28 de enero de 2016

Los promesantes

Fernando Silva

Al llegar a un limpio del camino el viejo espantó la yegua. ¡Ei, uijuy! -le gritó agachándose sobre el lomo. El animal se le arrendó volándose para un lado y fue tan dura el sacudión, que por un tantito lo saca.
-Ai tiene pues, para que no vuelva andar de chusco -le gritó la mujer que venía detrás.
El viejo se rió echándose de espaldas sobre la albarda y espueliando otra vez la yegua salió en una barajustada hasta emparejarse con el otro compañero que iba adelante.
Una nube de polvo envolvió a los hombres.
El sol estaba bien caliente y el llano parecía de vidrio como reflejaba.
-Apuráte niñá -le gritó de largo el viejo sofrenando la yegua. Entonces la mujer aligeró su caballo.
Allí iban don Lupe García, el viejo Marco Gutiérrez con su mujer la Chabela Ruiz que vivían abajito de la Asunción y año con año no faltaban al Valle a pagar la promesa al Santo.
Serían ya pasadito de las doce cuando fueron entrando al camino plano.
En una vuelta el viejo paró la yegua y apeándose se puso a orinar tapado con la albarda.
-Un chistate te vas a sacar -le dijo la mujer.
-Si es que me venía reventando -le dijo el viejo
alzando la vista.
Al ratito, en cuanto terminó, se montó otra vuelta y entonces se apuraron para alcanzar al otro que
se había adelantado.
-Vamos a llegar tarde -le dijo el compañero cuando se le acercaron.
La Chabela alzó la cabeza buscando el sol.
Iban las tres al paso uno junto al otro y la Chabela que tenía que ir dando rienda para no atrasarse. Lupe García montaba un alazancito, el viejo Marco su yegua nueva y la Chabela un rocillo remolón. La fiesta del Valle era buena fiesta. Desde en la mañana el camino estaba alegre con la gente. Por ahí como cosa de las cuatro fueran llegando al Valle. Ya estaba aquello en lo fino y se oía la gritazón de los picados.
Ellos habían penetrado por un lado y ahora cogían derecho hasta la casa de madera donde vivía don Chico Narvaiz, muy amigo de ellos. Estuvieron un ratito parados antes de llegar a la casa para dejar pasar a otros promesantes que iban de viaje a la ermita cruzando la calle.
En cuanto m rimaron a la casa la salieron de adentro unos perros y detrás don Chico Narvaiz que venía regañando a los animales.
-Buenas tardes don Chico -lo saludó el viejo Marco.
-Mi amigo don Marco, mucho gusto de verlo por aquí -le contestó don Chico, levantando los brazos- pasen adelante -les dijo dirigiéndose a todos- pasen adelante.
-Estamos adelante -dijo el viejo sonriendo y comenzó a desmontarse.
-Buenas don Chico -lo saludó la Chabela que había arrimado el caballo a la orilla de la acera.
-Buenas, mi hiiita apéllese diay que ha de venir rendida -Y le detuvo la rienda. Entonces la Chabela se desmontó y el viejo se llevó la bestia a amarrarla a un poste que estaba para allasito. El otro viejo Lupe García en cuanto se desmontó se fue a darle la mano a don Chico Narvaiz.
-Cómo le ha ido don Chico?
-Pues por ai, compadre, regularcito -le contestó.
El viejo Marco estaba a un lado aflojándole la cincha a la yegua y en voz baja le dijo a la Chabela Vaya ayudar adentro.
-Jesús! don Marco, cómo va crer eso -le dijo don Chico Narvaiz, que lo había oído- Si no ve que ella viene a pasear? Vella qué cosas!
-¡Ja! ¡Ja! -se rió el viejo Marco satisfecho.
Desde afuera se divisaban las mujeres que estaban atareadas en la cocina en un solo trajín, echando tortillas, otras meneando cazuelas, otras atizando el fuego, moliendo, rayando queso, amarrando nacatamales, lavando platos, picando carne, enrollando rosquillas, tostando café todo aquello hasta que huelía.
-Esto va estar de lo bueno -dijo el compadre Lupe.
-Dios quiera mi amigo Dios quiera –repitió don Chico dándole al compadre unas palmaditas en el hombro. Y bueno -dijo enseguida- no se me queden ai parados, munós adentro a echarnos un trago que Uds están arrimando.
El compadre Lupe García y el viejo Marco se rieron y ya se fueron siguiendo al viejo don Chico que se metió tuntunequeando al aposento. Don Chico sacó la botella de un cofre, se la dio a tener al compadre y se fue a sacar agua al tinajón.
-Sírvase pues mi amigo -le dijo pasándole agua al compadre Lupe.
-Ah! Bueno -dijo el compadre Lupe, levantando la botella para empinársela. Tragó y luego se enjuagó. Después bebió el viejo Marco y enseguida la cogió don Chico.
-Salud, pues -les dijo
-Salud -le contestó el compadre.
-Que le aproveche -le agregó el viejo Marco.
Don Chico se hizo a un ladito para escupir.
-Para comenzar está bueno, verdad don Marco?
-Ah! Sí -afirmó el viejo cabeceando.
-Ah! pues, va el otro! -les dijo.
-Bah! pues! -dijeron.
Así que le dio viaje el compadre, lo siguió el viejo Marco y también don Chico Narvaiz y así estuvieron su rato hasta que bajaron la botella a menos de mitad.
-Tenemos que ir a la ermita antes que nos agarre la noche -les dijo el viejo Marco, recordándoles.
-Chabelá!! -gritó a la mujer que andaba allá adentro- munós -le dijo.
-Ai voy -le contestó la mujer.
La casa de don Chico Narvaiz ya estaba llenándose de gente que llegaba a verlo. El viejo se fue a acompañarlos hasta la puerta.
-Entonces ai venimos pues -dijo don Marco.
-Lo espero -les contestó don Chico- no se vayan a tardar.
-Como no –dijeron.
La ermita quedaba al final de la calle, allá se divisaba entre unos caimitales. Bastante gente iba y venía. Todos llevaban sus presentes al Santo. El Santo era el Señor de Esquipulas, chiquito y negrito como un panecillo, metido entre grandes copos de madroños. A la entrada están los Mayordomos vendiendo los milagros. Allí uno escogía si lo quería de plata, de plomo o fierro. Si era una manita, una canilla, un pie, un chanchito, una casita, una carreta, un niño.
Abajo en el suel todos iban a depositar su carga que regalaban al Santo. Allí había gallinas maneadas, pollos, chompipes, piñas, pipianes grandes, calabazas sazonas, puños de frijoles, medios de maíz, botellas de miel, parejas de palomas, guacales de huevos, etc.
-Está bueno esto compadré -le dijo el viejo Marco.
-Mejor que el otro año -aseguró el compadre. En la ermita se estuvieron su rato hasta que ya oscureció y rezaron sus oraciones y prendieron sus candelas. Entonces hicieron viaje de vuelta a la casa de don Chico. Cuando llegaron donde don Chico ya les tenía lista la mesa que la había jalado allí afuera y estaba guindando un candil de un clavo de la puerta. Don Chico los convidó a sentarse a la mesa y llamó adentro para que fueran poniendo la cena. De donde estaban sentados comiendo veían pasar a la gente que iba para el baile que había donde los Cantillanos.
No había luna y la gente iba con sus candiles. De largo se divisaba una gran claridad, y era la lámpara de gasolina que habían guindado de la ceja de la puerta de donde los Cantillanos.
-No quiere nada más? -le preguntó don Chico a don Marco.
Don Marco cabeceó porque en ese momentito tenía la boca llena.
Y usted? -le preguntó don Chico al compadre.
Ya estamos llenos -le contestó el compadre- muchas gracias.
Un chavalo se le acercó al viejo para avisarle que ya habían llegado los marimberos donde los Cantillanos. Entonces se levantaron de la mesa y se fueron alistar para ir a echar la paseadita. Ya cuando llegaron había bastante gente. En cuanto no más entraron los salió a topar el viejo Cantillano que se abrazó con don Chico y después les dio la mano a los otros. Al ratito les posaron una mesita a los recién llegados y unos taburetes. Los marimberos comenzaron a darle duro o los reglas y yo habían salido sus parejas.
Una muchacha trajo a la mesa una botella de guaro y otra de chibola que se la pasó o la Chabela. El baile ya estaba en lo fino y los hombres en cada recordada se metían su trago. Muchos estaban bailando pero había otros que estaban viendo no más, allí arrimados en la puerta. Al rato uno de esos que por cierto andaba una camisa rayadita, se vino para donde estaban los hombres y le pidió una pieza a la Chabela. La mujer no lo quiso despreciar. Estuvieron bailando su rato y cuando terminó la música la Chabela se vino a sentar soplándose del calor que hacía.
Al ratito tocaron otra y el mismo hombre volvió a sacar a la Chabela. Ya casi todos estaban picados y comenzaron a gritar y bailar sueltos. El viejo Marco estaba matrero y no le quitaba el ojo a la Chabela. En una de esas, cuando estaban bailando, en uno vuelta del suelto, muy seguro que el hombre agarró a la mujer quien sabe cómo, la seña está que allí no más se vino ella. Detrás se dejó venir el de la camisa rayada y la quiso juerciar.
-Apartate diay! -le gritó el viejo, parándose.
-No te metás vos, viejo culeco -le dijo el hombre dándole un volón.
El viejo no esperó un tantito, sino que dejó irle un revés que ni cornada de novillo, que hizo al hombre caer patas arriba. La gente se arremolinó gritando y otros salieron en carrera. El hombrecito se paró a un lado y echando chispas por los ojos se le tiró encima al viejo de un brinco como gato, y en cuanto lo agarró le pegó los dientes en el pescuezo. El viejo Marco dio un berrido. El compadre Lupe se lo quiso quitar de encima dándole al otro en el sentido y la Chabela por detrás lo ajustaba en el lomo con una botella.
Otros que estaban a la orilla se metieron a desapartarlos cuando allí no más entró el Cabo Obando aventando a la gente de un lado a otro. El viejo le había echado zancadilla al hombre y ya lo estaba horcando. El Cabo Obando agarró al viejo de la nuca y le dejó ir un riatazo.
-¡Lo va a matar! -gritó la Chabela pegándosele de la mano al guardia. El Cabo le dio un codazo a la mujer que fue a parar a un lado.
De una oreja le chorreaba sangre al viejo Marco.
-Párese -le gritó el Cabo con el yatagán en la mano.
-Si aquí estoy -dijo el viejo Marco levantándose.
-¡Pasá! ¡Pasá! -le dijo dándole un rempujón.
-Y usted -le dijo al compadre Lupe.
-¡Y vos también! -le gritó a la Chabela con malacrianza jalándola del brazo que por nada la bota.
Los tres fueron saliendo seguidos del Cabo que los venía tratando. La noche estaba bien oscura. El guardia los llevó al cuartel que quedaba al dar la vuelta. Desde allá se oía la música y se veían los cohetes cuando se elevaban y los gritos de los muchachos que salían corriendo a recoger las varillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario