21 de mayo de 2012

Gesta moderna


Rubén Darío

El día gris se presta a las ilusiones.

Y en el aire, he aquí los mirajes:

Un campo de pelea, grande y noble concurrencia, dos caba­lleros reales, armaduras, yelmos, morriones; Turín y Orleáns van a luchar.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

Las damas tienen rosas en los corpiños, las banderas flotan a los heroicos vientos, el cielo está azul como el éxtasis; imponen, hermosas, las anguilas bordadas.

Solares, irradian los oros de las joyas. Nada como el ojo de la princesa que ilumina de glorioso presagio al príncipe novio.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

Un caballo, crin de Berbería, golpea el suelo con sus zuecos de bronce; otro caballo, ojo de llama, sacude la cabeza, y relin­cha como en el libro de Job.

Un príncipe tuvo por madrina una hada; otro por padrino a un encantador. Y el uno ama la rosa blanca y el unicornio, y el otro el clavel rojo y la quimera.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

El escudero del uno es buen citarista; el escudero del otro sabe juegos de manos, y a la hora de asar el jabalí, junto al hogar no hay como él para decir decires y contar cuentos.

El escudero del uno tiene una mejilla partida de un sablazo: al escudero del otro le faltan cuatro dedos: ambos son gordos y tienen buen apetito.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

El torneo empieza y al primer choque, las dos armaduras pa­recen bañadas de plata, flordelisadas de fuego. En los estrados dice una voz que el uno se asemeja a San Miguel Arcángel; y otra le contesta que el otro es igual a San Jorge, aquel divino hermafrodita que da de beber a su caballo después de matar al dragón.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

Un águila pasa por el cielo y dice: ¡Turín!

Otra águila pasa por el cielo y clama: ¡Orleáns!

A lo cual contesta un estandarte ondulando al viento norte.

A lo cual contesta otro estandarte ondulando al viento sur.

Y un águila se coloca en la punta de un asta y otra en la otra.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

Al segundo choque un príncipe es desarzonado; y al caer hace la armadura como un trueno de oro. Y el águila de su estan­darte, parte, triste, a decir a Francia el duelo.

El de Turín hace caracolear su caballo; del corpiño de la prin­cesa novia se desprende la más rosada rosa y de su sonrisa, tam­bién la más rosada, vuela una promesa.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

Y el miraje, cruel fata-morgana, cambia, y la musa me tira de las orejas.

He aquí dos levitas; he aquí dos reales clubmen; he aquí un Orleáns periodista y un Turín espadachín.

Y mientras el arte quiere unir lo que las políticas rompen, y circula más fragante y potente que nunca la sangre latina, y la alondra canta a la loba, el hijo del duque de Chartres reportea poco discretamente; por lo cual el hijo de Amadeo le mete el sable en la barriga.

¡Batid, tambores; sonad, clarines!

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