Sara Poveda Vanegas
Se
deslizaban a través de un camino improvisado marcado por las huellas de otros
caminantes que ya conocían la historia detrás de ese lugar. Trataban de
recordar con la mayor exactitud posible todas las instrucciones que los
lugareños les habían proferido. Lo que les llamaba la atención era que nunca
conseguían alcanzar su destino. Como era de esperarse, después de un tiempo muy
prudencial comenzaron a dudar de su propia memoria. ¿Sería posible que no
hubieran seguido las direcciones al pie de la letra? ¿O era posible que los
lugareños hayan decidido burlarse de ellos de esa manera? A medida que
reflexionaban llegaron a la conclusión de que la gente de los lugares remotos
no tienden a engañar a los extraños, si es posible ellos mismos se ofrecen a
guiarles y cargarles los pesados bultos que ocasionan grandes molestias en sus
espaldas. Desconfiaban más de su memoria; ella de hecho, por su misma
naturaleza humana, tenía muchos defectos.
Discutían
y reñían para ponerse de acuerdo en que dirección seguir. ¿Pero acaso existía
la posibilidad de llegar a un acuerdo basado en algo que ninguno de ellos
estaba seguro? Todos sabían muy dentro de sí mismos que su intento, gobernado
por la vacuidad, iba a llevarlos a un camino muy lejos del esperado y deseado
por ellos.
Al
fin lograron llegar a un consenso sobre la dirección a tomar. Siguieron el
rumbo indicado por el camino creado por las huellas de los anteriores
caminantes; era casi imposible de ver, pero era mejor para ellos seguir un
camino transitado a atreverse a experimentar uno nuevo. Sólo pensar en todas
las dificultades y retos que tendrían que enfrentar, de haber escogido marcar
su propio rumbo, les resultaba muy tenebroso. ¡Qué sabios habían sido por haber
tomado esa decisión!
Tal
parecía que su sabia decisión les había servido de mucho. Al cabo de unas
cuantas horas lograron atravesar el bosque lleno de niebla y extrañas
criaturas. Cuando lograron salir de las penumbras, la luz solar iluminó sus
miradas y pudieron ver algo que ellos consideraron monumental en ese instante.
Una gran puerta se presentaba ante ellos majestuosamente. Estaba rodeada de dos
muros enormes que lograban alcanzar el cielo e incluso sobrepasaba sus límites.
Sus ladrillos y pintura denotaban el paso del tiempo sobre ellos.
Con
un esfuerzo mutuo y sobrehumano lograron abrir la puerta de hierro que se
encontraba enfrente de ellos. Cruzaron un portal poco agradable para la vista.
A sus espaldas la puerta se cerró sigilosamente. Murciélagos de todos los
tamaños y edades comenzaron a revolotear sobre sus cabezas, y algunos incluso
hirieron sus ojos con las alas y garras. Otros desaparecieron dejando
únicamente un grito sordo que se mezclaba con las exclamaciones de miedo
proferidas por el resto de la multitud. El camino se hacía cada vez más angosto
y aterrador. El grupo entero fue disminuyendo en número y en esperanza.
Al
final la puerta de hierro se abrió bruscamente dejando entrar sólo al viento
pasivo de la noche. El fue el único testigo visual de los destrozos que la
matanza sangrienta producida por esa fuerza oscura desconocida hasta entonces
había causado en los adentros de la puerta de hierro. El viento nocturno
recogió los extractos de almas que todavía se encontraban esparcidos en el
corredor. Luego salió de ese lugar y llevó sus nuevas adquisiciones a lugares
invadidos por la multitud humana bulliciosa. Allí las esparció entre el resto
de los habitantes del planeta, con seguridad de que una vez dentro de ellos la
falsa esperanza se encargaría de guiarlos por el mismo camino que a los anteriores.
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