28 de mayo de 2012

Un regalo en el valle


Francisco Ruíz Udiel

A Fernando Silva

Mi abuela dice que Dios tiene forma de pelota.

— ¿De calcetín o de cuero? —preguntó Esteban, quien rondaba los ocho años.

— Pues como va a ser de cuero si somos pobres. Tiene que ser de calcetín. Esteban y Tito lanzaron una carcajada en el cuartucho de la casa, miraron a través de las rendijas de las tablas y vieron que la abuela estaba en la cocina lavando unos vasos de plástico, todos con la impresión de la virgen de la Purísima.

— ¿Vos qué le vas a pedir al Niño Dios este año? —preguntó Tito a Esteban.

— Tiene que ser una pelota, pero de cuero —dijo Esteban y volvió reírse.

— Callate baboso que nos va a pegar la abuela por estar haciendo ruido.

— ¿Vos sabías que el Niño Dios le trae buenos regalos a la gente del pueblo?

— No sabía, pero ojalá que esta noche a nosotros nos traiga buenas cosas, sino para qué, ¿verdad?

—Ajá. Ambos siguieron platicando en secreto. Esteban el año pasado no recibió nada para Navidad.

Tito, dos años mayor que su hermano y debido a un mejor comportamiento, fue llevado a la Ermita. Su abuela le dio permiso para jugar con una carreta vieja que los niños del monte utilizaban para simular un camión de carga.

Esteban, Tito y la abuela vivían en Santa Cruz, un Valle que está ubicado cerca de Estelí. Su abuela tenía una vaca que proveía de leche todas las mañanas y un ternero más glotón que Tito se amarraba a las patas de la vaca para que ésta soltara leche con más confianza. En la vieja casa había un olor a piedra de moler maíz. Sobre el piso de tierra eran notables algunas astillas de ocote. En la cocina, el fuego daba pequeños latigazos a una olla donde se hervía maíz con una mezcla de ceniza, tornándose un poco azul y amarillo, como ese color que tienen las montañas a los lejos cuando el sol se destiñe en las colinas para salir al otro lado, allá en el pueblo.

— Andate para allá Esteban que estoy haciendo la comida —dijo la abuela.

— Abuelita, ¿qué me va a traer el Niño Dios esta navidad? —preguntó Esteban con los mocos de fuera y retorciendo su camisa con las manos.

— A los niños mal portados el Niño Dios no les trae nada. Mejor andá jugá a la sala. Esteban se alejó con forma de girasol tronchado. En la sala se puso a examinar las cosas que adornaban un nacimiento navideño, en realidad un conjunto de tacos de madera sobre un motete de aserrín. Al llegar la noche la abuela sirvió comida en platos rojos de plástico. Tito comió sentado en un gran trozo de madera; Esteban comía cerca del fuego encendido sobre el piso de tierra. La abuela los miraba y comía. Tenía un tono gris su rostro, una trenza alzaba sobre su espalda iluminando el resto de su cuerpo. Comía con las manos tal si fuera niña, como Esteban y Tito, con los dedos sucios llevando pequeños bocados a la boca. Esa noche los tres se fueron a dormir en el sosiego del Valle. Más tarde Esteban despertó a Tito.

— Es que no me puedo dormir. Mi abuela dice que el Niño Dios no me va a traer nada.
— Ay vas a ver que sí, andá dormite mejor.

— Es que tengo la panza llena.

— Andá al escusado pues, dejame dormir.

Esteban salió de la casa para orinar, pero le dio pereza ir hasta el escusado. Entonces se quedó a orinar cerca del monte, por donde había un palo de guayabas y las gallinas dormían atontadas por
la luna. Afuera había un cordel con la ropa tendida. Algunos calcetines adornaban la noche simulando constelaciones en el aire. A Esteban se le ocurrió que si Dios tenía forma de pelota, entonces él simularía a Dios con sus manos. Empezó a llenar un calcetín con el aserrín que estaba alrededor del nacimiento navideño, le fue dando forma y cada giro que hacía amarraba las puntas
con hilos de saco. Al terminar la pelota decidió hacer un bate con la tranca de la puerta de la cocina
y se alejó de la casa para darle forma con un machete y tratar de no hacer ruido. Preocupado y más consciente de lo que había hecho, decidió irse a dormir dejando la puerta abierta toda la noche. Su abuela lo despertó al día siguiente. En una mano tenía la tranca de la puerta y en la otra, la pelota de calcetín. Su abuela no dijo nada, sólo empezó a darle coscorrones en la cabeza.

— Es que yo quería un regalo— decía Esteban mientras corría por todo el interior de la casa.

— Agarralo Tito, va a ver este jodidito el castigo que le voy a poner. Pero Tito se quedó sembrado en la sala como si nadie le hablara. Entonces la abuela agarró a Tito y también le dio coscorrones. Luego los mandó al cuarto ordenando no salir sino hasta la hora de comer. Castigados los dos hermanos maldecían de enojo.

— Por vos baboso me pegaron a mí —dijo Tito.

— ¿Yo qué culpa tengo? Sólo quería hacer una pelota.

— ¿Y tenías que fregar la tranca de la puerta?

— ¿No dice mi abuela que Dios tiene forma de pelota pues? Entonces necesitaba un bate para jugar con Dios. De todos modos ahora sí vamos a jugar pelota, ¿verdad?

— Pero de calcetín.

— De calcetín— dijo Esteban mientras se secaba los mocos con la camisa.

— ¿Y con quién más vamos a jugar pelota? —preguntó Tito.

— Pues con la abuela, ¿con quién más?

— Shhh callate baboso que ay viene.

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