Martha Cecilia Ruiz
No es lo mismo aprender los colores en la escuela, que aprenderlos
bordando. El verde grama en nada se parece al verde de una cepa de chagüite o
al verde tallo que se asoma por al boca de un florero, así también no es lo
mismo bordar las iniciales en el camisolín, que un paisaje típico con marimba,
maracas y un cumbo de pinolillo.
Tensar la tela dentro del aro es importante, al bordar se usa la fuerza y
la delicadeza; puntada a puntada se mejoran las habilidades motoras finas y las
relaciones familiares, como siglos antes cuando la tribu se sentaba a
despiojarse unos a otras, unas a otros como los monos. Guardando la distancia
del piojo a la fina aguja, y del ojo de la aguja a los pecados, y de éstos a la
vida de las niñas que de pie juntillas bordan tortilleros, fundas para
almohadas, calcetines y esperanzas.
Una cosa rara, su madre siempre le pedía que el hilo sobrante lo enrollara
con cuidado y lo utilizara tanto como pudiera, “las limitaciones de la guerra”
pensaba ella. Y si la cantidad de hilo sobrante ya no servía para bordar, la
orientación inquebrantable era cortarlo en pedazos muy pequeños, deshacerlo con
el mismo ahínco con que momentos atrás había procurado no se rompiera en el
subibaja infinito que tortura a la manta.
Años más tarde, mientras conversaba con sus hijas sobre el VIH en el porche
de su casa, una paloma se posó cerca. Ella entendió por fin las recomendaciones
de su madre, del porqué una chavalita que borda no puede ser negligente con el
hilo sobrante: la paloma estaba a punto de perder la patita izquierda, un moño
de hilo estrangulaba el miembro. Pero notó que no era una niña perezosa la
culpable, porque ya las agujas no representan lo que antes, ya las niñas no
bordan para entretener sus tardes, en fin nada es como era: los hilos causantes
de aquella dolorosa tortura venían de una manufactory company.
Ahora las muchachitas bordan a máquina, sin escoger colores, horarios,
sindicatos, patrones nacionales o extranjeros, ni tampoco miedos. Bordan para
sobrevivir, porque son niñas-madres, con hijos e hijas que alguien más cuidará
o talvez no, porque a ellas sólo les ordenan hacer una y otra vez lo mismo, lo
mismo, lo mismo, en la misma zona franca o en otra que es lo mismo. ¿Alguien
dijo agua? ¿VIH? ¿Sida? No hay tiempo, no hay tiempo, siguen haciendo siempre
lo mismo.
No saben que bordar alguna vez fue un placer.
Junio 2006
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