siempre me dejás sola los viernes, lamenta la mujer.

El hombre mete los faldones de la camisa dentro del pantalón acomodando la tela para evitar las arrugas y cierra la bragueta. Comprime la panza, aprisiona el botón y asegura el trabajo con el cinturón. Transpira. Busca un pañuelo y se seca. Lo introduce en el bolsillo trasero. Se calza los zapatos. Se unta colonia y en el lavamanos cepilla los dientes viendo en el espejo su enojado rostro.

Sos un desgraciado, dice ella sin ánimo ni fuerzas, cansada de reclamar cada viernes desde que se casaron.

El hombre ni siquiera se altera concentrado en la salida. Se peina, después extrae una espinilla del labio inferior. Ante el espejo confirma que los dientes están limpios y sale.

No tardaré, promete buscando la copia de llaves de la casa y la del vehículo.

Recuerda la cartera y la recobra de la mesa de noche. Comprueba tener suficiente dinero y se la mete en el bolsillo derecho.

20 de julio de 2007

Hecatombe

Por Edgar Escobar Barba.

Un antropólogo encuentra un manuscrito, o mejor dicho, lo que queda de él, y sus arrugas del tiempo. Tembloroso, lo empieza a traducir a pesar de que la gente que lo acompaña no presta atención o le da por mofarse de su contenido.

El científico comienza: nadie quiso hablarle a pesar de que lo reconocieron. No pudieron aguantarle la mirada, por más irónica o retadoramente que le pusieron. Guardaron silencio cuando varios lo retaron a golpes o varias le reclamaron de su supuesto abandono. Se burlaron de él, aunque a solas cada uno le dio por llorar salitre o agua de ojo contaminada. Todavía un par le dijo que era una leyenda, un mito, que estaba pasado de moda. Que en realidad nunca tuvo existencia, fue un invento de otro sofista. Le pidieron amor en lo que se drogaban, le pidieron amor en lo que se recostaba Lat con dos hembras y otro hermafrodita. Los más descarados le dieron la espalda e intentaron amordazarlo, no fuese que dijera la verdad y les terminara su gran negocio de utilizar su nombre, vuelto a puro consumo, trastocado en fanatismo: ya no habría pretexto para declarar las guerras fratricidas en su nombre. Nadie quiso pasarle la cuenta, ni siquiera aquellas adolescentes que vociferaban contra él en lo que continuaban sus destrampes para tratar de huir del vacío de sus propias existencias.

Los desenfrenos de toda índole provocaron las enfermedades que se la achacaron por su presencia. Los infieles apedreaban a los no adúlteros mientras lo apuñalaban a él con las lenguas y miradas. En silencio se fue al despuntar la pestaña del horizonte.

Abrazados y contemplativos, una pareja entendió el mensaje y cavaron un gran hoyo en la tierra. Pronto darían fruto nacido del uno, del amor creativo. Fueron la excepción. El restante, siguieron como si no hubiese dejado ningún rastro de su retorno. Lo que más lamentaron es el que no pudieron tomar árboles, pues ya no existían, lo lamentaron por no volver a hacer la t y ahí izarlo para escarnio de los no tan nihilistas. En eso, fue sentir un enorme chispazo. Quedaron más que ciegos o quemados. El mundo quedó hecho trizas, todo el contorno como arrancada la piel. Fue el mismo hombre dijeron, aunque tres moribundos afirmaron que había sido el castigo de Él, por ignorarlo, por no prestarle atención ni ser nuevamente humildes. Chispazo. Medio volver a ver. Desierto. Adornado por estatuas. No fue necesario imitar a la mujer de Lot ni de Lut. Esto aconteció hace un siglo, era attlántidasss, y desesperado el científico grita:

- Ya no caven, deténganse, no entienden lo que he traducido: hoy es el aniversario de aquella hecatombe, y en lo que les cuento esto, y me leen, no nieguen que sentimos su presencia, nuevamente vendrá o enviará a un emisario.

El viento aumenta, aumenta ¿Será un arcángel o nuevamente es él mismo que viene a alertarnos? No sigannnnnnn.....leyéndome, noooooooo..... - ( los demás desaparecieron, burlándose.)

17 de julio de 2007

Las Cañitas

Por Juan Centeno

Las Cañitas
es un pueblo olvidado de Nicaragua. Aquí no llegan los periódicos. No hay luz eléctrica, agua, ni teléfonos. Hay una escuela, una iglesia, la barrera de toros, chinamos, putas. Un sólo televisor blanco y negro que funciona con una batería de carro de 12 voltios, no hay correo, no hay molino. En un tercio de las casas se elabora cususa de atado de dulce. Parece un pueblo del oeste, la gente usa pistolas y prefiere andar en mula que en caballo pues la mula resiste más. Hay cerveza y coca cola, pero se beben calientes. En invierno es puro lodazal y en verano abundan los polvasales. A las cinco de la mañana las mujeres se van a acarrear el agua, después de llevar el ganado a pastar. Las fiestas se hacen con candiles y una grabadora National de cuatro baterías.

Juan Burula es dueño de uno de los tres buses que acarrean gente. Sale a las dos y media de Las Cañitas, su ayudante es Güirila, también lleva a Víctor, su hijo, quien conduce a toda velocidad por pendientes bordeadas de abismos, la gente se persigna para llegar a salvo. Antes no se viajaba los jueves pues los malos espíritus ocasionaban ponchones de llantas o asaltos de camino. El bus lleva desde chanchos, perros, gallinas… hasta cuajadas, sacos de frijoles y otras cosas.

Toño Bermúdez, el hijo de la Balbina Salgado, se robó a la Ana Julia a las ocho de la noche. El papa de la Ana Julia es Chico Blanco quien vivió con la Balbina hace años.

La Ana Julia es linda y frondosa. Cuando Toño hizo el plan para robársela hubo una confusión, entonces vino Leandro, conocedor del plan y aprovechándose tomó su lugar. El sitio era muy oscuro. Leandro agarró del brazo a la Ana Julia y se fueron por el camino. Cuando por fin la chavala oyó la voz del impostor le dijo: ¡Vos no sos Toño! el hombre la quiso violar ay nomás pero ella huyó. En la carrera se le reventó una chinela y también dejó tirada una pintura de labios que después el impostor mostraba como trofeos de guerra. En el pueblo todo mundo la buscaba. La Ana Julia no volvió a su casa pues había quedado bien revolcada, sino que se fue a la casa de un tío de Toño, aquel que no había asistido a la cita. A pesar que la casa del tío de Toño quedaba frente a la vivienda de la Ana Julia nadie sospechó nada. Ya entrada la noche, el tío se fue con la chavala a dejársela a Toño, se la dio en bandeja de plata y bien bañada.

El doctor Ramírez era enamorado de la Ana Julia desde que llegó a Las Cañitas a hacer su servicio social. La noche de los sucesos aquí narrados él le iba a poner serenata y la iba a pedir en casorio. Se dio cuenta de todo cuando el vendedor de telas que viaja por los caseríos desde Las Quebradas, pasando por Tomatoya, Las Palomas, Los Arauz, y otros lugares, se dio cuenta del alboroto y le contó al doctor Ramírez, quien estaba de paso por Las Lagunas, sitio cercano a Las Cañitas. Ramírez llamó por radio al puesto de salud preguntando si era cierto que se habían robado a su amada. Luego de tanto insistir con las frecuencias oyó el ruido de la estática y una palabra que por estar repetida le rompió dos veces el corazón: ¡Positivo Positivo!

Esa noche no durmió y se quedó afuera en una mecedora pensando en la Ana Julia. A las cuatro de la mañana escuchó el murmullo de las ancianas que pasan a dejar el ganado. Y las vio regresar con sus cuerpos cadavéricos, cuando la primera luz del amanecer proyectaba sus frágiles siluetas como si la muerte fuera pasando por aquellos olvidados caminos.

11 de julio de 2007

Nos vemos


Esta mañana, luego de abrocharme mi camisa manga larga y ponerme el saco, listo para trabajar en la oficina, decidí cortarme los pulsos.

Ya lo venía pensando. Por eso primero me vestí, para que no me costara ponerme la ropa con las muñecas cortadas. Tomé el cuchillo de filetes y pensé si sería mejor cortarme las dos muñecas o nada más una. Pensé que si me cortaba nada más una muñeca podría realizar otras cosas, como conducir o escribir algún cheque. Así que escogí cortarme en mi mano izquierda, más o menos a la misma altura en la que uso mi reloj. Además, yo era más diestro cortando con la derecha.

Dejé el cuchillo junto al plato de cereal que desayuno cada mañana, me bebí un jugo de naranja y apagué el televisor con el control remoto. Estaba viendo primero las noticias, pero me aburrí y cambié al canal de deportes que estaba repitiendo el partido de fútbol de ayer.

Tomé las llaves, cerré la puerta de mi casa y me dirigí a mi carro. Era un modelo de hace tres años. Ya era tiempo de venderlo. Tomé la puerta con la mano izquierda, pero obviamente me dolió mucho, llevaba cortadas las venas. Me tomé el brazo ya entumecido, lo aparté y abrí el carro con la mano derecha.

Prendí el carro, puse primera, me despedí del jardinero y salí. Mi esposa todavía estaba dormida. Apoyé mi brazo herido en la ventana abierta.

Primera segunda tercera cuarta semáforo primera. El tráfico está horrible esta mañana. Ya son las ocho y cuarenta. Mi jefe me va a matar. Tengo que marcar tarjeta, y lo peor es que la oficina del gerente de personal tiene vista hacia la vía de entrada de personal. Si me llama, bueno, ya inventaré alguna mentira.

En el semáforo de ENEL compré los periódicos del día. Ya se me había hecho costumbre, aunque solo los ojeara para ver si había algún título fuera de la común, es decir, alguna buena noticia.

Conducir y leer el periódico no es muy fácil, tampoco recomendable. Con el brazo izquierdo apoyaba mi lectura y con el derecho cambiaba página. La tarea se complicaba con la sangre corriéndose y manchando el papel. La tinta se corría y las fotos tomaban un color rojo filtrado. No tardó en hacerse una masa pegajosa de papel empapado. Lo aparté, no vaya a ser me manche el traje. Apenas anteayer lo traje de la tintorería. Ahora mandar un traje a la tintorería es un lujo. Uno trabaja duro, pero este país no te da condiciones.

Por fin llegué al trabajo. No se ve el carro del gerente. Que bueno. Me bajé tranquilo, chapoteando todo el rojo del charco en el carro. Me pasé un pañuelo de seda, mi favorito, para limpiarme los zapatos. Este me lo regalaron el día de mi boda. Venía con un conjunto de saco, pantalón y camisa, y un chaleco también. Pero fue el pañuelo lo que más me gustó.

Pasé marcando tarjeta, pero la tomé con la izquierda, así que las últimas gotas de sangre la mancharon y no quedó legible la hora de entrada. “Mierda, ahora el gerente me descuenta el día como si no hubiera venido a trabajar. Mínimo me quita lo del papeleo de una nueva tarjeta de entrada.”

Llegué a mi oficina, recogí los memorandos del día y me cerré con llave la puerta. Prendí la batería de la PC, el CPU y el monitor. Cargué Windows, introduje la contraseña. Revisé mi mail, borré el correo chatarra y morí sobre el tecladoooooooooooo.

4 de julio de 2007

Leyendas norteñas

Recopiladas por Bayardo Gámez
Publicadas en La Prensa Literaria (Junio 2007)


La Piedra Bruja en La Trinidad
Se dice que hay personas que cuando pasan por ahí se persignan, ya que se ha oído que de esa piedra sale la Cegua, sale una mujer y un montón de cosas.
Una vez hubo una lluvia fuerte y de la quebrada que va entre La Gaveta y La Cañada que le llaman El Paso del Muerto crecía el río y salían un poco de ollitas y tinajitas, piedras de moler, cuestiones indígenas.

Los Tres Cerros
Los Tres Cerros significan que son las tres divinas personas, que es el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, como está rodeada de estos tres cerros por eso lleva el nombre de La Trinidad. Se dice que los tres cerros son: el cerro de La Mokuana, el cerro La Oyanka y el cerro El Hatillo.

Los Compadres
En el cerro La Oyanka se ha venido manejando por mucho tiempo que aparecen tres luces, y se habla de que esas luces es un pleito entre dos compadres, los compadres se agarraron con machetes, con cutachas, entonces iba el ahijado que se metió en medio para evitar el pleito, pero al final murieron los tres. Siempre se miran esas luces.

La Poza de la Bruja en Limay
Existe una historia que ahí donde es El Chorro, existe la Poza de la Bruja. Para los Jueves o Viernes Santo, miraban un paste y un jabón flotando sobre la poza. Según los viejos, aquel que se bañaba dos o tres veces en esa poza se quedaba en Limay, ya no se va, porque si se encanta de ese lugar ya no se va, y si es mujer se casa y se queda, eso es lo que se dice.

La leyenda de El Chorro
Un gigante estuvo pasándose el río y puso un pie por aquí y el otro lo puso en la quebrada de Las Lajas, que en un tiempo fue un río pequeño, había bastante vegetación y ahora no permanece el agua en el verano, solamente en la época de lluvia se llena de agua. Ellos dicen que el gigante venía huyendo de algo, y que entonces puso un pie aquí y el otro ahí y se trasladó para otro sitio, supuestamente para occidente, eso es lo que aquí dicen.