27 de enero de 2016

En el retén

Rodrigo Peñalba Franco.
 
Medianoche. Ya vamos a cenar, pensó el guardia. Con la escopeta, de pie en medio de la carretera apuntó directamente al bus que de frente venía. Pasamontañas, camuflaje, cinto de balas, botas de asfalto, rostros de metal. Su compañero se adelantó a inspeccionar el vehículo. Otro encañonó al chofer desde la ventana.
 
“Saldremos bien de ésta, es la rutina”, pensó el chofer. Nublado, cuarto menguante. “Sus documentos”, pronunció la voz del guardia desde la ventana. Entre los pasajeros no había sorpresa, “controles de desgane” decían entre ellos. (El Señor llegará como ladrón, en medio de la noche y sin avisar). El ayudante abrió la puerta y salió a estirarse un poco, a pretender calma, quizás sueño, relajarse un poco. El segundo guardia venía rodeando el bus por la parte de atrás y al ver al ayudante fuera le ordenó abrir el compartimiento de las valijas. “¿Para que salió?, siempre le digo que no ande abriendo la puerta cuando nos paren en los retenes”, pensó el chofer. “Tome oficial, todos los documentos en orden” le dijo al primer guardia. “Casado y tres hijos”. Parecía persona segura. “Rápido, saque esos bultos”. El ayudante sacó tres valijas. Con el cuchillo que esconde en la bota abrió el último bulto de un tajo. El guardia iluminó con su foco: ropa, bolsas de granos, un álbum de fotos, nadie conocido o buscado en las mismas. “Está bien todo aquí” dijo el guardia. “Espera, entraré al bus” le dijo el otro. El chofer encendió las luces de adentro. Con el fusil por delante se fue abriendo paso el soldado despertando al que no le diera la cara o le escondiera la mirada. El ayudante dejó pasar al militar mientras de reojo contaba cuantos guardias había en la garita. “Dos afuera, dos con nosotros, uno delante del bus apuntando al conductor... ¿quién sabe cuántos más en el cuarto a oscuras?. Estos no tienen ojos, sino agujeros.” Sólo un poste de luz alumbraba un costado de la caseta militar. En lo que volteó hacía el interior del bus el militar que venía bajando apartó al ayudante con una descarga en el rostro del mismo (todos los pasajeros despiertan). Éste cayó con la mitad del cuerpo colgando de la escalinata de la puerta. El soldado lo terminó de botar fuera del vehículo con sus botas. “Todo en orden, pueden seguir”, gritó el otro oficial.
 
La cena está servida. El soldado que apuntaba al chofer se apartó y dejó continuar al expreso. El chofer no pidió explicaciones y uno de los pasajeros voluntariamente tomó las funciones del ayudante. Las valijas extraídas ya no eran de importancia. Los guardias de la garita se acercaron a los tres primeros, y destapándose las cabezas mostraron sus mandíbulas de metal y empezaron a desmembrar al cadáver con los mismos dientes.
 
Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006

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