Lo más fácil fue
culparme. ¡Eso pasa por tener a una mujer como wihta, como juez! El consejo de
ancianos lo había advertido y pedía mi cabeza. No pasó a más. Horas más tarde,
las noticias de Puerto indicaban que éramos de los dichosos, sin casa, sin
comida, sin iglesia, pero todos con vida.
Hoy los líderes lo
aclararon todo. No es mi culpa. No es por mí, sino por aquellas que con su
sangre ahuyentaron a las tortugas.
¡Ilili, ilili!
gritan en los cayos. Los tiburones las prefieren con la regla.
(*ilili: tiburón en lengua miskita)
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