10 de febrero de 2012

La admirable ocurrencia de Farrals

  Rubén Darío.

I

¡Oh, qué gran tipo este Farrals! Todos los que le conocen dicen eso, y Farrals oye el elogio con un cierre de ojos y una sonrisa de complacencia.

Farrals es catalán, y tiene muy bravas condiciones de su raza. Sobre todo, es intrépido para el negocio. Sólo que se pasa de bruto. Si lo fuese menos, tendría un rollizo capital y lo guardaría con mucho cuidado. Porque son historias eso de que se ha comido millón y medio con su difunta mujer. ¡Son historias! Por más que él diga que eso pasó en su juventud, ¡son historias!

Los que conocen a Farrals en París saben que desde hace más de treinta años no se dedica más que a la cotidiana caza del luis. Del luis, nada más que del luis. Si cae algo encima, tanto mejor. Y ese algo suele caer ¡Vaya si suele caer! ¡Como que el excelente Farrals, que es tan bruto, encuentra siempre entre los hombres que busca otro más bruto que él!
II

¿Qué hace Farrals? Todo: sabe cosas de boticario y ha inventado específicos misteriosos, para lanzas los cuales ha buscado, en vano, un socio comanditario; es medio dibujante, medio fotógrafo, medio comisionista, medio librero, medio panadero, y, sobre todo, tiene un fino olfato para distinguir la «pera», como dicen los parisienses, la pera hispanoparlante, pues Farrals, interesado en vagas hojas de publicidad, visita los hoteles en que se alojan ciertas gentes, y luego hace publicar retratos y sueltos que dicen: «Han llegado a París el eminente chocolatero de Sinalva, don Fructuoso Mier, y su bella esposa. Saludamos y deseamos grata permanencia a tan ilustres huéspedes.» Y Farrals no ha perdido su luis, y si don Fructuoso no cae, caerá otro. 

III

Farrals tiene un humor y ocurrencias singulares. Sucedió, pues, que, hace algún tiempo, la mujer de Farrals, que le «guisaba bien las patatas», como él dice, y que estaba muy obesa, cayó enferma. Esto no alteró el modo de ser de nuestro personaje, que, al preguntarle cómo seguía su ídolo, no hacía más que contestar: «¡Inconvenientes, inconvenientes, inconvenientes!» ¡Mala pécora de Farrals!

Farrals no cree en los médicos, y aunque creyera, ¿qué necesidad tiene de ellos, sabiendo como él sabe, Según he dicho, muchas cosas de boticaro? Así es que la mujer de Farrals (Dios, verdaderamente, la debe tener en la gloria) tuvo que probar todo cuánto los conocimientos de su marido le administraron: bebedizos amargos, bebedizos dulces, bebedizos sospechosos y de todos colores.

–¿Cómo sigue su señora Farrals?

–La tengo envuelta en ungüentos.

La señora de Farrals, según supimos después los que teníamos noticias de su existencia, soportó con toda resignación los brebajes y las unturas. De obesa que era, se convirtió en esqueleto. Y Farrals inventaba nuevos remedios y se los aplicaba con una tranquilidad temible. ¡Pobre señora de Farrals! 

IV

¡Oh tú, llama casi extinguida, pájaro perdido en el enorme bosque humano! ¡Te irás muy lejos, pasarás como una visión rápida, y no sabrás nunca que has tenido cerca un soñador que ha pensado en ti y ha escrito una página a tu memoria, quizá enamorado de esa palidez de cera, de esa melancolía, de ese encanto de tu rostro enfermizo, de ti, en fin, paloma del país de Bohemia, que no sabes a cuál de los cuatro vientos del cielo tenderás tus alas el día que viene!

V

Dejamos de ver a ese hombre extraordinario por algún tiempo.

Y aun poco se le advirtió en los hoteles y casas de hospedaje, en donde él daba constantemente caza a su luis consuetudinario.

–¿Qué será de Farrals? –nos decíamos.

Hace pocos días le divisé, más animado que nunca. Había aumentado de vientre, su cara parecía más ancha, y anda, sobre el asfalto del bulevar, con más desembarazo que el acostumbrado.

–Farrals, ¡cuánto tiempo sin verle!

–¡Vea usted la cinta negra de mi sombrero! –me dijo–. Pero ¡se ha perdido –agregó, se ha perdido! ¡A usted que le gusta tanto el buen bocado!

–Pero ¿qué, Farrals, qué me he perdido?

–¡Las cotelettes! Hace dos días enterré a mi mujer. Fueron varios amigos al entierro. A la salida los invité a un bouiloncito que conozco por allí cerca, y allí nos dieron unas cotelettes de chuparse los dedos. ¡Se ha perdido, le digo, se ha perdido!

¡Demonio de Farrals!

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