Rubén
Darío
En un
país cuyo nombre no recuerdo, y que probablemente no aparece en ninguna de las
cartas geográficas conocidas, quisieron los habitantes darse la mejor forma de
gobierno. Fueron tan cuerdos que, para mejor obrar, aunque había en el país
muchos sabios ancianos y políticos ilustres, se dirigieron a consultar con un
poeta, el cual les contestó:
–No
obstante de que estoy gravemente ocupado, pues tengo entre manos el epitalamio
de un jazmín, la salutación a una niña y un epigrama para la estatua de un
silvano, pensaré y os aconsejaré lo que debéis hacer. Pero os pido el plazo de
tres días para daros mi respuesta.
Y como
era ese poeta más poeta que el rey Salomón, hablaba y comprendía la lengua de
los astros, de las plantas, de los animales y de todos los seres de la
naturaleza. Fuese, pues, el primer día al campo, meditando en cuál sería la
mejor forma de gobierno. Bajo un frondoso roble halló echado a un león, como
Carlomagno bajo el pino de la gesta.
–Señor
rey –le dijo- , bien sé que vuestra majestad pudiera ser una especie de don
Pedro de Braganza con melena, ¿querría decirme cuál es para un pueblo la mejor
forma de gobierno?
–Ingrato
–le contestó el león–. ¡Nunca pensé que, desde que Platón os arrojó cruelmente
de su república, pudieseis poner en duda las ventajas de la monarquía,
vosotros, los poetas! Sin la pompa de las grandezas reales no tendríais para
realzar vuestros versos ni púrpura, ni oro, ni armiño. A menos que prefirieseis
el rojo de la sangre de las revoluciones, el dublé constitucional, y el blanco
de la pechera de la camisa del señor Carnot, por ejemplo. El crinado Numen ha
prohibido que se pronuncie la palabra “democracia” en su imperio. La república
es burguesa; y alguien ha hecho observar que la democracia huele mal. Monsieur
Thiers por su sequedad pondría en fuga a todas las abejas del Himeto. El
honorable Jorge Washington o el honorable Abraham Lincoln sólo pueden ser
cantados propiamente por un espléndido salvaje como Walt Whitman, Victor Hugo,
que tanto halagó esa inmensa y terrible hidra que se llama pueblo, ha sido, sin
embargo, el espíritu más aristocrático de este siglo. Por lo que a mi toca os
diré que los pueblos más felices son aquellos que son respetuosos con la
tradición; y que desde que existe el mundo, no hay nada que dé mayor majestad a
las florestas que el rugido de los leones. Así, pues, ya conocéis mi opinión:
monarquía absoluta.
A poco
rato encontró el poeta pensativo, un tigre, sobre los huesos de un buey, cuya
carne acababa de engullirse.
–Yo –dijo
el tigre–, os aconsejo la dictadura militar. Se agazapa uno sobre la rama de un
árbol o tras una abrupta peña; cuando pasa un tropel de búfalos libres, o un
rebaño de carneros, se grita ¡viva la Libertad¡ y se cae sobre la más rica
presa, empleando lo mejor que sea posible los dientes y las uñas.
A poco
vino un cuervo y se puso a despilfarrar la osamenta que había dejado el felino.
–A mi me
gusta la República –exclamó–, y sobre todo la República Americana, porque es la
que nos da mayor número de cadáveres en los campos de batalla. Esos festines
son tan frecuentes que para nosotros no hay nada mejor, a no ser las
carnicerías de las tribus bárbaras. Y a fe de “Maitre Corbeau”, que digo
palabra de verdad.
Del
ramaje de un laurel dijo una paloma, interrogada por el poeta:
–Yo soy teocrática.
Encarnado en mi cuerpo, el Santo Espíritu desciende sobre el Pontífice que es
sumo sacerdote y tres veces rey, bajo la luz de Dios. El pueblo más feliz sería
aquel que tuviese por guía y cabeza, como en tiempos bíblicos, al mismo Creador
de todas las cosas
La zorra
contestó:
–Mi
querido señor, si el pueblo elige un presidente habrá hecho muy bien. Y si
proclama y corona a un monarca, merecerá mis aplausos. Tened la bondad de dar
mis mejores saludos a uno u otro; y, decidle que si se me envía una gallina
gorda el día de la fiesta la aceptaré con gusto y me la comeré con plumas y
todo.
Una abeja contestó:
–Nosotros en una ocasión
quisimos derrocar a la reina del enjambre, que es algo así como la Reina
Victoria, pues debéis de saber que una colmena se parece mucho a la Inglaterra
de hoy en su forma gubernativa. Pero dinos tan mal resultado el solo intento,
que toda la miel de esa cosecha nos salió inservible. Otrosí, que tuvimos un
aumento de zánganos y pasamos el rato peor de toda nuestra vida. Desde esa vez
resolvimos ser cuerdas: nuestro alvéolo es siempre sexangular y nuestro jefe
una hembra.
–¡Viva la república! –gritó un gorrión, picando las frutas del
árbol en que estaba -. ¡Ciudadanos del bosque, atención! ¡Pido la palabra! ¿Es
posible que desde el día de la creación estéis sujetos a la más abominable
tiranía? ¡Animales! La hora ha llegado; el progreso os señala el derrotero que
debéis seguir. Yo vengo de las ciudades que habitan los bípedos pensantes, y
allí he visto las ventajas del sufragio universal y del parlamentarismo. Yo
conozco un receptáculo que se llama urna electoral y puedo disertar sobre el habeas corpus. ¿Quién de vosotros negará
las ventajas del selt government y del
home-rule? Los leones y las águilas son sujetos que deben desaparecer.
¡Abajo las águilas! ¡Especie de pajarraco, ve! Proclamemos la república de los
Estados Unidos de la montaña y del aire, proclamemos la libertad, la igualdad y
la fraternidad. Establezcamos el gobierno propio, del animal y por el animal.
Yo, vamos al decir, puedo ser elegido mañana primer magistrado; lo propio que
el respetable señor oso, o el distinguido señor zorro. ¡Por de pronto, a las
armas! ¡Guerra, guerra, guerra! Y después habrá paz.
–Poeta –dijo el águila–, ¿has escuchado a ese demagogo? Yo soy
monárquica, ¿y cómo no, siendo reina, y habiendo siempre acompañado a los
coronados conquistadores como César y Bonaparte? He visto la grandeza de los
imperios de Roma y de Francia. Mi efigie está en las armas de Rusia y del
grande imperio de los alemanes. Ave
Caesar, es mi mejor salutación.
A lo cual objetó el poeta que, como el ave de
Júpiter, si hablaba latín en la tierra del yankee, era para exclamar: E pluribus unum.
–La mejor forma de gobierno
–dijo el buey–, es aquella que no imponga el yugo ni la
mutilación.
Y el gorila:
–¿Forma de gobierno?
Ninguna. Aconsejad a ese pueblo que vuelva al seno de la naturaleza; que
abandone eso que llama civilización y retroceda a la primitiva vida salvaje, en
la cual creo poder encontrar la verdadera libertad. Yo, en cuanto a mi,
protesto de la calumnia de Darwin, pues no encuentro bueno nada de lo que hace
y piensa el animal humano.
El segundo día el poeta oyó otras opiniones.
LA ROSA. –Nosotros no sabemos de política
nada más que lo que murmura don Diego de noche y el girasol de día. Yo, emperatriz,
tengo mi corte, mis esplendores y mis poetas que me celebran. Admiro tanto a
Nerón como a Luis XIV. Amo este hermoso apellido: Pompadour. No tengo más
opinión que ésta: la Belleza está sobre todo.
LA FLOR DE LIS. –¡Paso a S.M. Cristianisima!
EL OLIVO. –Francamente, yo os aconsejo la
república. Una buena república, he allí el ideal. Mas también he de deciros que
en la mayor parte de vuestros países republicanos no hay año en que no me dejen
sin ramas, para adorar con ellas el templo de la paz... después de la guerra
anual.
EL CAFÉ. –Hágase la comparación entre los
millones de quintales que se exportaban en el Brasil en tiempo de don Pedro, y
los que hoy se exportan; y el resultado será mi respuesta.
LA CAÑA DE AZUCAR. –Os aconsejo la república, y os pido trabajéis por la libertad de Cuba.
EL CLAVEL. –¿Y el general Boulanger?
EL PENSAMIENTO. –Según el traje que visto,
según el color que tengo, así es mi opinión.
EL MAIZ. –República.
LA FRESA. –Monarquía.
Por la noche consultó el poeta a las
estrellas, entre las cuales existe la más luminosa de las jerarquías. Venus
dijo lo mismo que la rosa.
Marte reconoció la autocracia del Sol; tan
solamente turbada la majestad de los profundos cielos la fugitiva demagogia de
los aerolitos.
Al tercer día dirigióse a la ciudad a dar su
respuesta a los habitantes; y en el camino iba pensando en cuál de todas
aquellas distintas opiniones que había escuchado estaría más en razón y sería
más a propósito para hacer la felicidad de un pueblo.
De repente vio venir un viejo encorvado como
un arco, que tenía largas barbas, semejantes a un chorro de nieve, y sobre los
blancos bigotes una curva nariz semítica, parecida a un perico rojo que
quisiera picarle la boca.
–¡Ashavero! –exclamó el
poeta.
El anciano que venía de prisa, apoyado en un
grueso bastón, se detuvo. Y al explicar el poeta el caso en que se encontraba,
comenzó a decir Ashavero de la manera siguiente:
–Sabes que es verdad
conocida que el diablo no sabe tanto por diablo cuanto por viejo. Yo no soy el
diablo y he de entrar algún día al reino de Dios; mas he vivido tanto que mi
experiencia es mayor que el caudal de agua del oceáno. ¡Así también es de
amarga! Mas he de decirte que en lo que respecta al modo mejor de regir las
naciones, no sabría con toda exactitud señalarte éste o el otro. Porque desde
que recorro la tierra he visto los mismos males en repúblicas, imperios y
reinados, cuando los hombres que han estado en el trono, o en el poder por
elección del pueblo, no se han guiado por principios sanos de justicia y de
bien. He visto reyes buenos, como padres de sus súbditos y presidentes que han
sido para el Estado suma de todas las plagas. El lugar común de que cada pueblo
tiene el gobierno que merece, no dejará siempre de hacer meditar. Cierto es que
cuando Atila pasa, los pueblos tiemblan como pobres rebaños de corderos. Viene
a veces Harún-al Raschid, a veces Luis XI, Repúblicas hay muchas, desde la de
Platón hasta la de Boulanger, y desde la de Venecia hasta la de Haití... El
pueblo tiene mucho de niño y de mujer. Un día amará la monarquía por la corona
de oro; otro día adorará la república por el gorro colorado.
Los hombres se abren el vientre y se
destrozan el cerebro a bayonetazos y balazos; hoy colocan en una silla superior
a alguien que dirija los asuntos comunes. A poco se le hace descender y se
coloca a otro, por el mismo procedimiento. O se realizan ceremonias de engaños
y simulacros de democracias, y se lleva en triunfo al elegido a son de tambores
y clarines pacíficos. En verdad te digo que la humanidad no sabe lo que hace.
Advierte en la naturaleza el orden y la justicia de la eterna y divina
inteligencia. No así en las obras de los humanos, donde la razón que les
ilumina parece que les hiciese caer cada día en un abismo nuevo. Por eso debo
decirte que no está en la forma de gobierno la felicidad de un país, antes bien
en la elección de aquellos que dirijan sus destinos, sean jefes republicanos o
majestades de derecho divino.
Más habló el judío viejo, con palabras que ya
parecían de Salomón, ya de Pero Grullo. Y tal fue su elocuencia en los asuntos
políticos del mundo, que el poeta repitió punto por punto sus largas oraciones
delante los ciudadanos congregados que aguardaban su respuesta.
No bien había acabado de hablar alzóse en
torno suyo una tempestad de protestas y de gritos. Un ciudadano rojo que había
leído libros de los clásicos griegos púsole sobre la frente una corona de
rosas, después de lo cual aquellas gentes tan discretas que consultaban sus
asuntos públicos con un maestro de poesía le echaron del lugar, con grande
algazara, entre la sonrisa de las flores, el escándalo de los pájaros, y el
asombro de las teorías resplandecientes que recorren el azul de los astros.
De los cuentos sociales de Rubén dario este es mi preferido
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