7 de enero de 2016

De las propiedades del sueño (II)

Sergio Ramírez Mercado

De pie frente a una de sus ventanas del palacio en lo alto de la colina fortificada desde la que podía dominar la vista de su ciudad capital tranquila con sus luces que parpadeaban en la medianoche soñaba S. E. extasiado en lo hermoso que sería saber un día que los sabios norteamericanos habían logrado inventar un aparato con el cual se produjeran a voluntad terremotos y que por instrucciones del presidente del gran país del norte le prestaran a él aquel aparato cuyas radiaciones de efectos subterráneos dirigidas convenientemente al corazón de la ciudad dormida a sus pies produjeran un sismo con duración aproximada de seis a ocho segundos de intensidad diez en la escala de Richter y epicentro superficial gobernado por una falla maestra que correría de norte a sur y cuatro fallas secundarias de sentido paralelo y que aquella formidable sacudida tuviera el instantáneo poder de derribar edificios hundir los cimientos desplomar paredes retorcer las vigas abrir las calles quebrar alcantarillas hacer saltar los tubos de agua potable reventar los cables eléctricos que chicotearían libres propagando los incendios que harían a la ciudad arder por sus cuatro costados y él sin moverse de su ventana ver en el amanecer con suprema dicha y a partir de entonces por días de días los aviones descendiendo en interminables puentes aéreos las caravanas de camiones saber de la llegada de innumerables buques a los puertos trayéndonos por toneladas víveres alimentos medicinas ropas que enviarían en gesto fraternal los países amigos tanta y tan variada mercadería que mis bodegas rebosantes no se darían ya abasto para almacenarla y luego la gloria de millones y millones de dólares en donaciones y en préstamos blandos para la reconstrucción de la ciudad que pasaríamos años discutiendo dónde se levantaría y mientras duraran aquellos debates de los cientos de técnicos extranjeros congregados haciendo planes yo compraría secretamente por precios irrisorios todos los terrenos aledaños hábiles para construir y se los vendería con ganancias jugosas al Estado que me los pagaría con el dineral de los créditos internacionales y la ayuda norteamericana siempre generosa para después no construir nada en esos terrenos sino en el mismo lugar de las ruinas para lo cual habría primero que demoler y limpiar de escombros el área de desastre y yo organizaría entonces una compañía encargada de la limpieza y la demolición de escom­bros y tantas donaciones y préstamos que acumularíamos más tarde para construcción de nuevas escuelas nuevos hospitales nuevos edificios gubernamentales y para que tales planes no sufrieran atraso yo fundaría una compañía de construcciones y mientras tanto no terminara el estado nacional de emergencia provocado por la terrible catástrofe se mantendría en pleno vigor la ley marcial para que nadie me estorbara en mis planes de reconstrucción para no hablar de mis enemigos políticos aplas­tados en las cárceles debajo de los escombros con todo lo cual este país con su nueva capital sería más próspero y más rico una floreciente urbe moderna como siempre he ambicionado tener con mis teatros y mis cines y mis cabarets y mis burdeles y mis almacenes y mis restaurantes más próspero y más grande y más rico y aquella noche como tantas se duerme S. E. apoyado en la balaustrada de su ventana soñando si no lo despierta un rugido feroz que crecía viniendo del fondo de la tierra.
             (Tropeles y Tropelías, 1971)

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