16 de abril de 2013

La puerta de hierro


Sara Poveda Vanegas

Se deslizaban a través de un camino improvisado marcado por las huellas de otros caminantes que ya conocían la historia detrás de ese lugar. Trataban de recordar con la mayor exactitud posible todas las instrucciones que los lugareños les habían proferido. Lo que les llamaba la atención era que nunca conseguían alcanzar su destino. Como era de esperarse, después de un tiempo muy prudencial comenzaron a dudar de su propia memoria. ¿Sería posible que no hubieran seguido las direcciones al pie de la letra? ¿O era posible que los lugareños hayan decidido burlarse de ellos de esa manera? A medida que reflexionaban llegaron a la conclusión de que la gente de los lugares remotos no tienden a engañar a los extraños, si es posible ellos mismos se ofrecen a guiarles y cargarles los pesados bultos que ocasionan grandes molestias en sus espaldas. Desconfiaban más de su memoria; ella de hecho, por su misma naturaleza humana, tenía muchos defectos.

Discutían y reñían para ponerse de acuerdo en que dirección seguir. ¿Pero acaso existía la posibilidad de llegar a un acuerdo basado en algo que ninguno de ellos estaba seguro? Todos sabían muy dentro de sí mismos que su intento, gobernado por la vacuidad, iba a llevarlos a un camino muy lejos del esperado y deseado por ellos.

Al fin lograron llegar a un consenso sobre la dirección a tomar. Siguieron el rumbo indicado por el camino creado por las huellas de los anteriores caminantes; era casi imposible de ver, pero era mejor para ellos seguir un camino transitado a atreverse a experimentar uno nuevo. Sólo pensar en todas las dificultades y retos que tendrían que enfrentar, de haber escogido marcar su propio rumbo, les resultaba muy tenebroso. ¡Qué sabios habían sido por haber tomado esa decisión!

Tal parecía que su sabia decisión les había servido de mucho. Al cabo de unas cuantas horas lograron atravesar el bosque lleno de niebla y extrañas criaturas. Cuando lograron salir de las penumbras, la luz solar iluminó sus miradas y pudieron ver algo que ellos consideraron monumental en ese instante. Una gran puerta se presentaba ante ellos majestuosamente. Estaba rodeada de dos muros enormes que lograban alcanzar el cielo e incluso sobrepasaba sus límites. Sus ladrillos y pintura denotaban el paso del tiempo sobre ellos.

Con un esfuerzo mutuo y sobrehumano lograron abrir la puerta de hierro que se encontraba enfrente de ellos. Cruzaron un portal poco agradable para la vista. A sus espaldas la puerta se cerró sigilosamente. Murciélagos de todos los tamaños y edades comenzaron a revolotear sobre sus cabezas, y algunos incluso hirieron sus ojos con las alas y garras. Otros desaparecieron dejando únicamente un grito sordo que se mezclaba con las exclamaciones de miedo proferidas por el resto de la multitud. El camino se hacía cada vez más angosto y aterrador. El grupo entero fue disminuyendo en número y en esperanza.

Al final la puerta de hierro se abrió bruscamente dejando entrar sólo al viento pasivo de la noche. El fue el único testigo visual de los destrozos que la matanza sangrienta producida por esa fuerza oscura desconocida hasta entonces había causado en los adentros de la puerta de hierro. El viento nocturno recogió los extractos de almas que todavía se encontraban esparcidos en el corredor. Luego salió de ese lugar y llevó sus nuevas adquisiciones a lugares invadidos por la multitud humana bulliciosa. Allí las esparció entre el resto de los habitantes del planeta, con seguridad de que una vez dentro de ellos la falsa esperanza se encargaría de guiarlos por el mismo camino que a los anteriores.

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