Rubén Darío
Près de la
fenêtre, aux borda du Rhin
le profil
blond d'une Margaréte
elle dépose
de ses doigts lents le missel
où un bout de
ciel
luit en un
candide bleuet.
Les voiles de
vierges bleus et blancs
semblent planer
sur l'opale du Rhin.
GUSTAVE KHAN
Ayer mañana,
muy de mañana, mi vecina comenzó a cantar; despertó como un canario; canta como
un canario; es rubia, es hija de Alemania. Diréis que el oro es poca cosa si
miráis bañada de sol la cabeza de ese pajarito alemán, que tiene por nombre
Margarita, y que no hay duda lo recortó la madre con sus tijeras de algún Fausto
iluminado por algún mágico viñetista.
Pres de la
fenétre…
le profil
blond d'une Margaréte.
El verso de
Gustave Kahn danzaba en mi memoria. ¿Y la rueca Margarita? ¿Y la meca?
Près de la
fenêtre…
Más azules
que los vergissmeinnicht sus dos pupilas celestiales miran con la franqueza de
una dulce piedra preciosa, o un de ágata rara como las piedras fabulosas de los
cuentos, que miraban como ojos... Al mirar, sus claros ojos matinales
contribuyen a la alegría del día. "Buenos días, vecina, buenos días".
¿Y la rueca,
Margarita, y la rueca?
¡Ah! sí, yo
la he de hablar más de cerca y. si me lo permiten sus dos puros ojos, haremos
juntos un viaje por el Rhin. ¡Por el Rhin! En compañía de dos ojos más azules
que los vergissmeinnicht se hace el único viaje que puede soñar un poeta.
Y le he
hablado por fin, muy de cerca, y ella me ha contado en curioso idioma muy
bravas cosas.
El padre,
semejante a un burgomaestre clásico, rico de abdomen y unido a su pipa por la
más estrecha de las simpatías, da lecciones de música. ¿Por eso cantará con
tanta afinación el canario alemán? Mientras conversamos, el burgomaestre hojea
una partitura y ahuma el ambiente con la conciencia de una solfatara.
Yo le digo a
Margarita de los versos de Kahn, y le propongo que hagamos el viaje del Rhin
juntos, esa misma mañana; y corno ella accede y me mira fijamente, partimos a
Alemania, como sobre la espalda nevada de un cisne.
No sé qué
encanto especial tienen las mujeres germánicas, que a más de producir en
nosotros el hechizo del ensueño, nos infunden exquisitamente –costumbre quizá
heredada de willis o mujeres-cisnesas– una honda voluptuosidad ... La latina os
quema; la germana os trae el calor de por dentro, como un cordial. Y así, por
mucho que naveguéis a la luz de la luna y oigáis la voz de Lorelei, de pronto
os sentiréis amorosamente abrasados... ¿No es cierto, oh divino Heine?
YKahn:
Elle dépose
de ses doigts lents le missel
où un bout de
ciel
luit en un
candide bleuet.
¿Qué flor es
ésa, Margarita, rubia Margarita, la que tu mano corta después de dejar el
antiguo libro de misa? ¿Es una margarita, es una no-me-olvides? No; es una
rosa, cuyo corazón compite con la sangre de tus labios.
Es domingo:
el campanario soltó sus palomas de oro del palomar de piedra antigua. Es día
alegre. El burgomaestre repasa una partitura. Mi vecina y yo vamos camino del
Rhin. Ya estamos en él. Allá está el castillo. Más allá el burgo. Allá, más allá,
la casa de Margarita.
Les voiles de
vierges bleus et blancs
semblent planer
sur l'opale du Rhin...
–¿Y la rueca,
Margarita?
Margarita
está en la ventana de su casa; ha ido ya a misa... Es día domingo, pero no
importa: ella hila.
–¡Margarita!
te vengo a visitar desde muy lejos, en compañía de mi vecina, cuyos ojos son
hermanos de los tuyos. Margarita está con la rueca. Margarita me gratifica con
una sonrisa; y teje, teje, teje...
Ha tiempo
murió el abuelo, que fue coracero del gran Federico. Margarita tiene una
abuela, cuyas grandes y liliales cofias aprueban, al andar, acciones honestas.
La abuela supo de amor heroico y ardiente, hace tiempo, hace largo tiempo. La
procesión de años es tan extensa, que apenas se alcanzan a ver los que van por
delante...
–Buena
abuelita, ¿Margarita tiene novio?
–Novio tiene
Margarita. No es el estudiante, que tiene una cruz de San Andrés dibujada a
sable en la mejilla derecha. No es el dueño de la fábrica, a quien han
amenazado los obreros con una degollina si no les aumenta el salario. El novio
de Margarita es el propietario de la viña; el buen mozo rojo, que tiene un
bello perro, un bello fusil y un coche de dos ruedas tirado por una linda jaca.
–¿Y para
cuándo el matrimonio?
–Para la
próxima cosecha. En las cubas rebosa el vino blanco.
La abuela
charla, charla. Margarita teje, teje, teje.
–¿Y los
poetas, abuela?
–Los
espantajos alejaron todos los gorriones del plantío de coles; Margarita no
entiende de música sino lo necesario para tararear un vals de Strauss.
La noche va a
llegar. Aparecen los animales crepusculares, a la orilla del bosque, a la
orilla del río.
El viejo Rhin
va diciendo sus baladas. La vagarosa bruma se extiende como un sueño que todo
lo envuelve; baja al recodo del río, sube por los flancos del castillo; la
noche, hela allí, coronada de perlas opacas y en la cabellera negra el
empañado cuarto creciente...
Ya la casita
de la rubia hilandera está envuelta en sueño.
Entrada la
noche, comienza el desfile, frente a la ventana en donde, flor de leyenda,
estaba asomada la niña que hilaba en la rueca.
Pasa como un
enjambre de abejas de oro, murmurando, el coro de canciones que salen de los
vientres de los laúdes viejos, donde viven haciendo un panal de melodías,
alrededor del cual el diablo ronda, hecho moscardón... Pasa el diablo, en traje
de gala.
En traje de
gala va Mefistófeles, todos ya lo sabéis, un bajo de ópera. Sus cejas huyen
hacia arriba, como las de los faunos; sobre su frente la pluma tiembla, los
bigotes enrollan sus rabos de alacrán; la malla color de fuego aprieta la carne
enjuta; a la cintura va el puñal de guardarropía y el espadín infeliz que no
pincha, ni tiene el azufre de un fósforo.
Pasa
Mefistófeles; un pobre diablo. Pasa el hombre pálido y pensativo y gentil; pasa
Fausto. Todo vestido de negro; va de luto por él mismo. Entre su pobre cabeza
yace el sedimento de cien vejeces. A través de la bruma, el cuarto creciente
compasivo le envía un rayo que le dora la pálida frente, y hace brillar sus
ojos rodeados de ojeras.
Pues ha hecho
tanto la fiesta, ha gustado tanto de la vida alegre, que está seriamente
amenazado de tabes dorsalis. Va la manera de caminar; de modo que parece que
junto a él una Muerte de Durero ritmándole el paso, al son de una so»
cornamusa.
Pasa la vieja
dueña, con el faldellín ajado por avaricias y concupiscencias seniles. Junto a
ella, una araña, una escoba, un sapo; y el gordo perro judío que da dinero con
absurdo interés y se paga las niñas de doce años; y el gordo perro cristiano que extorsiona al circunciso y al incircunciso, y se receta el plato de cenizas de
Sodoma.
Pasa
Valentín, matachín; agujereado el pellejo a duelos; borracho como una mosca. Se
hará de la vista gorda, como le deis un empleo en la agencia del banco, una
querida y una bicicleta.
Pasa el organista,
que tocó en la iglesia a la hora de la misa y que por dentro es un luterano
extra: así ama él a la monja, la regordeta Sor Sicéfora de los Gozos, que le
regala con hojaldres y carnecitas bien manidas, con salsa abacial.
Pasa el gran
Wolfgang, patinando. Su cabeza sobrepasa la floresta; su holgada capa negra
deja ver su pecho constelado de estrellas.
Empujado por
una musa ciega y triste, pasa luego, entre a grupo de gentes vestidas de negro,
que sollozan y llevan los rostros cubiertos, pasa en su carretilla de
paralítico, el pobre Heine va alimentando en su regazo a un cuervo funesto, a
quien da de comer un puñado de diamantes lunares.
Y junto al
tullido, como un paje familiar, va un oso.
Pasa,
furioso, el pecho desnudo, los gestos violentos, la mirada fulminante, mascando
una hostia, estrangulando un cordero, hombre extraño, que grita:
–Yo soy el
magnánimo Zarathustra: seguid mis pasos. Es 1a hora del imperio: ¡yo soy la
luz!
Alrededor del
vociferador caen piedras.
–¡Muerte a
Nietzsche el loco!
Pasa el desfile,
bajo el palio gris de la bruma...
Volvemos del
viaje al Rhin.
No lo
repetiremos.
He perdido las señas de la casa de Margarita.
¿Qué decía el son de la rueca?
¿En qué estábamos, dulce vecina?
Hauptmann se subió al campanario y tocó a somatén.
El viejo cara de burgomaestre ha concluido la partitura y limpia el
flautín.
–Vecina, no
me ha dicho todavía en qué se ocupaba.
–¿No se lo he
dicho? Soy modista. ¿Y usted?
–Yo poeta.
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