Guillermo Menocal
Toda la vida había luchado
por liberarse de la ira; pero nada podía hacer para alejarla. Ella se apoderaba
de él frecuentemente aunque éste tuviera o no la razón. Un día el hombre,
cansado ya de tanto ardor, decidió ponerle fin a esta situación. La lucha fue
interna y feroz: bramaron las palabras, rugieron los sonidos y los pensamientos
se lanzaron como bolas de fuego. Todavía ambos, ya moribundos, fueron
desgraciados y sus cuerpos esparcían alocadas chispas ardientes llenas de
resquemor y de brutal encono. Entrelazados se los tuvo que llevar la muerte.
Jamás se supo más de ellos. Pero hay quienes dicen que sus sombras se pasean
como fantasmas por nuestras desdichadas existencias.
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