7 de febrero de 2012

Las siete bastardas de Apolo

Rubén Darío
I
Siete figuras aparecieron cerca de mí. Todas vestidas de bellas sedas; sus gestos eran ritmos, y sus aspectos armoniosos encantaban.

Al hablar, sus lenguajes eran música; y si hubiesen sido nueve, habría creído seguramente que eran las musas del sagrado Olimpo. Había en ellas luz y melodía y atraían como un imán supremo.

Yo me adelanté hacia el grupo mágico, y dije:

–Por vuestra belleza, por vuestro atractivo, ¿seréis acaso los siete pecados capitales, o quizá los siete colores del iris, o las siete virtudes, o las siete estrellas que forman la constelación de la Osa?

–¡No! –me contestó la primera figura–. No somos virtudes, ni estrellas, ni colores, ni pecados.

Somos siete hijas bastardas del rey Apolo; siete princesas nacidas en el aire, del seno misterioso de nuestra madre la Lira.

II
Y adelantándose la primera, me dijo:

–Yo soy Do. Para ascender al trono de mi madre, la sublime reina, hay siete escalones de oro purísimo. Ya estoy en el primero.

Otra me dijo:

–Mi nombre es Re. Yo estoy en el segundo escalón del trono. Mi estatura es mayor que la de mi hermana Do. Pero la irradiación de nuestros cabellos es la misma.

Otra me dijo:

–Mi nombre es Mi. Tengo un par de alas de paloma, y revuelo sobre mis compañeras, desgranando un raudal de trinos de oro.

Otra dijo:

–Mi nombre es Fa. Me deslizo entre las cuerdas de las arpas, bajo los arcos de las violetas, y hago vibrar los sonoros pechos de los bajos.

Otra me dijo:

–Mi nombre es Sol. Tengo nombre de astro y resplandezco ciertamente entre el coro de mis hermanas. Para abrir el secreto del trono, en la puerta de plata y en la puerta de oro, hay dos llaves misteriosas. Mi hermana Fa tiene la una; yo tengo la otra.

Otra dijo:

–Mi nombre es La, penúltima del poema de Mallarmé. Soy despertadora de los dormidos o titubeantes instrumentos, y la divina y aterciopelada Filomena descansa entre mis senos.

La última estaba silenciosa, y yo le dije:

–¡Oh, tú, que estás colocada en el más alto de los escalones de tu madre la Lira: eres buena, eres bella, eres fascinadora; deberás tener entonces un nombre suave como una promesa, fino como un trono, claro como un cristal:

Y ella contestó sonriente:

–Sí.

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