3 de febrero de 2012

El Pez Gordo

Mauricio Valdez Rivas 

—Mañana te atrapo, mañana vas a ver —le decía todos los días a un pez un campesino que acostumbraba cortar y recoger leña en un bosquecillo no muy lejos de donde estaba su humilde vivienda, por allí pasaba un riachuelo donde él se detenía a pescar, habían muchos peces pero uno en particular llamaba su atención, era un guapote, el más grande de la poza a ése lo quería atrapar, pero era tan astuto el pez, que siempre lograba escaparse hasta del mismo anzuelo llevándose la carnada y otras veces se mostraba tan escurridizo que ni tan siquiera picaba. Cada vez que el campesino se iba, el guapotón alegre, daba saltos fuera del agua como burlándose del hombre.

Cuando llegaba a su casa les decía a sus hijos:

 —Un día de estos, hijos míos, les traeré un gran pescado gordo, pues ya estoy aburrido de traerles sólo pequeños pescaditos.

Pero los días pasaban y nada que lo atrapaba, ni porque le ponía todo tipo de carnadas; él le ponía chapulines, él le ponía mazamorras, él que gusanos y hasta trozos de tortilla le tiraba al agua a ver si así salía a la superficie y darle un sólo sopapo en la jupa, pero nada, por eso es que estaba gordo el bandido pez, de tanto que el campesino le daba de comer.

Una vez el campesino quiso atraparlo con sus propias manos; se zambulló en las turbias aguas de la poza y con los ojos bien abiertos trataba de ver dónde se escondía el pez gordo, vio una pequeña cueva; y ahí estaba dormido, adivinen quién, pues sí, el pez gordo. Con mucho cuidado y tratando de no hacer ruido estiró sus brazos y ¡zas! atrapó al pez, éste se retorcía de un lado a otro tratando de escaparse. El hombre asomó su cabeza fuera del agua, tomó una bocanada de aire y en ese mismo instante el pez se le zafó, era tan gordo y fuerte que no lo pudo sostener con firmeza. Por más que lo volvió a buscar ya no lo encontró, tuvo que regresar una vez más a su casa, con sólo unos cuantos pescaditos para cenar.

En la mañana siguiente, el campesino fue, como ya era costumbre, a intentar atrapar al escurridizo pez; —esta vez fabricaré una lanza— dijo y se puso a cortar una vara, agarró la rama de un árbol y en seguida se alborotaron unas abejas, le comenzaron a picar y corrió como un loco huyendo de los insectos y se tiró a la poza donde vivía el pez gordo, estando dentro del agua miraba como las abejas revoloteaban en la superficie.

—Si salgo éstas abejas me seguirán picando, pero si no lo hago me puedo ahogar —pensaba muy afligido el pobre hombre.

Ya el aire se le estaba acabando, no podía contener más la respiración, de pronto el pez gordo apareció saltando fuera del agua, saltaba de un lado a otro, por encima del campesino y cada vez que lo hacía se pasaba tragando una abeja, hasta que éstas asustadas se fueron, así el campesino pudo respirar sin ser picoteado y comprendió que el pez le había salvado la vida.

Salió de la posa dispuesto a irse para su casa dejando tranquilo al pez cuando escuchó un tremendo ruido que venía de lo más profundo del bosque, los pajaritos volaban asustados, los venados corrían huyendo, todos los animales querían escapar del lugar por donde venía el infernal ruido, El campesino caminó durante unos minutos hasta que llegó donde unos hombres que derribaban árboles con sus motosierras y él les gritó:

—Deténganse, no sigan.

—Fuera de aquí, esta propiedad es privada —le dijeron los hombres enojados y campesino tuvo que irse.

A día siguiente no pudo levantarse, estaba enfermo, nadie sabía que es lo que tenía, sus hijos creían que tal vez era por tanta obsesión que tenía por atrapar al pez gordo: —lo atraparemos por ti— le dijeron a su padre, pero éste les aconsejó diciéndoles:

—No crean que ese pez tiene la culpa de que yo esté enfermo, él es un buen pez, ahora lo considero mi amigo— y les contó lo que le había pasado con las abejas.

A los pocos días se curó y lo primero que hizo fue ir a visitar a su amigo el pez, pero se sorprendió al ver que en el pequeño bosque casi no quedaban árboles, ya no había lugar donde los animales pudieran vivir. Observó con espanto que el riachuelo se había secado y muchos peces estaban muertos, corrió a la poza de su amigo y allí estaba en un pequeño charco lleno de lodo, se le acercó y vio como el pobre animalito se esforzaba por respirar dando su último aliento de vida.

—¡Oh mi amigo! ¿Qué te han hecho? —dijo con profunda tristeza y sus lágrimas caían sobre el gran pez que ya no se movía, ni sus lágrimas pudieron resucitarlo y allí lo dejó ya sin vida.

El tiempo pasó, el campesino se fue a la ciudad. Donde hubo bosque ahora hay cultivos y casas, sólo un gran árbol rechoncho permanece en la zona, se distingue a lo lejos por sus frondosas ramas, un árbol que nació y creció justamente donde estaba la poza del gran pez gordo.

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