3 de febrero de 2012

El Cazador de Ceguas y el tesoro del Coronel Arrechavala (II)

 Mauricio Valdez Rivas.
Basado en Los cuentos de mi abuela

Partió nuevamente el cazador con Cholenco, esta vez rumbo al occidente del país, le tomaría varios días llegar a la vieja ciudad de León. Esta ciudad quedaba cerca de un volcán de cuyo cráter salía grandes bocanadas de humo, esa era la señal que indicaba que iba por el camino correcto, según le había indicado otra de las Ceguas.

En la entrada de la ciudad vio a una anciana que vendía guacales y el cazador le preguntó:

—Viejita, ¿dónde queda una finca llamada Las Arcas?

—Vaya hacia allá, hasta llegar a un pozo, no beba de esa agua porque está embrujada, luego verá un caminito de piedras volcánicas a la derecha, ese es el que conduce hasta la finca que busca. Pero tenga cuidado, no vaya a encontrase con Arrechavala.

—Gracias —dijo el cazador y le compró un guacal a la anciana.

Siguió cabalgando hasta llegar al pozo, sacó agua de allí y con el guacal: ¡Glup! ¡Glup! ¡Glup! Tres tragos pegó, no haciendo caso a lo que le dijo la anciana.

Se fue por el caminito de piedras y llegó a la finca, allí se encontró con un viejo que también venía a caballo, lo raro era que éste venía vestido como un soldado, al pasar cerca del cazador, el viejo le dijo:

—Tenga cuidado, que éstas son tierras prohibidas, será mejor que se vaya.

Cuando pasó, el cazador volteó a ver, pero el viejo había desaparecido.

— ¡Eh, ideay! ¿Otro fantasma? —dijo, pero no acababa de enderezarse cuando ¡Flach! Sintió un latigazo en su rostro que hasta le botó el sombrero, y ¡Flach! otro más en la espalda.

¡Hey, jobero! —dijo el cazador— ¿Quién me está dando de latigazos?— Pero no miraba a nadie.

Sacó de su alforja los anteojos y se los puso, y así pudo ver lo que tenía en frente; era el viejo que recién había pasado, estaba con un gran látigo montado en su flaco caballo.

—Tus latigazos no me pueden hacer ningún daño, pues he tomado agua del pozo embrujado y con estos lentes no te me puedes esconder.

El viejo, que se parecía a un tal don Quijote de la Mancha, era nada más y nada menos que el mismísimo fantasma del coronel Arrechavala que cuidaba su tesoro, éste quedaba viendo extrañado al cazador cómo preguntándose de dónde habrá salido éste fulano.

El cazador bajó de Cholenco, y se fue a orinar a las patas del caballo de Arrechavala, al instante éste se esfumó, ya ni con los anteojos se podía ver por ningún lado el viejo fantasma. Claro que todo eso hizo el cazador por indicaciones de la Cegua.

Recogió su sombrero y con una pala comenzó a cavar justamente donde estaba parado el fantasma del coronel, sacó gran cantidad de tierra, pero nada de oro, sólo latas de viejas armaduras y basura.

—Malvadas Ceguas —dijo y nuevamente sus grandes alforjas las llenó, pero de aire. Esta vez fue hacia el sur, en busca del tercer y último tesoro.

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