María
del Carmen Pérez Cuadra
El
día está soleado y caluroso a tal punto que sobre el caminito de tierra el
vapor transparente reverbera y se eleva hacia un cielo azul apenas moteado por
unas nubes blancas.
—¡Corré,
corré! Si no querés que te mate—, grita el más alto, mientras persigue al más
pequeño y gordito de los tres.
—¡Agarralo,
agarralo, que no se te escape!
Los
muchachitos corren a gran velocidad hacia las ventas de comida humeantes y
entre las sillas plásticas de los restaurantes improvisados del malecón de
Managua. Hasta que Simón Pedro se tropieza y cae aparatosamente rozando con su
pie derecho uno de los tenamastes que sostiene una porra con sopa hirviendo.
Por un momento intenta levantarse pero no puede y suelta al fin de sus pequeñas
manos un pez plateado que todavía se retuerce en los estertores de la muerte
por asfixia. Abel y José Daniel frenan de golpe la carrera al punto que sus
pies esquían un poco sobre la mugrosa acera.
—¡
Híjoela!, ¿te jodiste?— pregunta Abel.
—¡Simón!—
grita José.
Los
dos corren donde el chavalito inerte, ven el pescado avanzando hacia la
carretera gracias a sus convulsiones pero ya no les importa. Se acercan al
cuerpo del compañero y le soban la espalda con algo de miedo hasta que de pronto
Simón comienza a retorcerse de las carcajadas. Acto seguido los compinches le
comienzan a dar golpes que no van en serio sobre la cabeza y la espalda.
Al
rato se abrazan sin decir nada. Se han reconciliado. Esta tarde, tal y como lo
habían acordado, escriben a como pueden su carta para el Niño Dios, ya va a ser
navidad. Pero algo sucede más tarde. La noche besa Managua con furia y cada
cauce, cada grieta se inunda acarreando una gigantesca masa de botellas
plásticas que se enrumba hacia el lago. De madrugada una enorme figura se posa
frente a una de las casas hechas de ripios de madera y zinc, es la casa de
Abel, uno de los niños que vive frente a los desaguaderos del Gran Lago. Cuando
se levanta admirado ve una nata que poco a poco toma la forma de una enorme
ballena azul.
Muy
temprano en la mañana los chicos se reúnen a planificar las acciones del día y
alguna estrategia para conseguir fondos para comprarse algo para desayunar.
María de la Concepción, la hermanita menor de José Daniel los ha seguido, ellos
a regañadientes la aceptan. El plan es el siguiente: van a recolectar botellas
plásticas para venderlas como material de reciclaje. Les pagarían C$ 2.00
córdobas por libra. A ver, un quesillo cuesta C$ 5.00, un refresco de cacao C$
3.00. Hay que hacer cuentas, menos mal que Abel sabe algo de números. 5 + 3 = 8
x 3 = 24… ¡Pero está María! Y ella los queda viendo con sus ojitos de
zarigüeya, como hipnotizada… 24 + 8 = 32 ÷ 2 (Que vale la libra de plástico)=
16. Necesitan recolectar 16 libras de plástico. Nada menos.
La
única solución es comprar dos refrescos y dos quesillos para luego
compartirlos. Los trabajadores de la alcaldía comienzan a poner luces y
ornamentos para el nacimiento que engalanará la plaza capitalina para las
fiestas navideñas. Luego de un rato de andar de estorbo se van a los
desaguaderos. Allí está la enorme nata con forma de ballena azul que ya
comienza a desintegrarse. Armados con unas ramas Simón Pedro y Abel luchaban
por jalar las botellas flotantes hacia la orilla, mientras José Daniel y María
de la Concepción se estiran poniendo sus fuerzas al límite para alcanzar y
recolectar en un saco su pequeño tesoro.
Es
una mañana alegre, todo parece brillar después del inesperado aguacero. Los
trabajadores concentrados en sus labores sueñan quizá con que les adelantan el
aguinaldo, las señoras gordas dueñas de las comiderías ambulantes calculan
mentalmente el monto de los préstamos para invertir en sus negocios, si ésta es
una buena temporada, y al fondo del lago se divisa una pequeña lancha con
pescadores dueños ellos de sus propios sueños. Si tan sólo levantaran el rostro
para examinar el cielo podrían ver cómo una enorme nube negra se estaciona
sobre la parte sur de Managua.
Apenas
hay un momento en que una nube blanca interrumpe al sol, los niños ni siquiera
se dan cuenta sino hasta que de pronto y de un solo golpe una enorme correntada
se dispara con fuerza sobre ellos. Simón y Abel se aferran a sus ramas y
gracias a ellas son catapultados hasta el borde del cauce y se arrastran para
salvarse. María y José son arrastrados hacia las profundas y turbias aguas del
Xolotlán.
Para
ellos todo ha ocurrido en cámara lenta. Simón y Abel abren sus ojos y la boca
en expresión de horror e impotencia. No dicen nada, hasta que una señora comienza
a gritar:
—¡Jesucristo!
¡Ay, a esos niños se los lleva la corriente! ¡Auxilio, auxilio, auxilio! Y
comienzan las acciones de rescate entre gritos y aspavientos.
Abel
y Simón Pedro habían tragado agua de cloaca y ahora tocen y vomitaban. Hasta
que al fin dicen:
—Nosotros
estamos bien, ¡salven a José y a su hermana que se los tragó el lago! La madre
de los desaparecidos surge de la nada, grita y llora dando muestras de
desesperación y angustia. Uno de los trabajadores de la alcaldía estuvo presto,
se saca los zapatos y se lanza al agua que ahora luce gris y turbulenta.
Mientras el hombre sumergido busca en el fondo del lago, para los niños el
tiempo se vuelve una cosa fantástica en que cada segundo parece una hora.
Entonces comienzan a rogarle al Niño Dios que no les traiga ningún regalo, que
se olvide de la bici y del DVD que ellos habían pedido,
que
se olvide del teléfono celular que el propio José había pedido pero que por
favor les devuelva a sus amigos. Por favor, por favor, por favor… Por favor que
se olvide hasta del regalo que María había pedido, por favor…
Entonces
el hombre aquel emerge de pronto y con su mano jala un bulto largo y aguado, es
José. Otros hombres y mujeres reciben el cuerpo para ver cómo pueden socorrerlo,
mientras que el hombre se sumerge nuevamente. Los dos niños juntan cerebro y
alma rogando con toda su potencia vital «Por favor, por favor, Niño Dios, que
resucite» Y el hombre sale con un segundo cuerpo en la mano. María de la
Concepción está irreconocible, se parece más a una bolsa de basura llena de
lodo y desechos que a una pequeña niña de tres años. Y nuevamente las manos
sobran tratando de ayudar a la recién rescatada. José ya comienza a dar señales
de vida, pero la niña no. El grupo de gente trata de reavivarla pero desde
lejos casi no se ve nada. «Por favor no nos regalés nada para navidad, no nos
regalés nada nunca más, pero salvá a la María ¡Por favor, por favor, por favor
Divino Niño Jesús, ¡por favor…!» Y el milagro se hizo, María comienza a toser y
a vomitar agua lodosa.
Mientras
la gente sube a los sobrevivientes a un taxi rumbo al hospital. Abel y Simón
tratan de buscar con la mirada al hombre aquel que salvó a sus amigos pero no
pueden reconocerlo, podría ser cualquiera de los que están allí trabajando. Abel
y Simón Pedro se quedan viendo frente a frente, asustados todavía, pensando
cómo demonios van a hacer para explicarle a sus amigos que ninguno de los
cuatro tendrá regalo de navidad nunca más en sus vidas. Pero total, están muy
agradecidos. Ahora planean ir a la Chureca, a lo mejor, quién sabe si no se
pueden encontrar una lámpara mágica que les conceda tres deseos.
q larga
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