Francisco
Ruíz Udiel
A
Fernando Silva
Mi
abuela dice que Dios tiene forma de pelota.
—
¿De calcetín o de cuero? —preguntó Esteban, quien rondaba los ocho años.
—
Pues como va a ser de cuero si somos pobres. Tiene que ser de calcetín. Esteban
y Tito lanzaron una carcajada en el cuartucho de la casa, miraron a través de
las rendijas de las tablas y vieron que la abuela estaba en la cocina lavando
unos vasos de plástico, todos con la impresión de la virgen de la Purísima.
—
¿Vos qué le vas a pedir al Niño Dios este año? —preguntó Tito a Esteban.
—
Tiene que ser una pelota, pero de cuero —dijo Esteban y volvió reírse.
—
Callate baboso que nos va a pegar la abuela por estar haciendo ruido.
—
¿Vos sabías que el Niño Dios le trae buenos regalos a la gente del pueblo?
—
No sabía, pero ojalá que esta noche a nosotros nos traiga buenas cosas, sino
para qué, ¿verdad?
—Ajá.
Ambos siguieron platicando en secreto. Esteban el año pasado no recibió nada
para Navidad.
Tito,
dos años mayor que su hermano y debido a un mejor comportamiento, fue llevado a
la Ermita. Su abuela le dio permiso para jugar con una carreta vieja que los
niños del monte utilizaban para simular un camión de carga.
Esteban,
Tito y la abuela vivían en Santa Cruz, un Valle que está ubicado cerca de
Estelí. Su abuela tenía una vaca que proveía de leche todas las mañanas y un ternero
más glotón que Tito se amarraba a las patas de la vaca para que ésta soltara
leche con más confianza. En la vieja casa había un olor a piedra de moler maíz.
Sobre el piso de tierra eran notables algunas astillas de ocote. En la cocina,
el fuego daba pequeños latigazos a una olla donde se hervía maíz con una mezcla
de ceniza, tornándose un poco azul y amarillo, como ese color que tienen las
montañas a los lejos cuando el sol se destiñe en las colinas para salir al otro
lado, allá en el pueblo.
—
Andate para allá Esteban que estoy haciendo la comida —dijo la abuela.
—
Abuelita, ¿qué me va a traer el Niño Dios esta navidad? —preguntó Esteban con
los mocos de fuera y retorciendo su camisa con las manos.
—
A los niños mal portados el Niño Dios no les trae nada. Mejor andá jugá a la
sala. Esteban se alejó con forma de girasol tronchado. En la sala se puso a
examinar las cosas que adornaban un nacimiento navideño, en realidad un
conjunto de tacos de madera sobre un motete de aserrín. Al llegar la noche la
abuela sirvió comida en platos rojos de plástico. Tito comió sentado en un gran
trozo de madera; Esteban comía cerca del fuego encendido sobre el piso de
tierra. La abuela los miraba y comía. Tenía un tono gris su rostro, una trenza
alzaba sobre su espalda iluminando el resto de su cuerpo. Comía con las manos
tal si fuera niña, como Esteban y Tito, con los dedos sucios llevando pequeños
bocados a la boca. Esa noche los tres se fueron a dormir en el sosiego del
Valle. Más tarde Esteban despertó a Tito.
—
Es que no me puedo dormir. Mi abuela dice que el Niño Dios no me va a traer
nada.
—
Ay vas a ver que sí, andá dormite mejor.
—
Es que tengo la panza llena.
—
Andá al escusado pues, dejame dormir.
Esteban
salió de la casa para orinar, pero le dio pereza ir hasta el escusado. Entonces
se quedó a orinar cerca del monte, por donde había un palo de guayabas y las
gallinas dormían atontadas por
la
luna. Afuera había un cordel con la ropa tendida. Algunos calcetines adornaban
la noche simulando constelaciones en el aire. A Esteban se le ocurrió que si
Dios tenía forma de pelota, entonces él simularía a Dios con sus manos. Empezó
a llenar un calcetín con el aserrín que estaba alrededor del nacimiento
navideño, le fue dando forma y cada giro que hacía amarraba las puntas
con
hilos de saco. Al terminar la pelota decidió hacer un bate con la tranca de la
puerta de la cocina
y
se alejó de la casa para darle forma con un machete y tratar de no hacer ruido.
Preocupado y más consciente de lo que había hecho, decidió irse a dormir
dejando la puerta abierta toda la noche. Su abuela lo despertó al día
siguiente. En una mano tenía la tranca de la puerta y en la otra, la pelota de
calcetín. Su abuela no dijo nada, sólo empezó a darle coscorrones en la cabeza.
—
Es que yo quería un regalo— decía Esteban mientras corría por todo el interior
de la casa.
—
Agarralo Tito, va a ver este jodidito el castigo que le voy a poner. Pero Tito
se quedó sembrado en la sala como si nadie le hablara. Entonces la abuela
agarró a Tito y también le dio coscorrones. Luego los mandó al cuarto ordenando
no salir sino hasta la hora de comer. Castigados los dos hermanos maldecían de
enojo.
—
Por vos baboso me pegaron a mí —dijo Tito.
—
¿Yo qué culpa tengo? Sólo quería hacer una pelota.
—
¿Y tenías que fregar la tranca de la puerta?
—
¿No dice mi abuela que Dios tiene forma de pelota pues? Entonces necesitaba un
bate para jugar con Dios. De todos modos ahora sí vamos a jugar pelota,
¿verdad?
—
Pero de calcetín.
—
De calcetín— dijo Esteban mientras se secaba los mocos con la camisa.
—
¿Y con quién más vamos a jugar pelota? —preguntó Tito.
—
Pues con la abuela, ¿con quién más?
—
Shhh callate baboso que ay viene.
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