Fernando Silva
Al llegar
a un limpio del camino el viejo espantó la yegua. ¡Ei, uijuy! -le gritó
agachándose sobre el lomo. El animal se le arrendó volándose para un lado y fue
tan dura el sacudión, que por un tantito lo saca.
-Ai tiene pues, para que no vuelva andar de chusco
-le gritó la mujer que venía detrás.
El
viejo se rió echándose de espaldas sobre la albarda y espueliando otra vez la
yegua salió en una barajustada hasta
emparejarse con el otro compañero que iba adelante.
Una
nube de polvo envolvió a los hombres.
El
sol estaba bien caliente y el llano parecía de vidrio como reflejaba.
-Apuráte
niñá -le gritó de largo el viejo sofrenando la yegua. Entonces la mujer aligeró
su caballo.
Allí
iban don Lupe García, el viejo Marco Gutiérrez con su mujer la Chabela Ruiz que
vivían abajito de la Asunción y año con año no faltaban al Valle a pagar la
promesa al Santo.
Serían
ya pasadito de las doce cuando fueron entrando
al camino plano.
En
una vuelta el viejo paró la yegua y apeándose se puso a orinar tapado con la
albarda.
-Un
chistate te vas a sacar -le dijo la mujer.
-Si
es que me venía reventando -le dijo el viejo
alzando
la vista.
Al ratito, en cuanto terminó, se montó otra vuelta y
entonces se apuraron para alcanzar al otro que
se
había adelantado.
-Vamos
a llegar tarde -le dijo el compañero cuando
se le acercaron.
La
Chabela alzó la cabeza buscando el sol.
Iban
las tres al paso uno junto al otro y la Chabela que tenía que ir dando rienda
para no atrasarse. Lupe
García montaba un alazancito, el viejo Marco su yegua nueva y la Chabela un
rocillo remolón. La
fiesta del Valle era buena fiesta. Desde en la mañana el camino estaba alegre
con la gente. Por
ahí como cosa de las cuatro fueran llegando al Valle. Ya estaba aquello en lo
fino y se oía la gritazón de los picados.
Ellos
habían penetrado por un lado y ahora cogían derecho hasta la casa de madera
donde vivía don Chico
Narvaiz, muy amigo de ellos. Estuvieron
un ratito parados antes de llegar a la casa
para dejar pasar a otros promesantes que iban de
viaje a la ermita cruzando la calle.
En cuanto m rimaron a la casa la salieron de adentro unos perros y detrás don
Chico Narvaiz que venía regañando a los
animales.
-Buenas
tardes don Chico -lo saludó el viejo Marco.
-Mi
amigo don Marco, mucho gusto de verlo por aquí -le contestó don Chico,
levantando los brazos- pasen adelante -les dijo dirigiéndose a todos- pasen adelante.
-Estamos
adelante -dijo el viejo sonriendo y comenzó
a desmontarse.
-Buenas
don Chico -lo saludó la Chabela que había arrimado el caballo a la orilla de la
acera.
-Buenas,
mi hiiita apéllese diay que ha de venir rendida -Y le detuvo la rienda. Entonces la Chabela se desmontó y
el viejo se llevó la bestia a amarrarla a un poste que estaba para allasito. El
otro viejo Lupe García en cuanto se desmontó se fue a darle la mano a don Chico
Narvaiz.
-Cómo
le ha ido don Chico?
-Pues por ai, compadre, regularcito -le contestó.
El
viejo Marco estaba a un lado aflojándole la cincha a la yegua y en voz baja le
dijo a la Chabela Vaya ayudar adentro.
-Jesús!
don Marco, cómo va crer eso -le dijo don Chico Narvaiz, que lo había oído- Si
no ve que
ella viene a pasear? Vella qué cosas!
-¡Ja!
¡Ja! -se rió el viejo Marco satisfecho.
Desde
afuera se divisaban las mujeres que estaban
atareadas en la cocina en un solo trajín, echando tortillas, otras meneando
cazuelas, otras atizando el fuego, moliendo, rayando queso, amarrando nacatamales,
lavando platos, picando carne, enrollando rosquillas, tostando café todo
aquello hasta que huelía.
-Esto
va estar de lo bueno -dijo el compadre Lupe.
-Dios quiera mi amigo Dios quiera –repitió don Chico dándole al compadre
unas palmaditas en el hombro. Y bueno -dijo enseguida- no se me queden ai parados, munós adentro a echarnos
un trago que
Uds están arrimando.
El
compadre Lupe García y el viejo Marco se rieron y ya se fueron siguiendo al viejo
don Chico que se metió tuntunequeando al aposento. Don
Chico sacó la botella de un cofre, se la dio a tener al compadre y se fue a
sacar agua al tinajón.
-Sírvase
pues mi amigo -le dijo pasándole agua al compadre Lupe.
-Ah!
Bueno -dijo el compadre Lupe, levantando la botella para empinársela. Tragó y
luego se enjuagó. Después bebió el viejo
Marco y enseguida la
cogió don Chico.
-Salud,
pues -les dijo
-Salud
-le contestó el compadre.
-Que
le aproveche -le agregó el viejo Marco.
Don
Chico se hizo a un ladito para escupir.
-Para
comenzar está bueno, verdad don Marco?
-Ah!
Sí -afirmó el viejo cabeceando.
-Ah!
pues, va el otro! -les dijo.
-Bah!
pues! -dijeron.
Así
que le dio viaje el compadre, lo siguió el viejo Marco y también don Chico
Narvaiz y así estuvieron su rato hasta que bajaron la botella a menos de mitad.
-Tenemos
que ir a la ermita antes que nos agarre la noche -les dijo el viejo Marco,
recordándoles.
-Chabelá!!
-gritó a la mujer que andaba allá adentro- munós -le dijo.
-Ai
voy -le contestó la
mujer.
La
casa de don Chico Narvaiz ya estaba llenándose de gente que llegaba a verlo. El
viejo se fue a acompañarlos hasta la puerta.
-Entonces
ai venimos pues -dijo don Marco.
-Lo
espero -les contestó don Chico- no se vayan a tardar.
-Como
no –dijeron.
La
ermita quedaba al final de la calle, allá se divisaba entre unos caimitales. Bastante
gente iba y venía. Todos llevaban sus presentes al Santo. El
Santo era el Señor de Esquipulas,
chiquito y negrito como un panecillo, metido entre grandes copos de madroños. A
la entrada están los Mayordomos vendiendo los milagros. Allí uno escogía si lo quería
de plata, de plomo o fierro. Si era una manita, una canilla, un pie, un chanchito, una casita, una carreta, un niño.
Abajo
en el suel todos iban a depositar su carga que regalaban al Santo. Allí había
gallinas maneadas, pollos, chompipes, piñas, pipianes grandes, calabazas sazonas, puños de frijoles, medios de
maíz, botellas de miel, parejas de palomas, guacales de huevos, etc.
-Está
bueno esto compadré -le dijo el viejo Marco.
-Mejor
que el otro año -aseguró el compadre. En la ermita se estuvieron su rato hasta
que ya oscureció y rezaron sus
oraciones y prendieron sus candelas. Entonces hicieron viaje de vuelta a
la casa de don Chico. Cuando llegaron donde don Chico ya les tenía lista la
mesa que la había jalado allí afuera y estaba guindando un candil de un clavo
de la puerta. Don
Chico los convidó a sentarse a la mesa y llamó adentro para que fueran poniendo
la cena. De
donde estaban sentados comiendo veían pasar a la gente que iba para el baile
que había donde los
Cantillanos.
No
había luna y la gente iba con sus candiles. De largo se divisaba una gran
claridad, y era la lámpara de gasolina que habían guindado de la ceja de la
puerta de donde los Cantillanos.
-No
quiere nada más? -le preguntó don Chico a don Marco.
Don
Marco cabeceó porque en ese momentito tenía la boca llena.
Y
usted? -le preguntó don Chico al compadre.
Ya
estamos llenos -le contestó el compadre- muchas gracias.
Un
chavalo se le acercó al viejo para avisarle que ya habían llegado los
marimberos donde los Cantillanos. Entonces se levantaron de la mesa y se fueron
alistar para ir a echar la paseadita. Ya
cuando llegaron había bastante gente. En cuanto no más entraron los salió a
topar el viejo Cantillano que se
abrazó con don Chico y después
les dio la mano a los otros. Al
ratito les posaron una mesita a los recién llegados y unos taburetes. Los
marimberos comenzaron a darle duro o los reglas y yo habían salido sus parejas.
Una
muchacha trajo a la mesa una botella de guaro y otra de chibola que se la pasó
o la Chabela. El
baile ya estaba en lo fino y los hombres en cada recordada se metían su trago. Muchos
estaban bailando pero había otros que estaban viendo no más, allí arrimados en
la puerta. Al
rato uno de esos que por cierto andaba una camisa rayadita, se vino para donde
estaban los hombres y le pidió una pieza a la Chabela. La mujer no lo quiso despreciar.
Estuvieron bailando su rato y cuando terminó la música la Chabela se vino a
sentar soplándose del calor que hacía.
Al
ratito tocaron otra y el mismo hombre volvió a sacar a la Chabela. Ya
casi todos estaban picados y comenzaron a gritar y bailar sueltos. El
viejo Marco estaba matrero y no le quitaba el ojo a la Chabela. En
una de esas, cuando estaban bailando, en uno vuelta del suelto, muy seguro que
el hombre agarró a la mujer quien sabe cómo, la seña está que allí no más se vino ella. Detrás
se dejó venir el de la camisa rayada y la quiso juerciar.
-Apartate
diay! -le gritó el viejo, parándose.
-No
te metás vos, viejo culeco -le dijo el hombre dándole un volón.
El
viejo no esperó un tantito, sino que dejó irle un revés que ni cornada de
novillo, que hizo al hombre caer patas arriba. La
gente se arremolinó gritando y otros salieron en carrera. El
hombrecito se paró a un lado y echando chispas por los ojos se le tiró encima
al viejo de un brinco como gato, y en cuanto lo agarró le pegó los dientes en
el pescuezo. El viejo Marco dio un berrido. El
compadre Lupe se lo quiso quitar de encima dándole al otro en el sentido y la Chabela por detrás lo
ajustaba en el lomo con una botella.
Otros
que estaban a la orilla se metieron a desapartarlos cuando allí no más entró el
Cabo Obando aventando a la gente de un lado a otro. El
viejo le había echado zancadilla al hombre y ya lo estaba horcando. El Cabo Obando agarró al viejo de la
nuca y le dejó ir un
riatazo.
-¡Lo
va a matar! -gritó la Chabela pegándosele de la mano al guardia. El Cabo le dio
un codazo a la mujer que fue a parar a un lado.
De
una oreja le chorreaba sangre al viejo Marco.
-Párese
-le gritó el Cabo con el yatagán en la mano.
-Si
aquí estoy -dijo el viejo Marco levantándose.
-¡Pasá!
¡Pasá! -le dijo dándole un rempujón.
-Y
usted -le dijo al compadre Lupe.
-¡Y
vos también! -le gritó a la Chabela con malacrianza jalándola del brazo que por
nada la bota.
Los
tres fueron saliendo seguidos del Cabo que los venía tratando. La
noche estaba bien oscura. El guardia los llevó al cuartel que quedaba al dar la
vuelta. Desde
allá se oía la música y se
veían los cohetes cuando se elevaban y
los gritos de los muchachos que salían corriendo a recoger las varillas.