16 de abril de 2013

La hora del Eclesiastés


Róger Mendieta Alfaro
Había un solo amo, un solo juez, un solo amante, un solo jinete, un solo nadador, un solo montador de toros, un solo azucarero, un solo aviador, un solo economista, un solo caudillo, un solo General de generales, un solo Padre de la Patria Nueva, un solo arquitecto de la unidad del pueblo dominicano.

Así lo consideraba el dictador. Y este hombre era él.
Pero cuando entregó su alma a Satanás, todo mundo dio gracias a Dios y lo expresaba con bailes y gritos de felicidad en el malecón de Santo Domingo y resto de harapientos rincones de la isla, porque solamente el dictador era el verdadero hombre de bien que según él vivía en aquella tierra, y el resto del pueblo era apenas como el reflejo de su soledad dorada; o algo peor aún: aullido de un eco que se había transformado en verdadero atolladero por la falta de huevos empollados en la Hora del Eclesiastés.
Para el relator de esta tiránica pesadilla fue una sorpresa la visita al yate de nombre “Angelita” con grifería de oro macizo, adquirido de un tal Mr. Davis, ex embajador del Imperio en tierras del Caribe. Aquí paseaba el hijo del gran potroso con artistas de cine por los mares del Caribe.
Fue divertido encontrar en una de las primorosas gavetitas que amoblaban el dormitorio del Gran Difunto, impecablemente olvidada, una lata de bicarbonato de soda. Todos sonreímos cuando el doctor Fernando Agüero quedó viendo al general Carlos Pasos, e hizo el sarcástico comentario: que cómo era posible que un hombre de la talla del Gran Santón, padeciera de cosas tan simples como acidez y otros plebeyos desarreglos estomacales.
Además: Éste no resucitó, como se lo había hecho saber a millares de campesinos —dijeron los golpistas Ímber Rivera y Amiama Tío, a la hora del brindis en la Casa de la Presidencia—, pues otra de las chifladuras del pobre diablo era considerarse inmortal.
Como dijo el teniente Frías del Ejército Dominicano que acompañó el recorrido, el pueblo dominicano llegó hasta donde llegó, porque no empolló los huevos en la Hora del Eclesiastés.

(Santo Domingo, 1962)

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