Orlando Pastora
Por favor
—le gritó la joven de la celda nº 402 al gendarme que recorría con pasos
marciales y ceremonioso los pasillos del Penal–—lléveme al baño. Se lo ruego.
No se puede —le contestó sonriente, mostrándole su dentadura postiza y
amarillenta—, está ocupado por un antiguo presidiario que tiene quince años de
no orinar.
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