16 de agosto de 2012

Historia de perros


Luis Enrique Mejía Godoy
Todo el conocimiento, la totalidad de preguntas y respuestas 
se encuentran en el perro.
Franz Kafka


VIDA DE PERRO
Amaneció oliendo cada rincón de la casa. Fue a mear la llanta del carro, levantando una pata. Dio tres vueltas antes de acostarse en el suelo. Y cuando en la noche le ladró a la luna, después de perseguir grillos en el jardín, creyó que era un perro de verdad y no la ficción de un sueño, como había pensado al dormirse al mediodía bajo la cama.

Cuando despertó, con los ojos tristes y húmedos, se fue a echar a los pies de su mujer que, acariciándole la cabeza, no sabía si llevarlo al veterinario o al manicomio.

PERRO AMOR
––Guau! ––dijo Marcelo al verla salir del baño, pero ella lo tomó como un americanismo muy propio de la gente que se había ido a vivir a Miami, y no como el saludo de un perro.

El médico le había dicho que no era nada grave esos ojos “como mirada de perro callejero”. Ella se acostumbró a las caricias de su nariz que sentía cada vez más fría, buscándole los rincones de su cuerpo. “Tendré que ponerte un nombre” – le dijo ella, y pensó que no era necesario, pues Marcelo no sonaba mal para un perro con cara de gente.  Él, contento, paró las orejas y le lamió la entrepierna. Fue la primera vez que le hizo el amor en cuatro patas.

RETRATO DE POETA CON GUITARRA.
(En el bar de los sueños olvidados)
Llegó tomado de la mano con una niña no mayor de quince, parecía su nieta. Seguido de una comparsa formada por un poeta amateur, un asistente vividor y un adulador que era a la vez su biógrafo. Pidió media botella de Ron Flor de Caña, Etiqueta Negra, con soda y cuatro cubos de hielo. Se sirvió medio vaso de ron y agregó dos dedos de Ensa. Quedó viendo a la niña vestida de blusita, una cuarta arriba del ombligo, rojo sangre, y pantalones mugres ajustados hasta la chimpinilla, con sandalias doradas. Ella sonrió y se dejó tocar un pecho. El poeta recordó en su paladar los pejibayes que vendían en la parada de buses de Tibás-San José, en la capital de Costa Rica.

Venían saliendo de la Cinemateca de ver una película de Fellini cuando el poeta le dijo a la niña una frase inspirada. Algo así como: “tus ojos de paloma degollada...”. El poeta amateur aplaudió con entusiasmo y los ojos húmedos. El asistente vividor  le sirvió otro trago de medio vaso de ron y el adulador y biógrafo tomó nota de la frase en una libreta y enmarcando sus manos, tomó una foto ficticia a todo el grupo con su sonrisa de violador.

El poeta se emborrachó y se durmió en aquel bar de mala muerte que frecuentaba cada viernes y olvidaba cada sábado. El poeta amateur se robó el verso del poema improvisado. El asistente y vividor  pidió otra media de ron y salió por la puerta de atrás para no pagar… El adulador y biógrafo, después de firmar un vale, se llevó a la niña, le dio cinco pesos y la manoseó antes de devolverla al barrio miserable de donde la había ido a sacar para que pasara la noche con el poeta.

Al despertar, el poeta se dio cuenta que, como siempre, se encontraba en la casa de su amigo, el Director del Instituto de Cultura que lo había mandado a rescatar del bar en la madrugada, con su chofer, gracias a la llamada  oportuna que el barman hizo a una amiga íntima del Presidente de la República. El funcionario le ofreció una limonada cimarrona. Él pidió un ron y una guitarra para cantar un tango de Agustín Lara y lloró al tratar en vano de recordar el verso y la cara sucia de aquel ángel de brillantes ojos negros que había perdido anoche en el Bar de los Sueños Olvidados...

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