Hubo una
vez, hace mucho tiempo, sobre el cinturón de los trópicos de este planeta azul,
un lugarcillo habitado por la tribu de los “Prestanalgas”, llamada así porque
fue gestada por el impulso evolutivo con el don sobresaliente de ser
extremadamente nalgona o gluteona o culona, muy similar a la hormiga zompopo.
Al ser esta
nalgatoria un don genético, se transformó en un atributo ornamental y en una
cualidad de orgullo para la tribu y para el triunvirato de sus caciques de una
mediocridad al cubo. Todos, sin excepción, inflados de vanidad se entregaron al
compulsivo afán de imperios. Las ofrecían como lo mejor que el servilismo puede
ofrendar. Y le dieron las nalgas al último de los imperios. Mas sucedió que
este imperio rojo no duró como los “Prestanalgas” habían especulado, y este
imperio invasor y esclavista se derrumbó sobre sí mismo, al igual que se
derrite un cono de ice cream a pleno sol del mediodía.
Aterrada la
desdichada o la dichosa tribu de los “Prestanalgas” con su triunvirato de
caciques decadentes, se anonadaron de melancolía porque ya no tenían a quien
prestarle las nalgas y se lamentaban entre ellos mismos como plañideras:
—¡Oh, desgracia!
—¿Y ahora a
quién le prestaremos las nalgas?
Después de
mucha tribulación desesperada por la falta de su hábito, se convencieron de que
nadie iba a llegar en muchos siglos. Así que, como dice el refrán: “a falta de
tortillas, buenos son panes”, sin pérdida de tiempo por el acumulado rezago,
comenzaron, desaforados, a prestarse las nalgas entre sí mismos y en muy poco
tiempo descubrieron que tal acto de servilismo era más sabroso entre ellos
mismos que con los conquistadores e imperios del pasado.
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