8 de abril de 2013

Los dientes de Joaquín


 

A Nicolás y a Joaquín, naturalmENTE.

Había una vez un niño, de calzones muy flojitos, camisa blanca y tirantes, y en el pelo un copete en surtidor, que se enamoró una tarde de la niña Mariflor. Él se llamaba Joaquín.

—Te amo, mi corazón está ardiENTE —se le declaró el muchacho. Y al hablarle, sonrió.

—¡Así no te quiero yo! ¡Porque a vos te falta un diENTE! —respondió la Mariflor.

Y allí empezó aquel conflicto. Siempre hay juego en todo amor.


Joaquín comenzó a buscar. Fue a visitar al ratón.

—Es quien sabe más de diENTES, los recoge noche a noche debajo de lasalmohadas, debe tener colección. Lo saludó cortésmENTE.

Estaba el ratón 
sentado sobre un queso roquefor.

—Devuélvame usted mi diENTE.


—¿Y cuándo se te cayó?


—Hace dos días me sucedió el accidENTE, yo estaba comiendo en casa un chocolate crujiENTE.

—No vale. Sólo aceptamos reclamos en las tres horas siguiENTES a la caída del diENTE.

Y cuando dio su opinión, se puso a roer el queso a mandíbula batiENTE. Y se hartó.


—¡Qué vida más repelENTE! ¡Todo pendiENTE de un diENTE!


Más no se dejó achicar este muchacho Joaquín.

—¡Buscaré lo que me falta desde oriENTE hasta occidENTE! 

Viajó en una gran corriENTE hasta hallar a un tiburón.


—¡Sea indulgENTE, deme un diENTE, gran señor!

—Elige el más excelENTE —el escualo respondió.

Y cuando le abrió las tapas y vio por primera vez las tantas filas de diENTES como hojitas de afeitar con que muerde el tiburón, ahí se orinó de terror. Y se fue.

Famoso en el mundo entero es el diENTE de castor. Tumba árboles, y a los troncos les saca punta tan fina como si lápices fueran para escribir un poema. En un bosque lo encontró.


—No me crea usted exigENTE... Pero, ¿me daría un diENTE?

Sin problema se lo dio. Pero era tan cuadrado, tan duro, tan castoril que se le inflamó la boca, y al punto se lo quitó.

—Gracias, amigo castor.

No lo aguanto, demasiado diferENTE al diENTE que tuve yo.

—Buscá un diENTE de león —Nico le recomendó.

Busca, busca, y lo encontró... Éste era lo contrario. Tan liviano, tan ligero...

Era semilla con alas, como flor.

—Tal vez un diENTE de ajo...

Otra recomendación.

Mas le asqueó lo maloliENTE. Y en un tristrás lo escupió.

Viajó a una pradera seca. Y encontró una babirusa que paseaba dulcemENTE,
gran señora en su rincón.

—¿Estarán de moda esos diENTES? ¿Gustarán a Mariflor?

Miraba a Joaquín enfrENTE la cordial animalita. El niño se le acercó y Babirusa enseguida se lo brindó gentilmENTE. No sirvió. ¡Le llegaba hasta la frENTE! 

Y ahí nomás lo devolvió.


Después de tantos azares, Joaquín se miró al espejo. Sonrió de oreja a oreja,
seguro como un gerENTE de una empresa floreciENTE, a pesar del gran vacío que en su encía se notaba.

Se dio ánimo recordando aquel refrán tan sapiENTE que un día le contó ChENTE:
“A muchacho enamorado no hay que mirarle el colmillo”. Pero no se consolaba. Sufría profundamENTE.

¿Y no será esta tragedia un castigo merecido por no lavarme los diENTES, por perder siete cepillos?, se dijo al llegar la noche, al quedar en calzoncillos, cavilando seriamENTE.

Más apartó aquella idea. Pensaba torcidamENTE. Y siguió buscando el diENTE.


Una vez había oído que a la gente muy viejita los diENTES se le aflojan, se le caen facilito, como las hojas de un árbol, despacito...

Llegó donde ella, pues.

Tejía pacientemENTE un calcetín de colores. Él la miró fijamENTE queriéndola impresionar.

—¿Te saco una muela, abuela? 

Le preguntó decidido, y le mostró una tenaza.


—¡Qué amenaza! ¡Ni lo intENTES!

Por anciana que una sea, una defiende sus diENTES firmemENTE.

No se daba por vencido. Fue a una playa tropical, con ambiENTE muy atrayENTE.


Subió a un cocotero alto, esbelto, recto, imponENTE. Allí vivía feliz la monita Burundanga, retorciéndose la cola, dando vueltas en cabriola, de forma casi indecENTE.

—Haceme un diENTE, haceme un diENTE, por favor.


Carnita de coco la mona amasó y se lo hizo con primor.

—¿Y con qué lo pego, loco? —muy gentil le preguntó.

—Con un moco pego el coco y no lo toco —dijo Joaquín cabalmENTE.


—Dejame, pues, que lo intENTE.


Encajaba exactamENTE.


—¡Tal vez así se contENTE!

Salió en carrera Joaquín, bien sofocado y feliz, para que lo viera ella, su adorada Mariflor, y reconquistar su amor.

Pero al llegar a la esquina, el diENTE se derritió totalmENTE, y se lo había tragado sin darse cuenta de nada...


¡Qué cagada!


—¿Y un diENTE de cachalote?


—¡Quizá su peso te agote!


—¿Y el diENTE de una culebra?

—¡Tiene dentro de un canal puro veneno mortal!


—¿Y el diENTE de un hipopótamo?


—¡Es talla descomunal!


—¿Y un diENTE de cocodrilo?


—¡Tiene demasiado filo!


—¿Y si probara con un diENTE de gavial?


—Sólo atreverte a tocar ese feroz recipiENTE que es la boca de este primo del caimán, te dará una calentura y hasta podría pasar que la panza te reviENTE.


—¿Dos diENTES tiene el narval? ¿Y uno no me dará?

—¿Qué harías, Joaquín, con su diENTE, que es espada de tres metros retorcida en espiral? 

—Sería... ¡Cyrano de Bergerac!


Pues era peliculero este muchacho inocENTE, además, enamorado.


—¿Y si busco en una olla de tallarines al diENTE?


—¡NiENTE, niENTE! 


Lo detuvo la cuchara de un cocinero italiano, muy bigotudo y vehemENTE.


Mendigaba, mendigaba, suplicaba humildemENTE. ¡Qué no se hace por amor!


—Amiguísimo conejo, ¿me cedería un colmillo? 


Me sería suficiENTE.

—¿Para masticar qué cosas lo tendría que ceder? 

—contestó educadamENTE y sin dejar de roer.


Y Joaquín no le supo responder. Lo suyo era mal de amor, él no quería comer.


Y el conejo prosiguió:

—Es tan dura mi mordida que si le cedo la pieza, muy seguro lo lamENTE.

Y salta, salta que salta, se fue el conejito aquel por el monte, indiferENTE.


Cansado ya de indagar, en una noche de niebla, de repENTE, se topó con un ENTE nauseabundo, que parecía gusano y se arrastraba silENTE.


—Algún diENTE de mi tamaño tendrá —no lo dijo, lo pensó.


—¡Abre la boca, detENTE! —le gritó con voz potENTE,
haciéndose el muy valiENTE.


El bicho era desdentado. Y siguió campantemENTE.

FrancamENTE, era imposible. Se rindió. Estaba muy impaciENTE. Tenía toda su mENTE casi a punto de estallar.

—¡Me importa un pito el amor! Ande yo sin diENTE y que se ría la gENTE... ¡incluida Mariflor!

Pasaron unas semanas. ¿Cuántas? Unas pocas solamENTE. De su diENTE se olvidó. Pero nunca de su amor.

Y una noche sugerENTE, con luna en cuarto creciENTE, Joaquín fue a buscarla a ella, a la mentada Mariflor. Se encontraban dos ausENTES.

Le hizo un guiño cariñoso. Y ella se lo devolvió. Se miraron, se volvieron a mirar, ojitos hacen los dos. TiernamENTE. La ocasión era propicia. Y Joaquín se decidió a sonreírle y toda la boca abrió.


—Ya te quiero —gritó ella, cuando al muchacho miró.


—¿Ya me querés? ¡Esto no lo entiendo yo!


—¡Mirá, ya otro diENTE te salió! 


Y Mariflor sonrió. Y al mirarla fijamENTE, Joaquín se fue dando cuenta que era a su bella durmiENTE a quien le faltaba un diENTE.


—¡Pues 
ya no te quiero yo!, le dijo el niño insolENTE.

Y volvió a recomenzar aquel conflicto de amor.

Y así, ojo con ojo, y diENTE tras diENTE, se hicieron novios los dos. Y colorín colorao, aquí el cuento se acabao. FinalmENTE.

Mensaje urgente

Si conocés más palabras que así terminen, en ENTE, sacalas ya de tu mENTE y escribilas pulcramENTE.

No las busqués febrilmENTE, ¡pues se te caen los diENTES!

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