3 de enero de 2008

Un güegüe me contó

Por María López Vigil
Cuento infantil Nicaragüense

En el principio, al comienzo de todo, Nicaragua estaba vacía. Vacía de gente, pues. Había tierra y había lagos, lagunas y ríos. Y muchos ojos de agua. Pero no había ni mujeres ni hombres para mirarlos. Las mojarras y los guapotes, también los cangrejos, eran dueños de las aguas y vivían en ellas y hacían en ellas lo que les salía...

También estaban los cenzontles y los colibríes volando alrededor de las flores y los zanates instalados en los árboles. Y estaban los árboles: el jocote, el granadillo, el jícaro, el malinche, el chilamate, el cedro real y un poco de árboles más. Los perros zompopos corrían entre las piedras y los garrobos salían a tomar el sol sin que nadie los molestara. Coyotes, leones y dantos andaban de vagos por el monte y se hartaban tranquilos.Ya estaban los volcanes cocinando lava y botando humo, pero todavía no había nadie en Nicaragua. Nuestra tierra estaba vacía. Vacía de gente, pues.

En el principio, al comienzo de todo, dicen que ya estaban los dioses. Los dioses vivían allá, por donde sale el sol. Nadie se asomó nunca por el rumbo de los dioses. El dios Tamagostat era varón y guardaba la luz del día. De sus manos venías todas las cosas buenas y también todas las cosas buenísimas. La diosa Cipaltonal era mujercita y guardaba la noche. O más que todo: guardaba el momento de la noche en que llega la luz y empieza a ser de día. Era la guardiana de la aurora. Cipaltonal era linda, tenía la cara pintada con los colores del amanecer.

Tamagostat se enamoró de ella, se volvió dundito por ella.Para encontrarla recorrió el cielo a toda hora. Pero no la halló.Tanto y tanto caminó Tamagostat que todas las nubes se dieron cuenta de que era un dios enamorado. Un día, una de ellas se apiadó de él y le reveló el secreto:

- Mirá, hombre, a la linda Cipaltomatl sólo podrás hallarla si te alistás para cuando el sol abra su ojo y deje escapar su primer rayo de luz. Sólo entonces.

Tamagostat hizo posta en las misma nalgas del sol, se desveló, estuvo de vigilancia, hasta que un día, por fin, cuando el sol abría su ojo izquierdo, logró mirar a su amor. y su amor lo miró a él.

- ¡¿Ideay?!

- Cipaltonal, te quiero tanto, tanto, tanto...

Entoces, la cara pintada de amanecer de Ciapltonal se puso roja, roja, roja.

Estaba más linda que nunca. Tan linda que Tamagostat dio un brinco por encima del primer rayo de luz y la besó en la boca.

- ¡Jodidoooo! -se oyó gritar al sol-. Así fue. Aquel día el amanecer no fue igual al de otras mañanas. Tuvo tres mil colores nuevos. Colores tan bonitos como nunca se había visto antes y como nunca más se volverán a ver. De aquel beso de nuestro padres nacimos todos nosotros los nicaragüenses.

Un poquito después del principio empezaron a llegar hombres, mujeres y chavalos.

Por aquellos tiempos lejanos, que ya nadie recuerda, ni doña Tula, las tierras de América, desde más al norte de lo que hoy son los Estados Unidos hastala mera Patagonia, al sur más al sur, estaban vacías de gente pero repletas de animales.

Nuestros abuelos abuelísimos vinieron a cazarlos. Hicieron viaje de muy largo:del Asia, de oriente, de donde nace el sol.

Un día que no está escrito en ningún calendario agarraron sus calaches y vinieron para aquí.

- Unos a la bulla y otros a la cabuya.

Legaron en molote, llenando de a poco todas las tierras de América. También en molote llegaron hasta Nicaragua. Y al mirarla, decían los abuelos chinos:

- ¡Chocho, qué tierra más pijuda!

Se instalaron aquí. Eran tendaladas de animales las que había: bisontes,elefantes peludos llamados mamuts (de esos que sólo pueden mirarse en los museos), tigres dientudos y caballos con colochos y venados y chanchos de montes...

Todos eran animales buenos para hacer carne asada.

De a poco, los abuelos chinos ya fueron teniendo la piel del color del contil.

- Ya éramos indios, pues.

Aquellos primeros nicaragüenses se fueron instalando por todas nuestras tierras.Unos por los bosques del norte, desde Teocacinte buscando al este, otros porlas orillas del Coco buscando el Atlántico.

Unos en las montañas del centro y otros junto a los lagos.

Unos al occidente y otros al oriente.

- Cada lora a su guanacaste.

Donde más gente se arrejuntó fue a lo largo de la costa del Pacífico.Aquellos primeros nicaragüenses no tocaban aún la marimba ni bailabanpalo de mayo, no comían ni rondón ni gallo pinto.

Eran tiempos demasiadísimo antiguos. Los nicas aquellos eran arrechos a cazar.Cazaban y pescaban. Y como sabían hacer el fuego se preparaban un almuerzo soñadito con carnita de monte o con un guapote frito. También bailaban, jugaban,reían y contaban cuentos. Eran felices y eran parejos. Porque eran parejos eran felices.

Mujeres, hombres, niños y viejitos: todos parejos.

- Es correcto: a nadie le falta nada y a nadie le sobra nada.

Pero la historia siempre tiene sus bandidencias. Cuentan que algunos de aquellos cazadores hicieron sus casas en Managua, junto al lago, y que un día, a saber por qué vaina, el abuelo Chepe-Nepej amaneció gritando:

- ¡Quiero pinol!

Para aquel entonces nuestros abuelos no conocían ni la siembra ni la tapisca.Ni idea tenían del maiz y mucho menos sabían qué fueran el pinol.Por cuenta fue grande el asombro por la necedad del señor,que gritaba y gritaba:

- ¡Quiero pinol!

Y dicen que tanto gritó aquel jodido que Managua entera se alborotó.

Y todo mundo se preguntaba:

- ¿Qué chunche será ese pinol?

Y era una sola infanzón por donde la casa de Chepe-Nepej, una cuadra al lago media al sur.
- ¡Quiero pinol! ¡Quiero pinoooool!!!!

Y después de una hora, de tres horas, como nadie le daba pinol, Chepe-Nepej,de malcriado, agarró una hacha de piedras bastante filudita y, zacaplás, la levantópor encima de las cabezas de todos. Al verlos así tan bravo, los managuas, y hasta los venados y los bisontes, salieron en carrera hacia el lago.

_¡Quiero pinol! -gritaba Chepe-Nepej-, ¡Quiero pinol!! -gritaban todos-. Y todos corrían.

Y cuentan algunos que aquel mentado día del pinol, el molote que se armó fue tantremendo que el lago y los volcanes también se alborotaron. Y cuentan más: que los tres volcanes de Managua, el Asososca, el Nejapa y el Tiscapa se les removieron las tripas como que tuvieran currutaca y cocinaron ligero una lava calientísima que llevaba piedras, cenizas, fuego y toda chochada y burumbumbún, estallaron. El río de lava y la lluvia de cenizas alcanzaron a los managuas mientras unos corrían de allá para acá y otros de acá para allá.Aquel ayote terminó ahumado: el fuego ardiente les quemó el fundillo a todos.

- ¡Por este baboso que quería beber pinol, terminamos desmambichados!

Y le echaba verbos al mañoso de Chepe-Nepej. La huellas de los que corrieron en aquel molote quedaron marcada para siempre en el lodo que vomitóel volcán por el rumbo de Acahualinca. Y hasta el día de hoy se pueden mirar.

Hay otras muchas historias sobre esas huellas.

Esta del pinol es una no más, por cuenta no la más cierta.

Dicen que sólo iban cazando un bisonte o que salieron de paseo o que hacían viaje con sus maritates o que. A saber.

La Hormiguita y La Liebre

Por Bayardo Quinto Núñez

A Hirela Ortega

Un día la hormiguita y la liebre se encontraron y se hicieron amigos en el momento que más lo necesitaban, fue una obra espléndida y prodigiosa del destino, pero el mismo destino del tiempo se encargó de dejar inconclusa esa amistad, fue todo un misterio, pero por algo fue así ese tiempo.

Pasó aproximadamente un cuarto de siglo —23 años— y la amistad entre la hormiguita y la liebre, se había confundido, escondido en el tiempo. Ninguno de los dos amigos sabían si esa amistad había sido verdadera o pasajera, incluso, no tenían conocimiento si en sus mentes por lo menos merodeaba algún ápice de recuerdo de que había existido esa amistad. El destino se había encargado de esa tremenda obra que un día de la ausencia fugaz volvió la amistad y sonó como un estruendo de una erupción de un volcán. Entonces, los buenos amigos, la hormiguita y la liebre se asombraron que de nuevo se habían encontrado, ahora con más experiencia, más edad, cada quien con sus logros obtenidos debido al sacrificio y entrega.

La única salvedad era que conforme el factor tiempo de ausencia de casi un cuarto de siglo, todo parecía mentira, pero el transcurrir del tiempo y las correspondencias que iban y venían, la hormiguita y la liebre se dieron cuenta que la amistad siempre existió, la única diferencia era la distancia a que se encontraban el uno del otro, al igual sus experiencias y formas y modos de trabajos.

Pero un día la liebre le preguntó a su amiga, la hormiguita: “Sabes, me siento que yo no merezco tu amistad”. La hormiga respondió: “Mira, tu tamaño, eres grande y muy ágil y yo en cambio soy pequeña y lenta”. No sabes, el tamaño no lo es todo, lo importante es tu inmenso corazón, y además sos más grande que la jirafa por tu trabajo, tu empeño en proponerte y lograr lo que te has propuesto ser, por eso yo te admiro y respeto mucho, y siempre vas a ser más grande que cualquiera”, le contestó su amiga la liebre a la hormiguita. Y así continuaron siendo amigos hasta los confines de este mundo.

Asesina en serie

Por Blanca Castellón

Aún no entiendo cómo fui capaz de cometer tal vileza en toda mi vida anterior, ni siquiera me había atrevido a destripar el diminuto retoño de una cucaracha. La idea del crimen se me ocurrió un sábado. Una foto de Gioconda apareció en una importante revista literaria junto a su cachorro cocker spaniel al lado del poema más hermoso que jamás hubiera leído.

Hablaba sobre el arte de desnudar el alma para compartir su misterio con todos los hombres y mujeres de la tierra. Invitaba a experimentar ese acto y a convertir el planeta en un inmenso campo de almas nudistas para alcanzar la paz y realizar de una vez por todas la más noble utopía: la comunión de las almas.

Mis propias limitaciones me impiden transcribir con exactitud la belleza del texto, el mimo emocional que provocaba en el lector, pero era como si un gran vuelo de mariposas blancas nos acariciara la médula del ser.

Comprendí de una vez por todas que nunca llegaría a escribir algo semejante. Desde hace un tiempo me molestaba su capacidad de fotografiar con palabras lo que está bajo la piel, su capacidad de rescatar con versos las eternas costillas de Eva, "me di cuenta como si me hubiera partido un rayo, de que estaba y estaría para siempre sola en mi propio cuerpo... Sentiría, escucharía mis pensamientos más recónditos". Así empezó todo.

Escuché mis pensamientos enfermizos y los obedecí con la misma intensidad con que solía obedecer todas las leyes de los hombres. Quedé como hipnotizada contemplando la fotografía. No la veía a ella, veía la sonrisa de su perro confirmando su fidelidad y la estrecha relación con su dueña y señora. Yo siempre había querido tener un perro, pero los metros cuadrados de construcción de mi habitación alquilada me lo impedían. Yo siempre quise escribir un libro que diera la vuelta al mundo, que yo no había podido conocer... Es cierto que sin pena ni gloria yo había publicado algunas páginas en prosa y verso, es cierto que hasta ese sábado fatal siempre había tenido la esperanza de alcanzar algún día la dimensión literaria del paradigma que yo misma me había impuesto, pero no tenía disciplina y -para que negarlo ahora- los dioses no me habían elegido para el oficio de expresar lo inexpresable, ni de atrapar lo imposible.

En esas divagaciones estaba, cuando movida por los ojos del perro fotografiado y una extraña fuerza, me levanté de un brinco de la cama revuelta. Busqué una revista donde yo había publicado algún poema , un plaqué con narraciones breves que por obra y gracia de un amigo, más interesado en mi cuerpo físico que en el cuerpo de mis textos, había arriesgado su prestigio y su dinero publicándome y hasta comentando mi "obra". Su ganancia fue perderme de vista apenas concluyó su bondadosa misión.

Tomé un sobre de papel kraft introduje los textos y escribí Gioconda, por si acaso era mi día de suerte, uno nunca sabe y me recibía ese mismo día, me fui al Cibercafé que quedaba a unas cuadras de mi habitación y como la dirección electrónica aparecía al final de la publicación de la revista literaria le escribí: 'Gioconda, he saboreado con deleite supremo tu último poema, quisiera pedirte una fracción de tiempo para enseñarte algunos trabajos míos, a ver qué día podés recibirme, no cuento con una computadora personal, si pudieras contestarme a vuelta de red, te lo agradecería; yo estaré aquí varias horas, espero tu respuesta'.

Mi mensaje llegó en el momento más favorable a los planes secretos del destino y en media hora recibí la repuesta: '¿Podría ser hoy mismo?, salgo para dictar una conferencia en Madrid mañana y además estoy de buen humor, me han anunciado un premio que tendré que recoger luego de mi viaje a España'.

Ni corta ni perezosa, me informé dónde podría comprar esas pastillas famosas para curar frijoles, pastillas del amor han llegado a nombrarlas, ¡vaya ironía! Pasé por el supermercado, compré 4 onzas de posta de pierna, envolví 3 pastillas de esas en medio de la carne y tomé la ruta que me llevaría a casa de Gioconda, toqué el timbre, para mi sorpresa ella misma salió a recibirme, junto con su perro, que, por cierto, me pareció amistoso. No hay tales que los perros presienten, que sus instintos animales detectan al enemigo, 'Dante' (supe al fin su nombre cuando ella lo quiso apartar de las suelas de mis zapatos), 'Dante' no sospechó mis crueles intenciones, más bien fue un dechado de demostraciones de afecto. Apenas me senté en un mullido sofá forrado con imitación de piel de tigre se acostó panza arriba obligándome a acariciar su estómago peludo.

Gioconda estaba buscando en su enorme biblioteca uno de sus libros para obsequiármelo. No lo encontraba. 'Dante' había saltado a mi lado en el sofá y con su pata tocaba mi hombro tembloroso como pidiéndome algo, ¿la muerte?

Llegó la hora me dije. Saqué del bolso el obsequio que con esmero le había preparado. Lo tragó casi sin masticarlo, cuando Gioconda llegó, 'Dante' parecía estar contento. Ella escribió algo en la primera página del libro que se disponía a entregarme. Justo en ese momento 'Dante' empezó a temblar, de su hocico salía tanta espuma como de las olas del mar.

Gioconda gritaba: "¡Dante!, ¡Dante qué pasa! ¡Margarita llama al veterinario!, ¡Margaritaaaaaaa!, ¡llama al Dr. Velásquez!, ¡Dante se muere!".

Lógicamente tuve que levantarme por cortesía, creo que ni siquiera fui capaz de ocultar mi satisfacción por el deber cumplido, regresé a mis tres paredes (una era ventanal donde se divisaba las huellas de Acahualinca).

Empecé a convulsionar... de risa. Me sentía realizada. Hay misiones de misiones en esta vida pensaba, la mía será de ahora en adelante maltratar a los escritores, a los artistas. Habrá qué ver lo que crearán con el maltrato (ya ven cuánto bien le hizo a la literatura francesa el dolor de Proust). Hay que castigarlos, más cuando han escalado la cumbre de su día.

Comprendí en ese momento el verdadero sentido de mi paso por la tierra.

Esta sería mi gran contribución a la literatura, no había otra opción.

Hice una lista de escritores de los que se sabía amaban a sus perros. Hasta incluí a Saramago. Lanzarote es posible, todo es posible, el mundo es pequeño. La lista abarcaba desde los grandes (Carlos Fuentes, Elena Poniatowska) a los insignificantes. Como esa Castellón que con fatua insistencia publicaba mes a mes en suplementos, y tenía en su haber un par de libros que nadie compraba. Se decía que mientras escribía sólo soporta la compañía de su perro 'Cafu'. Ya la visitaría. Empezaría de abajo.

Al fin me sometía a alguna disciplina: ¡Asesina en serie! Seguiría la serie con la seriedad que el trabajo demanda.

Dos meses después de la muerte del 'Dante' me encuentro en un suplemento cultural, un poema en su memoria junto con una entrevista a su ama: "Desde que murió no he parado de escribir. Ya son muchas las editoriales interesadas en esta dramática historia".

Hoy murió 'Cafu' por mis buenos oficios. La Castellón no había olvidado el cuento del 'Dante'. Ha hecho un alboroto que la ha favorecido. Hasta los diarios más prestigiosos la han entrevistado. Sin embargo, debo tener cuidado. Ya han empezado a sospechar de mano criminal. Ella se ha venido en lagrimas y en tinta, ha escrito y escrito y escrito, tanto, que algo bueno saldrá.

Al final de cuentas, no puedo sentir culpa, ¡asesina en serie! Ya van cuatro. Mi meta es Saramago (hay que imponerse la cima como meta, es posible alcanzar el imposible

Me olvidaba contarles el contenido de la dedicatoria que Gioconda dejó en el libro que me dio aquel sábado: "Ejecuta sin piedad las órdenes de tus pensamientos más recónditos. Como un perro sé fiel a los dictados de la palabra".

Aquella amiga extranjera

Por Blanca Castellón

Constantemente recuerdo la misteriosa vida de aquella amiga que llegó de un país lejano a la escuela, su imagen es difícil de borrar. Tenía unos ojos inmensos, rasgados hasta la crueldad por la manera en que se recogía el cabello.

Su madre siempre estaba enferma, en su casa se hablaba en secreto, se caminaba en puntas de ballet, no se comía en la mesa sino en bandejas individuales cubiertas con exquisitos tapetes de lino perfectamente almidonados, que llevaban las empleadas domésticas ataviadas con impecables uniformes, hasta las muchas habitaciones grises, decoradas con el símbolo del escape hacia el asilo del sueño.

No puedo olvidar el día en que murió su perra Milú, es decir su mejor amiga, su única hermana, su madre sana, el ser viviente más cercano a ella, en movimiento y en permanente estado de proveer afecto; faltó a las clases por muchos días, yo envidié sus días de descanso escolar, dichosa me decía sin sospechar que ella, mi amiga repentina, estaba rozando con sus lagrimales las llamas del infierno.

Cuando la volví a ver, tenía esa expresión amarga que se dibuja en el rostro de las vacas condenadas a ser alimento de la especie humana, las ojeras profundamente oscuras no tenían relación con sus tiernos años, caminaba con la resignación de mi abuela cuando enviudó, hablaba siempre como pidiendo perdón por su pupila mate.

Yo que siempre estaba en un juego de cartas con la risa, con el libertinaje de las flores salvajes, con los nobles rayos del sol, yo que tenía acuerdos secretos con la felicidad de las estrellas que visitaban mi firmamento particular, me asusté, me fui alejando de su atmósfera densa, no se me ocurrió pensar, que para ella mi amistad disipada, tendría la misma intensidad de la sombra que llevaba marcada en sus párpados.

Para ser franca, siempre pensé más en Milú, que en su madre -nunca llegué a conocerla- no me siento culpable, ella no la mencionó más que para decir: "Habla en voz baja, mi madre está mal".

Ahora después de tantos años he sabido de buena fuente, que su madre nunca la quiso, que lo único que amó con locura fue la muerte y mi amiga heredó las patológicas inclinaciones de su madre y ahora que yo me paso la vida ejerciendo como jurista, ella, mi extraña amiga, se encuentra bajo un reglamento injusto en la casa de los que pierden el juicio, un juicio, que tal vez yo pude ganar.