23 de marzo de 2011

Entre compadres


Adolfo Calero Orozco

Hemos de trasladarnos a León, para empezar, y una vez allá, bajando por la Calle de Guadalupe, cruzar el puente y pasar dejando a la izquierda el viejo puente que guarda los venerados restos del inolvidable padre Juan José Solórzano y seguir hasta dar con el cementerio y salir de la ciudad, como quien busca para Salinas Grandes. A poco andar estaremos frente a la finca del Maestro Tano, el primero de nuestros personajes a quien corresponde presentar.

Tano Santamaría, un hombre de mediana edad, con cara de buen hombre, bigote entrecano, morena la tez, contextura recia y manos callosas, calzón azul, camisa de manta, zapatones y hablar suave y sombrero de pita gruesa con remiendos en copa y ala. Es el dueño de su chácara y el padre de la familia que la habita y cultiva, con más hijos que manzanas de tierra. Tiene vaca y caballo, pero desde hace años viene con la idea de que su finquita ganaría mucho con su carreta y sus dos yuntas.

Porqué llaman a nuestro hombre Maestro Tano, en vez de Tano a secas, es cosa que no se sabe a ciencia cierta; quizás ello se deba a la seriedad de su aspecto, a la gravedad –un poco torpe- de sus modales y su andar reposado. Realmente el Maestro Tano es uno  de esos tipos que da la impresión de andar siempre entre manos algún asunto que los trae preocupados, aún cuando solo caminen para estimular la digestión o se queden mirando sin ver. Lo aceptamos, pues, Maestro, tal como nos lo dan, igual que lo hemos aceptado como poetas, generales, ingenieros o sabios a otros tanto como Tano, sin más razón que la ley del menor esfuerzo, que nos hace más fácil tomar a la gente tal como a uno se la pasan sin la molestia de meterse a clasificarlos como debiera ser.

Los otros personajes a quienes cumple presentar son dos: el Doctor: gordo, viejo, de vivos ojos menudos que daban la impresión de estar semi-ocultos bajo la protección de unos anteojos de marco a la antigua y unas cejas boscosas, y vestidos siempre de casimir color de tela envejecida. Y don Chico, viejo también; pero con cara de bebé, lampiño, de tez rosada y un modo que parecía siempre dispuesto a dejarse engañar; cuando hablaba con alguien, seguramente tenía la vista en otra dirección que la de su interlocutor. Vestido de dril cube-tierra, faja de cuatro pulgadas de ancho, leontina y reloj de oro macizo.

Tanto el Doctor como don Chico son señores de millares de manzanas de terreno pobladas por millares de cabezas de ganado que se aguan en sus propios ríos. Viven en casas de ventanones enrejados, cuatro patios y amplio zaguán; casa grandes, viejas y olorosas a queso y estiércol. Y ambos son también compadres del Maestro Tano, a quien estiman por honrado, solícito y nada exigente ni gravoso, sobre todo. En más de una oportunidad –desde antes de encompadrar con ellos- el Maestro Tano les ha hecho comisiones buscándoles gente para sus trabajos, o comprándoles jarcias y arreos en el mercado a precios de pobre y sin cargarles nunca un níquel de más.

Sus vecinos sabían de los compadres del Maestro Tano, y –lo dijeran o no- se los envidiaban; hubo quien en su propia cara de Tano le soltara esta:
-“Maitró, cuando a usté le venga otro muchacho usté va a buscar al Señor Obispo para que se lo lleve a la pila”. Tano era buen-corazón y les perdonaba el rencorcito; a él le bastaba desquitarse contándoles de vez en cuando:  -“Pues un día tomándome un tiste n la casa de mi compadre Chico….” Se llenaba la boca el humilde finquero hablando de ellos.

Y llegó un día en que la vieja comezón por la carreta y sus dos yuntas se le hizo más seria y, cosa que nunca había hecho antes, se resolvió a molestar a sus dos compadres; estaba seguro que con doscientos córdobas le bastaría y seguro también que cualquiera de ellos se los facilitaría con gusto, sabiéndose él como se sabía honrado y cumplido y estimado de ellos, y conociendo a sus compadres tan solícitos y adinerados. Qué eran unos doscientos tayules para el Doctor o para don Chico? –Nada! La más última de sus queseras les daba poco en la semana si solo le sacaban doscientos córdobas.

Bajó pues el Maestro Tano  a León un día cualquiera y como la casa de don Chico le quedaba primero que la del Doctor, allí se detuvo. Claro está que lo recibieron como siempre: bien. –“Y que tal Maestro”-. “Dónde se había perdido?” –Deme razón del ahijado”. El, -aunque con la gana de su carreta en la cabeza- estaba más acostumbrado a hacer favores que a pedirlos y no sabía cómo empezar. Por fin resolvió y en la primera ocasión que le dio la plática empezó a decir que los fletes estaban subiendo, que un conocido suyo se había ganado como ciento ochenta córdobas jalando sal el verano pasado, y “ah si yo tuviera una carreta con dos yuntas, otro gallo me cantara…” El compadre Chico no se dio por aludido, pero el maestro Tano ya estaba adelantado y se le botó de una vez con lo del préstamo… La cara lampiña y rosada d don Francisco se volvió hacia él con cierta sorpresa. Tano como que quiso sentirse corrido y balbuceó una explicación pretendiendo aclarar que por puro cariño se venía él primero donde don Chico, pues –de verdad- su intención era pedírselos prestados al Doctor, y temerosos todavía de haber ofendido tal vez a su rico compadre con tal explicación, se callé enseguida y se sintió con los pies grandes y una cosa en la garganta que ni tragar saliva lo dejaba. Pero desde su butacón don Chico –tan bueno- vino a sacarlo del apuro: todo estaba bien y el deseo de la carreta y las yuntas, de lo más justo. Y no era lo más natural que Tano hubiera pensado en él para lo del préstamo? Los doscientos pesos estaban a la orden, claro! Lo único-y, puesto que su otro compadre el Doctor quería seguramente ayudarle- era pedirle su firmita garantizando el documento que suscribiría el Maestro Tano. No era casi nada; la plata se la desembolsaría él, y con mucho gusto. El otro no tendría más que poner su nombre al lado del de Tano Santamaría, que sabía firmar. Y algo más todavía: -serían doscientos córdobas lo bastante? Había que pensar en que las cosas estaban subiendo, y en lugar que fuera a faltarle plata después, porqué no sacar e un viaje los trescientos?

También los ponía don Chico a la orden de Tano, con mucho gusto! Todo lo que había que hacer era la simpleza aquella de pedirle al Doctor su firma. A un viejo amigo de la casa, como iban a poder negársela?

El pobre Maestro Tano, ante tanta generosidad de don Chico, sentía que se le ponían húmedos los ojos, y menos que ahora pudiera tragarse la saliva. Que injusto había sido el minuto que pensó que su compadre tomaba la cosa a mal y se disponía a negarle el préstamo. Otra vez volvió a sentirse el Maestro con los pies crecidos y su lengua perdida, pero otra vez don Chico –tan bueno siempre!- volvió a sacarlo del paso: -“Bueno, Maestro Tano, al camino se ha dicho. A ver al Doctor y pedirle el favor de la firmita que la plata es de usted, y aunque yo tengo que hacer ahora, no salgo hasta que usted vuelva con el sí del Doctor”.

Ahogándose en agradecimiento, el de veras bueno de Tano, se levantó y salió casi sin despedirse de su primer compadre. Como ya regresaría…

También en la otra cas fue recibido con la buena acogida de costumbre, y animado con el buen suceso de su primera intentona con don Chico, le fue más fácil exponerle la cosa al Doctor. Un poco largo el cuento, pero finalmente llegó a lo de la firmita.

Los ojitos menudos, vivos, protegidos tras los gruesos lentes y emboscados por marañosas cejas, parpadearon primero y enfocaron a Tano después. Infló su pecho el Doctor. Carraspeó. No dijo nada. Después, como hablando consigo mismo, Tano le oyó estas palabras:
-“Conque eso dice Chico…”  Luego otra pausa.

Al maestro Tano no le gusto todo aquello, y menos cuando su segundo compadre, al disponerse a dirigirle la palabra, golpeó con la palma de la mano la mesa que lo separaba de él. Y ahora en voz alta:
-Quiero que me diga, Maestro Tano: alguna vez le he negado yo algo a usted?
-Nunca Doctor.
-Acaso Chico es más amigo suyo o mas compadre suyo que yo?
-Los dos igualitos compadre.
-Entonces, por qué razón se fue usted adonde él primero? No estaba aquí su compadre, a las dos cuadras de la casa de Chico?
-Doctor… Compadre… pues… le diré.
-No hay diré que valga! No me gusta lo que ha hecho usted hoy. Me apena. Maestro Tano, que a la hora de querer unos centavos haya usted buscado a Chico primero que a mí. Que pensará Chico de mi?

La cosa era en vos enérgica y Tano estaba de veras arrepentido de haberse detenido antes en la otra cas. Bueno, pero al fin y al cabo todo estaba saliendo bien; tomaría los reales del Doctor y le rendiría las gracias a don Chico con las explicaciones del caso.

Pero la indignación del Doctor todavía no se había desahogado del todo, y sin darle tiempo de tartamudear las excusas que ya Tano quería presentarle, continuó:

-“Muy mal hecho, Maestro, muy mal hecho! Pero todo tiene remedio: (-Tano respiró con alivio-) y ahorita mismo se va usted a la casa de Chico y le dice que muchas gracias por sus reales; pero que no los queremos porque usted me tiene a mí para toda la plata que necesite!” Y luego siguió en voz más baja:
-“Váyase, Maestro y le dice a Chico que yo ya me quedé contándole los doscientos córdobas, y que lo único que le vamos a aceptar a él es su firmita…”

1 comentario:

  1. Felicidades x su blog está muy interesante. Cuanta riqueza literaria tenemos los nicaraguenses!!. le invito a visitar nuestro blog http://www.hotelmozonte.blogspot.com

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