Sergio
Ramírez Mercado
Un día en que amigos civiles y militares
celebraban el cumpleaños del Señor Presidente en una de las innúmeras
haciendas de ganado que poseía frente al mar, después de servirse las viandas y
pasados los brindis y discursos, se buscaba la mejor manera de disipar su
aburrimiento, agasajándolo y divirtiéndolo, cosa en que ya los cantos y bailes
bufos, piruetas, imitaciones y recitaciones habían fracasado.
Habiendo pedido ya S. E. la berlina para
retirarse y estando dispuesta la escolta, al Ministro de Cultos se le ocurrió
la feliz idea de iniciar un juego que con gran entusiasmo llamó de Guillermo
Tell.
El Señor Presidente, explicó, utilizando
un arma de fuego a falta de ballesta, dispararía sobre frutas dispuestas
convenientemente en las cabezas de los invitados, que ocuparían por turnos el
sitio de honor.
S. E. aceptó y el propio Ministro de
Cultos, rubicundo y feliz, se ofreció para ocupar el primer turno, poniendo
sobre su cabeza un mango que, solícita, su señora esposa le alcanzó. El jefe de
edecanes presentó al Sr. Presidente, cuadrándose militarmente frente a él, una
caja de armas, de la cual eligió una pistola Smith y Wetson, calibre cuarenta y
cinco, mango de concha nácar.
Como podía esperarse, el tiro fue fatal
y levantó al Ministro la tapa de los sesos. El mango cayó intacto al suelo.
Las honras fúnebres fueron solemnes.
(Tropeles y Tropelías, 1971)
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