31 de enero de 2016

El pájaro de fuego

Rodrigo Peñalba Franco.

El pájaro de fuego se alimenta como Saturno: de sus crías. Es extraño. El viento mezcla las cenizas en el aire, y deja las plumas caer al suelo. Las plumas derramadas indican que las crías han partido del nido, consumidas. En el suelo éstas se mezclan con las hojas secas, acomodándose al viento y la gravedad para escoger el mejor lugar en que posarse. Las plumas pierden el color al ser separadas del cuerpo, tornándose negras, secas, cauces vacíos, fondo de piedras, terreno muerto.

El pájaro de fuego habita solitario, reuniéndose en ocasión única para la procreación de la especie. La especie no continúa en los huevos del nido, sino en la vida que conserven sus padres. Hembra y Macho se turnan en la conservación de la nueva generación, con sumo cuidado y atención a otros depredadores. Los polluelos nacen como llamarada que se genera espontáneamente. Rompen el cascarón dejando salir la luz que su naturaleza genera, alumbrando las copas de los árboles en que posan. Puntos luminosos esparcidos por el bosque, fauna de costumbres nocturna realizando constelaciones. Los padres toman a las aves y les cuidan, alimentan con ramitas secas y material de rápida combustión. Crecen y tornan fuertes sus alas, primero blancas, luego todos los tonos de azul. Con el desarrollo surgen las plumas naranjas, que es cuando las crías podrán partir, combustión y alimento paternal. No escapan, son inocentes, no tienen intención.

Fuego consumido por el fuego rejuvenece su fuerza. Fuego procrea fuego para alimentar su caudal y conservación, el ardor de la materia descomponiéndose al contacto con el oxígeno. La historia no es el relevo de los primeros por los últimos, sino del nacimiento de los últimos como mechas y antorchas de los primeros que, en su momento, serán de nuevo los últimos para dar lumbre a los primeros. El nacimiento de nuevas crías significa la llama de los viejos, los padres, los antecesores, renovada en su misma naturaleza. Padre que engendra al hijo para consumirlo y ser joven de nuevo. La historia que llamamos Historia no se escribe con la sombra de los padres cediendo ante las sombra de los hijos, sino de las cenizas abandonadas en el suelo del bosque, mezcladas con las hojas secas y cortezas desprendidas, los cauces carentes de función y el terreno seco llamado civilización. Son las cenizas la materia prima del producto llamado cultura, sublimación de los sentidos en símbolos, translaciones de los sentidos del trazo a la convención llamada sociedad.

El pájaro de fuego devora a sus crías. Y de nuevo es cría, esperando ser alimento del padre, que será cría, para ser alimento del anterior padre. Cada gestación es un retorno, negación del futuro, recreación del pasado. De las cenizas el pájaro de fuego cuenta su historia, pero le preocupan demasiado las cenizas, demasiado. En el suelo, la gente del bosque lee las constelaciones y escriben la Historia basados en las plumas grises. El terreno es oscuro, el sol es un rayo de luz que salta por el horizonte y se esconde. Siempre lejos, jamás llega ni se acerca. El pájaro de fuego amanece. Es cría de nuevo.

La gente del bosque busca las cenizas entre las hojas y los toma por frutos extraños, papel escrito en lengua que no comprenden pero interpretan, dogmas sentados en la repetición de los mismos. Las pruebas no son necesarias, la interpretación es. En las copas de los árboles los pájaros de fuego retoñan. Desde el suelo son puntos luminosos confundidos entre ramas y hojas, arrimados en combinaciones geométricas y figuras estelares. No hay estrellas, sino ilusiones, cartas astrales tomadas por ciencia, la formación de los clanes, la prohibición del incesto y el nacimiento de la familia. No es ley divina, es antropología, el dogma es costumbre, no certeza.

La fauna nocturna vuela a ciegas u observa agazapada en matorrales con grandes ojos brillantes, espejos de plata, luciérnagas confundidas por miradas. La gente les teme y esconde a sus niños. En ocasiones se comen a los niños, y los huesos son usados en altares. Las luciérnagas que esconden las miradas no hacen caso de los sacrificios, ni las cenizas traen respuestas. La gente siente miedo, y los árboles son tabú, no pueden subir por ellos, acercarse a las copas. No conocen nada sobre el cielo, del mundo sobre de sus cabezas, escondido entre las ramas. La historia es escrita como los prólogos, al final de la historia pero se publica al principio de los libros, en las cenizas, y no debe ser interrumpida. Si el fuego migrara no habría constelaciones, ni dogmas, el abandono llamado existencia sin cartas que lo ayuden a ser navegable, apenas tolerable.

En el bosque siempre es de noche y la gente duerme, vive, en chozas. La fauna persiste, la carne es devorada, el cielo busca la carroña, el grande se come al chico, las luciérnagas intimidan y en las cenizas se encuentra lo que avanza borrándose a sí mismo, lo que promete adelantar y retrocede.


Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006

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