Fernando Silva
-¡Mamá
¡Ah Ahaá
-¡Qués!
¿Ah? ¡Ai voy!
¡José
José! -lo llamó sacudiéndole el brazo.
¿Estás
soñando, hijó? ¡dabas gritos!
-¡Ah!
No sé ¿Estaba gritando?
-Ha
de ser que comistes y ai
nomás te acostaste. Date vuelta al otro lado. El
hombre se acomodó en su tabla. Se empujó con los talones y se estiró. La vieja volvió a su rincón, levantó el mosquitero y se metió. Afuera
no se oía nada El viento hacía remolinos en el patio. La luna se divisaba
pálida al otro lado de unos árboles secos. Pasó un rato. La vieja alzó la
cabeza para ver al hombre, vio que se movió y entonces se quedó tranquila. Allá
de repente se oía algún pocoyo que bajaba cerca y chillaba en el patio. La
vieja se cobijó los pies y se
sentó en la tijera.
-¡José! ¡José! -llamó otra vez al hombre- ¿Que te hiciste hijo?
-Aquí
estoy -le contestó de afuera.
-Qué,
te sentís mal?
-No.
Es que salí a orinar.
-¡Ah,
bueno ... !
El
hambre estaba parada a la
orilla del cerco. La
vieja lo vio de espaldas, "Algo tiene éste" -pensó
El
hombre volvió a entrar al rato. Se sentó en la tabla y se restregó los pies
sacudiéndose el polvo, enseguida se echó boca arribo con los brazos debajo de la
cabeza. Soplaba
viento afuera. La vieja levantó el mosquitero y sacó la cabeza
-¡José!
-le habló.
-Qués
-respondió sin ganas el hombre.
-¿Qué
tenés, Ah?
-Que
voy a tener
-¿No
sentís algo? Tal vez es calentura.
-No.
No es nada -le dijo.
La
vieja se levantó y se
vino para afuera. Cogió un trapo que tenía guindado del clavo de la puerta, se lo puso encima y salió
para la cocina. Escurcó en el cocinero y
sopló varias veces. Algunas brasas se reavivaron. La mujer atizó el fuego con unas astillas, buscó
un jarro y cogió agua de un tinajón que estaba al lado. Después volvió a soplar
y entonces apareció una llama rojiza que hizo resplandor. El
hombre también se había levantado y andaba sin camisa, dio una vuelta y después se acercó. La
vieja se apartó y cogió un
tarro que tenía en el banco y lo
ladeó para ver adentro.
-¡Si
ni hay café ! -le dijo.
-¡Ai
déjelo -dijo el hambre. Se hizo a un lado y se sentó sobre un montón de leña.
-¿No
querés que te haga un tibio, pues?
-Bueno
-le contestó.
La
vieja atizó el fuego con otras astillas y
después se enderezó parándose enfrente del hombre.
-Te
he visto medio tristón, hijó.
-No
-cabeceó el hombre.
-¿Te
venís a quedar ahora?
-No, mama me voy ir
-¡Otra
vez pues!
La
vieja se quedó pensando un momento.
-¿Que
andás huyendo? ¡Decime Ah!
-¿Qué
le voy a decir, mama ?
La
vieja se dio vuelta y se agachó para ver el jarro
-¿Te
persiguen?
-Sí
-le contestó.
-¡Ay!
-se quejó la vieja, enderezándose.
-¿Ve?
Por eso no le digo nada
La
vieja se voltió de frente.
-Ya
ve pues, ahora empieza a llorar.
-No
-le dijo la vieja secándose los ojos con el trapo.
Por
la cabeza de la mujer pasó todo, como cuando pasa una ráfaga de viento y todo lo
alborota. Se cae un traste al suelo y se derrama y al levantarlo todo se ha
ensuciado. La
vieja tartamudeó.
-¿Qué qué te ha pasado? ¡Decime!
-¿Qué qué te ha pasado? ¡Decime!
¿Que
no soy tu madre, pues?
-¡Ah
si estoy fregado! -se lamentó el hombre.
La
mujer se sentó a un lado con la cabeza inclinada como si se fuera a dormir o a morir. El
hombre se levantó, se arrimó al pilar de la casa y levantando el brazo se agarró del poste.
-Tal
vez ya me andan buscando -dijo y miró a
lo largo del patio. Por allá se veía la luz de una casita de la orilla y
un perro aulló por el arroyo.
-¿Alguien
me vio venir? -le preguntó –Yo le mandé a
decir que no le dijera a nadie que iba a venir ¿Que no le dio la razón
el muchacho?
La
mujer no le contestó. El
hombre le puso la mano encima de la cabeza. La vieja sintió el calor y el peso
de la mano, entonces levantó ella su mano y la pasó por encima de la mano del
hijo.
-Si
no es culpa mía -dijo el hombre- ¡Quien sabe! -y pensó. Si yo ya me iba a componer. Yo dije me voy ir
onde mi mama y voy a trabajar
otra vez ¿Me está oyendo, mamá?
-Sí
-cabeceó la mujer.
-Pero allí nomás me viene entonces la vaina –le explicó.
Es como una culebra. ¡Sí, mama! ¡Como una culebra que me pasa por encima de los ojos. Como una tira que me tapa, una telaraña en la vista y entonces se me viene un salival a la boca y no se después. Figúrese que yo me había ido a Tisma –siguió hablando el hombre- a buscar trabajo onde un don Luis Mejía. Un amigo mío me dijo que pagaban bien. Allí empecé a ayudar en la composición de un Molino. Como a los días, un tal Manuel que era el soldador me llamó afuera, ¡yo ni sabía para qué! -Ve -me dijo- ¿Te querés meter con nosotros en un volado?- y en eso, yo vi en la cara del hombre la risita y la carita de la culebra. La vieja levantó la cabeza.
-¡Eso es el mal! –dijo.
Es como una culebra. ¡Sí, mama! ¡Como una culebra que me pasa por encima de los ojos. Como una tira que me tapa, una telaraña en la vista y entonces se me viene un salival a la boca y no se después. Figúrese que yo me había ido a Tisma –siguió hablando el hombre- a buscar trabajo onde un don Luis Mejía. Un amigo mío me dijo que pagaban bien. Allí empecé a ayudar en la composición de un Molino. Como a los días, un tal Manuel que era el soldador me llamó afuera, ¡yo ni sabía para qué! -Ve -me dijo- ¿Te querés meter con nosotros en un volado?- y en eso, yo vi en la cara del hombre la risita y la carita de la culebra. La vieja levantó la cabeza.
-¡Eso es el mal! –dijo.
-Bueno
pues -siguió el hombre- entonces Manuel me dijo si no hay nada que hacer y me explicó
que el día de pago nos volviéramos y nos lleváramos los reales que don Luis
guarda adentro, que como los sábados él se picaba, ni cuenta se iba a dar y
nosotros nos largábamos. Como yo era nuevo,
ni conocía bien la casa, entonces me respondieron que yo solo iba a vigilar afuera. Yo les iba a decir que
no, pera otra vuelta la culebra! Vi la culebra mama! y lucho a ver si les decía que no pero
no quería que fueran a creer nada. La vieja suspiró, suspiró duro como si quisiera coger el aire que se le iba
de ella misma y al coger aire, sentía que le hacía daño adentro como si tuviera
el asma.
-y
entonces -siguió el hombre hablando- nos fuimos ese sábado, yo estaba -y se
interrumpió- Pero no se lo diga a nadie, mama -¡Acuérdese que Ud es mi mama! -y
siguió- Hicimos así como le dije. Entramos de noche al cuarto que daba al otro
lado de unos palos. El hombre, don Luis estaba levantado, lustrando unas botas
estaba, sentado en un taburete allí a la orilla de la lámpara.
-¡Qués!
Ay! -gritó don Luis cuando nos vio
entrar a nosotros y asustado voló a un lado el zapato que tenía.
Ya
no ví más mama. ¡Si yo me iba a quedar afuera pero la escopeta me la pasó
Manuel a mí y yo le disparé al hombre en la
cara cuando él se me voltió. Después -siguió contando el hombre con la voz que
se le había puesto como hueca- yo solo veía
ruedas y ruedas, como culebras que me andaban encima, como culebras! -repitió
medio llorando, y se dio vuelta agarrado al poste y con la otra mano se sacudió las narices, sonando como hace un
animal cuando resopla.
La
noche estaba ya acabando y se veía apenas lo claro. Las casas más cercanas estaban repartidas en
todo
el lugar. El arroyo seco lleno de basuras separaba la casa que quedaba como
encaramada en unos matorrales El patio era pequeño y seguía un caminito hasta
el arroyo y salía después a un camino más ancho hasta dar con la calle. Solo
allí había un poste de luz. La demás estaba oscura. El fuego del cocinero ya se
estaba apagando y el agua del jarro se
consumió. Parecía que nada había pasado. La vieja sentada y el hombre
parado a un lado. Entonces se oyó un ruido que venía del otro lado y por el
poste de luz se vio aparecer un jeep con los focos encendidos.
-¡Esh!
-gritó el hombre- ¡Son los guardias! -y salió corriendo para los matorrales.
La
vieja alzó la cabeza para
ver. Los faros del jeep alumbraban alto y vio venir unos guardias corriendo que
bajaran el arroyo y otros hombres que salieron de la loma. Uno
de los guardias que traía el rifle en la mano se le acercó.
-¿Onde está?
-le preguntó
La
vieja lo quedó viendo nada más. El guardia la apartó volándola a un lado y se
metió al cuarto. Con
la punta del rifle levantó el mosquitero.
-Allí
no está -le dijo al otra guardia que lo esperaba
afuera.
-Ha
de haber cogido para atrás -le dijo el otro guardia. Entonces salieron los dos
corriendo para el
lado
de las matorrales.
-Aquí
está la camisa -dijo uno de los hombres que se había quedada ahí, levantando la
camisa del
suelo
y volviendo a ver a la vieja.
-Por
onde cogió? -le preguntó el hombre.
La
vieja encogió los hombros y dejó caer los brazos sin fuerza buscando como mareada donde
arrimarse cuando se oyó
el tiro detrás de la casa y entonces los otros hombres se fueron
corriendo para allá.
Publicado por cortesía de ESSO STANDARD OIL, S. A. LTD
No hay comentarios:
Publicar un comentario