Por Martha Cecilia Ruíz
Vine al circo por una ordenanza de la Secretaría de Educación de México, para garantizar que todos los niños y las niñas de los espectáculos ambulantes ejercieran su derecho a la educación. Desde el comienzo todo me fascinó, especialmente los animales y los pectorales de uno de los trapecistas.
El trapecista seguía siendo fascinante. Lo seguía con la mirada todas las noches, sobre todo en las presentaciones especiales cuando hacía de mago y domador de fieras. Una noche nos hicimos amantes, no hubo palabras sólo magia y pasión. Todo iba bien hasta la mañana siguiente, cuando entré en mi jaula. Y desde entonces espero esas ocasiones especiales para -literalmente- hacer mi papel de fiera amaestrada.
Vine al circo por una ordenanza de la Secretaría de Educación de México, para garantizar que todos los niños y las niñas de los espectáculos ambulantes ejercieran su derecho a la educación. Desde el comienzo todo me fascinó, especialmente los animales y los pectorales de uno de los trapecistas.
De día los trajes de las bailarinas pierden su glamour, una se da cuenta de la tristeza de los animales y del desvelo en el rostro de los niños que la noche anterior sonreían y se tomaban fotos con el público. El mal humor se apodera de los payasos. El calor bajo las carpas y en las casas rodantes es insoportable.
El trapecista seguía siendo fascinante. Lo seguía con la mirada todas las noches, sobre todo en las presentaciones especiales cuando hacía de mago y domador de fieras. Una noche nos hicimos amantes, no hubo palabras sólo magia y pasión. Todo iba bien hasta la mañana siguiente, cuando entré en mi jaula. Y desde entonces espero esas ocasiones especiales para -literalmente- hacer mi papel de fiera amaestrada.
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