a José
Emilio Pacheco
El día en que por fin S. E. debió rendir tributo a la madre tierra, la nación agradecida decidió que no debía entregarse su cuerpo
a la corrupción, y mandó que unos sabios cirujanos traídos del Gorcas Memorial
Hospital de la Zona del Canal, lo embalsamaran de modo que sus carnes
resistieran per sécula seculorum, como dijo el Ministro de Policía,
Justicia y Gracia en su oración fúnebre.
Los funerales de Estado se cumplieron
merecidamente, y el cuerpo de S. E., relleno de algodón en rama, fue paseado en
andas descubiertas durante varios días, unas veces vestido con el uniforme
militar de gala de comandante de todas las fuerzas de tierra, mar y aire; otras
con toga romana y corona de lauros, en premio a sus virtudes republicanas; y
finalmente con el traje de apache que gustaba lucir en las festividades del día
de la raza, con el que fue enterrado.
A los muchos años, entre las ruinas de un terrible terremoto que había destruido la ciudad capital, los volatineros del Circo
Atayde, uno de los tantos que para esos días acampaban entre los escombros a
fin de divertir a la población damnificada, se encontraron en lo obscuro con la
momia de S. E. vestido de apache, intacta como en el día de sus funerales, que
había sido arrastrada desde su cripta rota, en las aguas de una corriente de
lluvia.
La momia del apache, como empezó a llamársele, fue
exhibida con éxito por todos los países de Centroamérica bajo carpa del Circo
Atayde, anunciada como una de las principales fracciones, el cual la vendió
luego al Ringler Brothers Circus, que no sólo la paseó triunfalmente por todo
el medio oeste de los Estados Unidos: la exhibió además en la Feria Mundial de Chicago,
como prueba de la antigüedad de la civilización apache extendida hasta tierras
del trópico, y la llevó a Inglaterra donde ocasionalmente la dio en préstamos a museos e instituciones
antropológicas que se maravillaban de las técnicas de embalsamamiento usadas
por los naturales de América, y sin deterioro sigue la momia su peregrinación,
el rico penacho de plumas que le adorna la cabeza ya bastante apagado y así va
dentro de la urna que cruje cada vez que la levantan al trasladarse de sitio la
caravana, sobre el cristal las moscas muertas y la saliva seca de algún
escupitajo, rodeada por niños y adultos que después se alejan a admirar los
camellos y las jirafas.
(Tropeles y tropelías)
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