Sergio Ramírez Mercado
Para Carlos, Alejandro, Luciana, y Andrés.
El
circo entró en dificultades después que un ciclón se llevó la carpa que se fue
volando sobre el lago, y las funciones tuvieron que hacerse a partir de
entonces a la luz de la luna. Además, la gente estaba pobre, y aunque se rebajó
el precio de las entradas no muchos asistían, y los gastos eran considerables.
Había que pagar sus sueldos a los músicos, trapecistas, malabaristas, payasos y
bailarinas, darles de comer, y dar de comer a los animales.
Sólo
la mujer más gorda del mundo se comía una arroba de carne al día, y a falta de
carne se puso flaca como un fideo. Otro tanto se comía el león, rey de la
selva; pero como lo tenían racionado, el león empezó a perder su cara fiera y
ya no asustaba a los niños. Los monos acróbatas sufrían sino tenían sus bananos
para el desayuno y al final del día aullaban de hambre, y sacaban la mano por
entre los barrotes de sus jaulas pidiendo al que pasaba que les diera algo de
comer, con cara de limosneros.
Los
tigres de Bengala daban lástima de tan flacos, y las barrigas les rugían de
necesidad. Ya no se diga los payasos, a los que les sonaban las tripas en media
función, y la gente se reía creyendo que eran gracias suyas, pero eran más bien
sus barrigas que reclamaban comida, igual que las barrigas de los tigres.
El
fakir, a pesar de que los fakires no comen mucho, se quería comer hasta los
clavos de su cama. Y una noche que el domador se desmayó de hambre mientras
tenía metida la cabeza entre las fauces del león, el león, de tan débil que se
hallaba, no se animó a darle ningún mordisco. Todo aquello era una calamidad.
Entonces
llegó el día en que el circo quebró por fin. Los artistas cogieron cada uno su
camino, y no fue fácil hallar quien se hiciera cargo de los animales. La cabra
matemática, que sabía contar hasta veinte, no tuvo problema en hallar un hogar
sustituto, lo mismo que los monos, que eran graciosos y se comportaban con
respeto y educación. Los leones y los tigres fueron llevados al zoológico, y lo
mismo ofrecieron hacer con la jirafa. Porque el circo tenía una jirafa, que era
la principal atracción.
Por
qué era la principal atracción no se sabe, pues la jirafa no sabía hacer nada
más que estarse parada en su corral, estirando el pescuezo, y mirando al mundo
desde muy arriba. De manera que nunca entraba a la pista del circo a la hora de
la función, como los demás animales, que hacía cada uno su número: el tigre de
Bengala saltaba por un aro de fuego, el león rey de la selva se subía de un
salto a un taburete, los monos hacían piruetas en el trapecio, y la cabra
matemática, ya se sabe, contaba hasta veinte.
Pero
la jirafa no fue a parar al zoológico, como se va a ver. Había una señora muy
buena llamada doña Laura, que hacía tortillas, y fue la única que quedó
fiándole tortillas a los artistas del circo, ya cuando nadie les daba nada al
fiado porque no tenían con qué pagar, y así por lo menos comían tortilla con
sal. Y a la hora de quebrar el circo el dueño tenía pendiente una gran cuenta
con doña Laura.
Y
ocurre que doña Laura tenía un niño llamado Juancho, que era el encargado de
repartir las tortillas, y le dijo el dueño del circo: “Sé que le debo mucho por
las tortillas a tu mamá, y como no hay dinero con que pagarle, decile por favor
que escoja del circo lo que más le guste: una jaula, un trapecio, una cuerda de
equilibrista, un vestido de payaso. O un animal”.
Y
Juancho, que cada vez que llegaba al circo a dejar las tortillas se quedaba
frente al corral de la jirafa, que era su preferida, y la jirafa también se
sentía a gusto con él, de manera que se trataba de una gran amistad entre los
dos, le dijo al dueño del circo:
“Mi
mamá escoge la jirafa”.
“¿Estás
seguro de eso, sin haberle consultado?”, preguntó el dueño del circo.
“Ella
misma me lo dijo antes de salir para acá, que si estaban repartiendo los
animales en pago por las deudas, ella escogía la jirafa”, contestó Juancho.
No
era cierto, la mamá de Juancho nada sabía de reparto de animales, ni de jirafa.
Pero el dueño del circo, que así hallaba un alivio, porque le pesaban las
deudas y sólo quería volverse pronto a su país, dijo:
“Así
sea entonces”, y abrió la puerta del corral, y entregó a Juancho el cordel que
colgaba del cuello de la jirafa.
Cuando
Juancho cogió calle jalando a la jirafa por el cordel, ella se veía muy
contenta de irse con su amigo, y consideraba una gran aventura salir del corral
donde pasaba aburrida.
Pero
quien no iba tan contento era Juancho, que hasta ahora se hacía cargo de su
mentira. Y mientras una gran pandilla de muchachos curiosos se ponía detrás de
la procesión que formaba con la jirafa, iba creciendo su aflicción. ¿Qué diría
a su mamá, doña Laura, a la hora de aparecer en la casa con la jirafa? La casa
era muy pequeña y muy humilde, y no iba a alcanzar allí jirafa ni nada. ¿Dónde
iba a meterla? El único sitio era el patio, que era un patio chiquito, donde
había sembrados un palo de mango y un papayo.
Y
doña Laura, que vivía pendiente de Juancho, había salido a media calle a
esperarlo, y cuando lo divisó venir jalando la cuerda que traía amarrada al
pescuezo la jirafa, y detrás el muchachero, se asustó, y corrió a su encuentro.
“¿De
donde has sacado ese animal?”, le preguntó, secándose las manos en el delantal.
“Me
lo saqué en una rifa” contestó Juancho.
Qué
mentiroso Juancho. Primero iba a decir que el dueño del circo se la había dado
en pago de las tortillas, lo que no dejaba de ser verdad, pero luego se
arrepintió, porque entonces doña Laura iba a devolver la jirafa, diciendo que
no quería ningún pago en forma de aquel animal desconocido y tan extraño.
Como
si se diera cuenta del problema que se presentaba, y del riesgo que corría de
que la devolvieran a su antiguo dueño, la jirafa bajó la cabeza desde la altura
donde la tenía, y muy cariñosa le dio un lenguetazo en el cachete a doña Laura.
Y consiguió lo que quería, porque doña Laura se rió.
“¿Y
qué come ella?”, preguntó.
A
la jirafa le gustó que aquella señora la llamara esta vez “ella”, y no dijera
“¿qué come este animal”?
“Come
zacate fresco, hojas de papayo, y hojas de mango, porque es una especie
herbívora”, contestó Juancho, dándoselas de sabio según lo aprendido en la
escuela, y fijándose que eran ésos los palos que había en el patio de su casa.
“¿Y
cómo se llama?”, preguntó doña Laura.
“Me
parece que no tiene nombre”, dijo Juancho.
“Vamos
a ponerle entonces Managua”, dijo doña Laura, “para que así tenga el nombre de
nuestra ciudad capital”.
Mientras
tanto la multitud de muchachos que había acompañado a la jirafa desde el circo
aumentaba ahora con más muchachos del barrio, y los vecinos salían a la calle y
preguntaban a doña Laura por aquella adquisición, y ella respondía a todos,
orgullosa, que como Juancho era suertero, se la había sacado en una rifa de
animales del circo, pues no tenía idea ella si aquel circo había quebrado o no
había quebrado debido a la pobreza.
Y
mientras doña Laura recibía las felicitaciones, Juancho hizo pasar al patio a
la jirafa, atravesando con ella la tranquera, y pronto se vio desde cualquier
parte del barrio su gran pescuezo asomar por encima de los techos, y la cara de
felicidad con que desde las alturas ella contemplaba todo, mientras los vecinos
se acercaban a llevarle zacate picado, hojas de toda clase, tallos frescos, y
hasta flores para que comiera.
Nunca
en su vida se sintió mejor la jirafa, mimada y admirada, y dándose a cada rato
banquetes de alta categoría con todas aquellas hojas.
Y
llegaron las vecinas de doña Laura a visitar a la jirafa, y una de ellas, que
era comadrona de oficio, dijo palpándole la panza:
“Se me hace que esta señorita está embarazada”.
“¿Cómo puede ser semejante cosa si no tiene compañero?” dijo doña Laura.
Y
preguntó entonces a Juancho, muy alarmada:
“¿Quedó
en el circo una jirafa macho?”
Juancho
respondió que no, que en el circo no había ningún otro animal que fuera jirafa
macho, más que los monos acrobáticos, el tigre de Bengala, el león africano rey
de la selva, y la cabra matemática. Y doña Laura le ordenó que fuera de
inmediato al circo a averiguar aquel misterio. Y todos quedaron muy intrigados
esperando su regreso.
Fue,
y averiguó, y dio el correspondiente informe: el dueño del circo, que ya se
subía en un bus que lo llevaba a la frontera con Honduras, le confesó que era
cierto, que en el circo había existido, hasta su anterior parada en Costa Rica,
una jirafa macho, pareja de la ahora llamada jirafa Managua; pero que por las
mismas dificultades de todos sabidas, se había visto en la necesidad de vender
al compañero.
Y
así fue que vino al mundo en Managua, la ciudad capital, bajo los cuidados de
la comadrona, la jirafa Managüita, hija de la jirafa Managua, que Juancho no se
sacó en una rifa, sino que recibió en pago por la deuda que ya sabemos.
Y
desde entonces Managüita lo acompañaba a entregar las tortillas de casa en
casa, muy alegre y retozona, y también a la escuela, donde Juancho se lucía
poniéndola de ejemplo a la hora de responder a las preguntas del profesor sobre
los animales herbívoros.
es el libro completo???
ResponderEliminarNo. Es un cuento.
ResponderEliminarque ingenuo
ResponderEliminares un buen cuento
ResponderEliminarsi es un cuento si no saben par de tortolos
ResponderEliminarsi es un cuento par de dundos y medio
ResponderEliminarlean la narracion completa del por que sergio ramirez lo escribio