Anónimo.
Allá por 1590 en el Valle de Sébaco habitaba una
nación de indios matagalpas bajo el cacique Yamboa. De los metales, trabajaban
el oro por su ductilidad y belleza. Habían encontrado yacimientos de este
bello metal en una cueva en las montañas cercanas al norte del poblado, que
guardaban como secreto. Sin embargo, los soldados de la Corona española
descubrieron que algunas indias relacionadas con el cacique lucían collares con
grandes pepitas de oro tan grandes como las semillas de tamarindo.
El capitán envió pepitas de oro al rey de España
quien era el dueño de todo lo que descubriesen. Por esa razón a los
tamarindos de oro les decían también Tamarindos Reales. Este regalo no
hizo más que despertar la ambición de los conquistadores y pusieron un
resguardo o guarnición de soldados cerca del poblado.
Los indios resintieron esto y hubo algunas
escaramuzas en que murieron indios y soldados de la Corona. Mientras tanto
en Córdoba, España, vivía una familia, cuyo padre Joseph López de Cantarero,
teniente de la armada española, había sido enviado a Nicaragua, y reportado
muerto en Sébaco en un combate con los indios del lugar.
La viuda, María de Albuquerque, decidió llevar a su
hijo al convento de los padres franciscanos y logró que admitieran a José para
estudiar y convertirse más tarde en sacerdote. Cuando le faltaban
solamente unos meses para ordenarse, el joven descubrió que el sacerdocio no
era su vocación, él era ambicioso, quería ir a conocer donde su padre
había fallecido y buscar aventuras en aquella tierra misteriosa.
Contaba con 19 años, aprovechando una salida que le
autorizaron para visitar a su madre le confesó que no volvería al convento y
que deseaba hacer algo que siempre soñó, tomaría nuevos rumbos. Se dirigió
al puerto de Cádiz, donde buscó un barco que viniera a América.
Llegado a Cartagena tomó otro barco hasta un puerto
llamado David, cruzó el Istmo del
Darién hasta la ciudad de Panamá, tomó un barco que venía al puerto de la Posesión de El Realejo, en Nicaragua. Después de ubicarse en Sébaco e investigar el lugar, supo que su padre había muerto porque un capitán de apellido Alonso arrebató unas piezas de oro a unas indias, los indios reaccionaron dando muerte a unos soldados a los cuales el capitán había ordenado protegerlo.
Darién hasta la ciudad de Panamá, tomó un barco que venía al puerto de la Posesión de El Realejo, en Nicaragua. Después de ubicarse en Sébaco e investigar el lugar, supo que su padre había muerto porque un capitán de apellido Alonso arrebató unas piezas de oro a unas indias, los indios reaccionaron dando muerte a unos soldados a los cuales el capitán había ordenado protegerlo.
Investigó José la suerte del capitán, encontrando
que había perecido posteriormente por intentar encontrar los yacimientos forzadamente. José
trató de hacer amistad con la gente cercana al cacique, y encontró la manera de
conocer a la hija del cacique llamada Oyanka. Ambos eran jóvenes y agraciados,
se enamoraron, ella era de unos 17 años de edad, de tez bronceada, ojos
café ámbar, de facciones finas, un tanto sensuales, y cabello largo muy
hermoso. José no olvidó su propósito por enriquecerse.
Conversando con ella, logró al fin que lo llevara a
ver donde extraía su padre los tamarindos de oro. Se encaminaron
hacia las montañas del poblado La Trinidad, allí había una cueva
escondida. Entraron a la cueva prohibida, con una tea de ocote encendida,
salieron murciélagos espantados por la luz y abundantes culebras se arrastraron
a refugiarse.
José pudo ver ante sí una veta de cuarzo donde
notábanse adheridos grandes granos del brillante metal, no podía creerlo, con
poco esfuerzo podía desprender lo que parecían grandes botones dorados del
tamaño de semillas de tamarindo. Guardó siete de ellas en su
bolso. Mientras tanto, el padre de Oyanka inquiriendo acerca del
paradero de su hija, al recibir información de qué dirección habían ambos
tomado se figuró que andarían en la cueva secreta. Ordenó la captura
del atrevido jovenzuelo, y el encierro de la princesita.
No podía eliminar a José por temor a la
reacción de los soldados acantonados en Metapa, pero sabiendo de una incursión
de los indios Caribes por el río Yaguare, los cuales solían atacar de noche
llevándose mujeres y niños españoles, envió mensaje a los indios Yarinces de la
raza caribe que si no atacaban a su población les entregaría oro y a un joven
español de alta posición cuyo rescate ellos podrían negociar en el futuro con
la Corona española. Así se deshacía de aquel inoportuno novio de su hija sin
necesidad de eliminarlo.
Oyanka, privada de libertad y oyendo lo de su
novio, se deprimió tanto que no quiso comer más, su padre trató de convencerla,
pero la enamorada novia le dijo que no podía vivir sin José, cayendo en un
sueño del que según ella no despertaría hasta que su padre hiciera regresar a
su joven amante. Nadie pudo evitarlo, Oyanka se recostó al principio con
los ojos abiertos, pensativa, después de varias semanas cayó en un sueño que no
era de la muerte porque nunca corrompió su cuerpo, era el sueño del que sólo el
regreso de su amado podía rescatarla.
las leyendas demuestran nuestra cultura nicaraguense
ResponderEliminaresta super interesante esta leyenda me ayudo mucho con la tarea gracias!!
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