Róger Mendieta Alfaro
Había un
solo amo, un solo juez, un solo amante, un solo jinete, un solo nadador, un
solo montador de toros, un solo azucarero, un solo aviador, un solo economista,
un solo caudillo, un solo General de generales, un solo Padre de la Patria
Nueva, un solo arquitecto de la unidad del pueblo dominicano.
Así lo consideraba el dictador. Y este hombre era él.
Así lo consideraba el dictador. Y este hombre era él.
Pero cuando
entregó su alma a Satanás, todo mundo dio gracias a Dios y lo expresaba con
bailes y gritos de felicidad en el malecón de Santo Domingo y resto de
harapientos rincones de la isla, porque solamente el dictador era el verdadero
hombre de bien que según él vivía en aquella tierra, y el resto del pueblo era
apenas como el reflejo de su soledad dorada; o algo peor aún: aullido de un eco
que se había transformado en verdadero atolladero por la falta de huevos
empollados en la Hora del Eclesiastés.
Para el
relator de esta tiránica pesadilla fue una sorpresa la visita al yate de nombre
“Angelita” con grifería de oro macizo, adquirido de un tal Mr. Davis, ex
embajador del Imperio en tierras del Caribe. Aquí paseaba el hijo del gran
potroso con artistas de cine por los mares del Caribe.
Fue
divertido encontrar en una de las primorosas gavetitas que amoblaban el
dormitorio del Gran Difunto, impecablemente olvidada, una lata de bicarbonato
de soda. Todos sonreímos cuando el doctor Fernando Agüero quedó viendo al
general Carlos Pasos, e hizo el sarcástico comentario: que cómo era posible que
un hombre de la talla del Gran Santón, padeciera de cosas tan simples como
acidez y otros plebeyos desarreglos estomacales.
Además: Éste
no resucitó, como se lo había hecho saber a millares de campesinos —dijeron los
golpistas Ímber Rivera y Amiama Tío, a la hora del brindis en la Casa de la
Presidencia—, pues otra de las chifladuras del pobre diablo era considerarse
inmortal.
Como dijo el
teniente Frías del Ejército Dominicano que acompañó el recorrido, el pueblo
dominicano llegó hasta donde llegó, porque no empolló los huevos en la Hora del
Eclesiastés.
(Santo Domingo, 1962)
(Santo Domingo, 1962)
No hay comentarios:
Publicar un comentario