Alejandro Bravo
Desiertos los barracones donde dormían los soldados, desiertas las aulas
de clase y los patios de entrenamiento, desiertas encontramos las oficinas y
las covachas de los oficiales. Sobre el piso enladrillado un océano de
uniformes, cascos, botas, fusiles, magazines, municiones y presente
en todas partes, desprovista ya de todo poder, la foto del dictador
sonriente. Registramos entonces, sin la tensión que antecede al combate,
por la mera curiosidad de verificar por uno mismo si era cierto lo que el
pueblo rumoraba que existía en el bunker del dictador. En uno de los garages
militares situado a la orilla de la Calle Colón lo vimos. Aferrado a la malla
ciclón que rodeaba las instalaciones militares, mirando con asombro el rojo y
negro que el pueblo desbordado hacía flamear y escuchando la gritazón de PATRIA
LIBRE O MORIR que retumbaba por toda la ciudad. Los
compañeros pensaron que se trataba de algún
guardia leal al tirano que con un espíritu de espartano que aparecen en los libros
de historia se había quedado en la mezcla de apartamento neoyorquino y campo de
concentración que era el lugar ese que por tanto tiempo había aterrorizado al
país.
Se le capturó violentamente y cuando empezamos a interrogarlo y vimos
sus ojos de pescador antiguo, sus manos de prestidigitador y su voz gangosa de
cantante jamaiquino de blues, algunos creyeron que se trataba del más antiguo
preso político que habitara las mazmorras somocianas. Nos
habló de su juventud entre recuerdos de burdeles blufileños donde era aclamado
por lindas putas de todo el Caribe a quienes predecía un futuro halagador leído
en las líneas de la mano izquierda para luego encerrarse a fornicar gratis con
la dueña de la mano recién leída. Su voz gangosa detalló los campamentos de
huleros por los que pasó con una baraja española metida dentro de una bolsa
plástica pronosticando casamientos con bellas mujeres, viajes y
dinero a montones para aquel grupo de hombres endurecidos por la selva y el
alcohol. Reveló los terribles secretos del manejo de la hierba llamada
camotillo aprendido en un palenque misquito a orillas del río Wawa donde la
hija del jefe de la tribu se enamoró de él, allí aprendió también a leer el
porvenir en las vísceras de animales recién sacrificados.
El compa Sergio le preguntaba a cada rato que qué hacía allí y cuál era
su relación con la guardia. El negro no le ponía atención a las preguntas y
seguía haciendo desfilar ante nosotros el paisaje selvático de la Costa
Atlántica, su niñez de pescador en la bahía de Bluefields, la tristeza de los
blues que cantaba Ernest Wilson cuando ya estaban borrachos los dos en una
calle de Old Bank. Una prostituta le sugirió que viajara a Managua ya que un
adivino de su categoría no merecía la suerte de andar gastando sus días en esos
andurriales. Mientras hablaba cobraban brillo sus ojos y las arrugas sobre su
rostro moreno daban la impresión de ir desapareciendo. La Managua de los años
cincuenta apareció ante nosotros, los lugares que no alcancé a visitar y conocí
por boca de otros, la ciudad chata, con algunos edificios de cuatro o cinco
pisos, autobuses destartalados, mercados malolientes donde se corría el riesgo
de toparse con uno de los carteristas más hábiles del continente, los taxis
Hillman llenando de bulla y humo las calles angostas. Se consiguió una casita
en el barrio Santa Ana, cerca del cementerio
para impresionar y en una radio pregonaban
Profesor Jackson, su pasado, presente y futuro conózcalos donde el Profesor
Jackson, experto en cartomancia y quiromancia. Visítelo de la Iglesia Santa Ana
una cuadra a la montaña y media abajo, frente al tope.
Nos mostró el proceso de preparación de los filtros de amor, nos enseñó
a rezar los padrenuestros al revés para causarle mal de ojo a nuestros
enemigos, hizo desfilar ante nosotros los carros lujosos que frecuentaron su
barrio buscando la suerte en los negocios que sólo el podía prodigar. Amó a una
colegiala de ojos verdes que nunca se le rindió a pesar de un hechizo de
seducción que preparó para obtener su amor. En el calor sofocante de abril se
llevó la sorpresa de su vida cuando llegó una patrulla de la Guardia sin mediar
palabra lo sacaron de su «consultorio» y lo montaron al jeep. Al principio
creyó que lo llevaban preso para que puesto tras las rejas lo chantajeara algún
oficial, pero el jeep subió a la Loma de Tiscapa desde donde entre el temor y
la pompa se gobernaba a Nicaragua. Lo llevaron a la presencia del viejo Tacho
quien con una sonrisa y palabras zalameras le hizo saber que su fama
de adivinador había llegado hasta sus oídos todopoderosos y que
quería que como a un mortal cualquiera le adivinara el futuro leyéndole las
cartas.
Tendió los naipes luego que el General cortara con la mano derecha
enjoyada y aparecieron el poder, el dinero y la muerte. Toda una conspiración
para acabar con la vida del fumador enmedallado y gordo que tenía enfrente.
Tacho le dio las gracias y un billete de a mil que tenía impreso su propio
rostro sonriente. Jackson a los días vio en los diarios publicadas las
fotografías de los hombres que habían aparecido en, los naipes y un relato
detallado de la conspiración. La metida de las armas al país, los camiones con
hombres armados tras la huella de Somoza y la imprudencia de fumar en el
operativo que fue la que los delató. La persecución de los Báez Bone a través
de todo el país y las historias truculentas de torturas y muerte a los
complotados. Ese día fue el fin de la libertad de Jackson. Somoza lo mandó a
encerrar en una jaula de oro y cada crisis política lo mandaba a llamar para
que le dijera lo que le deparaba el futuro, y siempre aparecía la sombra de la
muerte rondando al viejo Tacho.
Le dijo de pactos con sus enemigos, de elecciones ganadas, de rebeliones
debeladas pero se guardó lo de la sombra mortal que luego reconocería en la
foto del poeta Rigoberto López Pérez que publicó Novedades al dar la noticia
del atentado que le costó la vida a su carcelero. Jackson creyó que su
libertad llegaba, yo odiaba las paredes del Campo de Marte, pero
supo, para desilusión suya que Tacho Viejo lo había incluido en su. Testamento
como uno de los objetos más preciados que heredaba a su hijo Tachito, y así
éste supo por el arte de sus cartas de los nuevos pactos, nuevas rebeliones, de
un terremoto y de capitales enormes amasados a la sombra del poder. Los
norteamericanos le regalaron en un cumpleaños al General de West Point una
computadora que predecía el futuro y Jackson fue desplazado por la máquina y
olvidado por el Tirano. Deambuló por años en las nuevas instalaciones militares
donde fue transferido sin saber nada del mundo exterior y olvidando él mismo su
arte de predecir el futuro a fuerza de no practicarlo hasta que un día despertó
y vio que todo mundo había desaparecido. Se encontró solo en medio de aquel
enorme complejo de poder y de muerte oyendo un griterío que no comprendía hasta
que llegamos nosotros. Cuando terminó de hablar parecía transformado en un hombre
nuevo, más joven, como si contando su historia se hubiera despojado de su
pasado. No atinamos a decirle nada. Le franqueamos el paso y lo vimos
desaparecer entre el gentío que gritaba
saludando la libertad recién estrenada.
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